–¿Estoy bien así? –dijo girándose y mirando a su amiga que robaba una galletita de la lata–. Euge –la llamó y ella la miró. Suspiró–: ¿Estoy bien así? –repitió.
–Sí, me gusta. ¿A dónde te va a llevar?
–Me dijo que era un restaurante que le habían recomendado –dijo minimizando y mirándose al espejo–. ¿Está bien o es insinuante? No quiero darle mensajes confusos.
–¿Qué sería un mensaje confuso, señora? La, te vas a ir a cenar con un bombón, disfrútalo. Cometelo en dos panes. Año nuevo, vida nueva, dicen.
–No quiero confundir las cosas; Pablo ahora está a cargo de muchas decisiones del proyecto de los uniformes y Peter también trabaja codo a codo con él, se están llevando muy bien.
–¿Y? –dijo indignada haciéndole un montoncito con una mano–. ¿Qué tiene que ver Peter? Peter se casó, Lali, y con otra mujer que está bastante mal de la cabeza. Vos tenes que permitirte pasar página. No te digo que te cases con Pablo, pero salí, disfruta, distendé.
–La última vez que me sugeriste eso ya sabes cómo terminé... –dijo volviéndose al espejo para pintarse los labios.
–El flaco nos pintó un mundo muy distinto al que resultó, no es mi culpa. Es culpa de su mitomanía crónica.
–Bueno...
–Amiga, estás hermosa. Anda, divertite, no te cierres a nada, deja que fluya lo que tenga que fluir, y va a pasar lo que tengan ganas ambos de que pase.
El celular de Lali sonó sobre la mesa y un mensaje de Pablo avisando que estaba en la puerta, apareció en pantalla. Ella le respondió, se miró una última vez, juntó sus cosas y besó la mejilla de su amiga que la empujó dentro del ascensor. Al bajar lo encontró de traje mirando su reloj y al levantar la vista hacia ella, sonrió. Sus ojos verdes se iluminaron y ella un poco se inhibió.
–Hola.
–Buenas noches, Lali –besó su mejilla y sonrió al mirarla–. Estás preciosa.
–Gracias –sonrió apenas.
–¿Vamos? –ella asintió y él le dio paso apoyando una de sus manos sobre su espalda baja, por debajo de su cintura.
Le abrió la puerta del auto y subió por su lado para encenderlo y manejar unos cuantos minutos. Hablaron de cosas triviales en el trayecto: el clima, el día y la rutina de cada uno, el tráfico y hasta la puntualidad de Pablo al pasarla a buscar. Al llegar, el maitre los ubicó en una mesa apartada junto a la ventana desde donde podían observar el Río de La Plata a sus pies y la ciudad de fondo perdiéndose entre rascacielos y luces que adornaban la noche.
–Es hermoso este lugar –dijo sonriendo maravillada–. La vista es imponente.
–Sí, opino igual –y ella lo miró al descubrir que él se refería a su persona. Sonrió y sus mejillas se sonrojaron; el sonrió vencedor y la miró–. Ahora hablando del lugar –ella rió pequeña–. Me encanta poder tener la ciudad a mis pies; supongo que es algo del oficio, tener la sensación de estar en el aire.
–No había venido nunca, papá me dijo que era muy lindo y pensé que exageraba, pero no.
–Es relativamente nuevo, me pareció un buen lugar para darle la bienvenida al nuevo año. ¿Qué tenes ganas de cenar, Lali? ¿Sushi?
–Sí, me parece bien –sonrió y hojeó la carta–. ¿Vino blanco?
–Perfecta combinación –sonrió y llamó al mozo con un gesto. Éste se acercó, tomó el pedido y se alejó–. ¿Qué tal tu día? ¿Pudiste hablar con tus padres?
–Con mis padres hablé hoy al mediodía, estaban yéndose a una excursión de buceo. Estaban preocupados por haberme dejado aquí en esta fecha pero les duró poco al saber que no estaría sola, aunque quizá haya sido por lo bien que la están pasando en México –él rió