—¿Qué demonios haces? —preguntó Marcelo, quien había observado aquella escena. Aun le parecía que lo imaginaba, pero parecía tan real que no sabía en qué creer.
—Quédate ahí —le dijo Lilian.
—¿Lilith? —Marcelo no podía despegar la mirada del hombre. No llevaba camiseta, tan solo pantalones.
—Lilith, el demonio más bello que he visto —pronunció Rafael, con la sonrisa más egocéntrica que tenía.
—No me llames así, Rafael. Tu caída de culo hacia el Edén pende de un hilo —dijo Lilith, haciendo énfasis en el cuchillo que tenía contra el cuello del arcángel.
Rafael alzó las manos al cielo, encogiéndose de hombros.
—Es un lugar muy bonito, ¿has ido allá? ¿Tú no lo quieres conocer? —hizo la última pregunta a Marcelo, llevando sus ojos hacia él.
—Deja de decir tonterías —Lilian presionó la hoja del cuchillo tan fuerte como para derramar sangre. Y Marcelo tuvo que alejar la mirada por un momento. ¿Es que eso era necesario?
—No lo son, preciosa —la sonrisa narcisista de Rafael podría hacer enfurecer y enamorar a cualquiera, incluso Marcelo estaba hipnotizado por ella, pero por lo irreal que se veía. Nadie podía ser tan perfecto, al menos no era humanamente posible.
—Si sigues con tu actitud de narcisista y egocéntrica, voy a enterrarte esto donde más te duele —Lilian hizo una pausa, curvando sus labios en una pequeña sonrisa—. Y te aseguro que no se encuentra en esta habitación.
La sonrisa del arcángel se desvaneció, convirtiendo ahora su expresión en una seria. Entrecerró los ojos, sin saber a lo que se refería.
—¿A qué te refieres? —preguntó él, ahora sintiendo el escozor de la hoja en su cuello.
—Sé tu secreto —murmuró Lilian—. Y estoy segura que ninguno de los otros arcángeles lo saben. ¿Cuántos años tiene ya? ¿Dos?
—¿De qué hablas? —Marcelo preguntó, pero al verse ignorado por ambos, prefirió no insistir.
La actitud deslumbrante de Rafael se esfumó por completo, dejándolo sin aliento. ¿Cómo es que ella lo sabía? Si ni siquiera el mismo dios estaba enterado, cómo...
—Esto es lo que va a pasar —Lilian retiró la hoja del cuchillo de la piel de Rafael, pero apuntando al centro de sus hojos—. Sé que los otros están afuera, eres la distracción. Vas a ayudarnos a salir de aquí, a salir vivos. Y yo no le cuento tu sucio secreto a los vigilantes.
La punta de la hoja amenazaba con enterrarse, pero el arcángel aun se encontraba sin habla. Sopesó las opciones. Aun cuando utilizara la daga en Lilith, no moriría. Podría contarle a Lucifer, y la noticia pasaría rápidamente al Edén. Solo sería cuestión de tiempo antes de que Dios se enterara y lo mandara al infierno.
—¿Y cómo, exactamente, voy a ayudar? Va en contra de mi código, podrían cortarme las alas.
—No tienes que hacer nada, solo dejar poseerte durante un rato —dijo Lilith, bajando la daga.
—Dices que no eres un demonio, pero tienes las habilidades de uno —comentó el arcángel, negando con la cabeza—. Y no dirás ninguna palabra
Rafael, con la mirada fija en los marrones del demonio, suspiró mientras se percataba de su mirada asesina.
—Ninguna —dijo ella.
El arcángel, a su pesar, asintió. Sabía que sería lo mejor, tenía que protegerse y a los suyos también. Relajó los hombros frente a ella, dejando su mente en blanco.
—Es mejor que te apures, entrarán en cualquier momento —dijo el arcángel.
Marcelo, quien aún se encontraba cual estatua presenciando la escena, se le erizó la piel al ver cómo los ojos de Lilith se volvían negros. Aquel mismo color se impregnó de la mirada tan llamativa del arcángel, coloreando sus orbes completamente en un negro vacío. Incluso sus facciones se suavizaron, como si no estuviera pensando nada, como si estuviera vacío.
—Clava la daga a todos los arcángeles —mencionó Lilith, apartándose del arcángel.
Si Rafael no le hubiera permitido entrar a su mente, aquello le hubiera sido más difícil. Y era algo que no olvidaría. Lilith no olvidaba quién le había ayudado, aún bajo amenaza.
—¿Qué se supone que le hiciste? ¿Es una posesión demoníaca? ¿No dijiste que no eras un demonio? —las preguntas salieron a demasiado rápido de los labios de Marcelo, quien más que estar asustado, estaba confundido.
—Luego te lo explico. ¿Tienes un auto? —pregunto Lilith, volviendo su mirada vacía hacia él.
No articuló palabra, tan solo asintió, yendo a tomar las llaves que tenía colgadas a un lado de la puerta. Lilith tampoco dijo nada más. Ella y Rafael salieron de esa habitación hacia la pequeña que Marcelo utilizaba de oficina y conectaba con su videoclub. Podía sentirlos cerca, tras la puerta.
Lilith le hizo una señal a Marcelo para que la siguiera, a lo que él, dudoso, no tuvo mucha opción. Rafael, quien era controlado por la mujer, puso su mano sobre la perilla. Giró esta con cuidado para abrirla lentamente. Y no pasó mucho antes que uno de los cuchillos girara hasta encajarse en la pared trasera.
Lo único en que Lilith podía pensar, era en proteger a Marcelo. Su propia vida pasaba a segundo plano. Una vez que le encajaran una de las dagas, su alma se borraba. La de ella no, podría regresar.
—Mantente atrás —dijo ella, obligando a Rafael a ser el primero en salir de la habitación.
Apenas y había salido, y ya estaba agarrando a uno de los arcángeles, y Lilith, se lanzó por quien tenía en frente. Trató de propinarle un puñetazo en la cara, pero este se lo bloqueó. A lo que decidió dar un rodillazo y tomar el primer objeto que tenía en frente para estrellárselo en la cabeza, una caja de alguna película.
El arcángel con quien peleaba Rafael, salió volando por el videoclub, tirando uno de los estantes del local. Y ni siquiera alcanzó a hacer otro movimiento cuando otro le cayó encima para amarrarle los brazos.
Lilith, percatándose de la situación, corrió hasta él, sacando la daga y enterrándosela en la espalda. El arcángel Miguel se desvaneció. Rafael se recompuso, enfrentándose a Jofiel, quien estuvo a punto de enterrarle la daga, pero Rafael lo evitó con su antebrazo. Lo detuvo por un momento antes de darle un cabezazo y lanzarlo por el videoclub. Pero, ahora los que quedaban estaban frente a ellos.
Aun y con la ayuda de Rafael, y con ahora solo cuatro arcángeles en pie, podría terminar mal. Ni siquiera iba dejarlo a la suerte. Alzó la daga al aire, y Rafael la imitó. Lilith prendió fuego a la daga, pero no era uno normal. El fuego infernal comenzó a rodearle la mano, a lo que los arcángeles tuvieron tiempo de tomar solo una bocanada de aire antes de que ella lo lanzara al centro del local. Una enorme llamarada los cubrió, y Rafael se fue tras los arcángeles.
Lilith fue por Marcelo a su oficina, le tomó la mano para tirar de él fuera de ahí. Tuvo que rodear el fuego, que era controlado por ella. Se iba esparciendo, quemando los estantes, derritiendo el plástico de las películas. A Marcelo casi se le quería salir un grito. Su videoclub estaba en llamas.
—¡Pero cómo pudiste! —gritó él, atónito.
Lilith no dijo nada, le agarró con más fuerza para sacarlo de ahí. Y los ojos celestes de Marcelo, mientras era casi arrastrado por ella, estaban abiertos, observando aquella mística e irreal escena digna de alguna película para rentar en su videoclub. Las llamas eran enormes, alcanzaban el techo, pintándolo de negro. Entre ellas, el arcángel Rafael peleaba con los otros cuatro, logrando enterrar la daga en dos de ellos, mientras que los otros dos eran consumidos por las llamas, aquellas lamas que parecían ficticias. Eran tan vivas, tan calientes que le robaban el aliento.
Pero aquella ilusión terminó cuando pisó la acera, cayéndose, soltando la mano de Lilith.
—¿Qué haces? ¡Andando! ¡No podemos quedarnos aquí! ¡Marcelo! —Tomó su brazo, pero Marcelo se apartó bruscamente.
—Mi videoclub está en llamas —dijo él, poniéndose de pie, dirigiendo su mirada incrédula hacia ella. ¿Es que no sabía lo que había hecho?
—Lo sé, y lo siento... Los arcángeles...
—¡A la mierda los arcángeles!
—Marcelo... Tenemos que irnos. Los vigilantes pueden llegar, y yo no puedo contra todos. Rafael está fuera de la jugada, ¡van a asesinarte si no nos vamos ahora!
La firmeza de la voz de Lilith le dejó callado. Estaba enojado, con las venas hirviendo. Pero... ¿Qué debía hacer? Si se iba, su videoclub quedaría abandonado. ¿Qué le iba a decir a los bomberos? ¿Qué una loca que avienta fuego con las manos lo incendió? Era ridículo. Pero era la verdad. O eso es lo que creía.
—Bien —fue lo único que dijo antes de dirigirse a su auto que se encontraba frente al local, quitando el seguro de mala gana. Subió a este, encendiendo el motor. Los golpes en la ventana del copiloto detuvieron su intento de mover el auto. Y es que aún no le quitaba el seguro para que ella entrara. Una parte de él quería dejarla ahí, al fin y al cabo había sido ella la culpable de que su local estuviera en llamas.
Pero había otra, una muy pequeña, que lo obligó a voltear a verla. Sus ojos marrones, grandes, le veían, suplicantes. Tuvo que soltar un suspiro, ¿pero qué era eso que sentía? Era una clase de vocecilla que le gritaba que confiara en ella. Pero no tenía razones, más que le salvara la vida. ¿Era eso suficiente?
Al final le quitó el seguro a la puerta, y pudo escuchar el suspiro de alivio que soltó la mujer, quien no tardó demasiado en subirse y colocarse el cinturón. Le observó, con la respiración agitada.
—Debemos buscar donde descansar, un hotel o...
—Sé exactamente dónde —interrumpió Marcelo, por fin avanzando. Dejando atrás el sonido de las sirenas del camión de bomberos, y su ahora destruido videoclub.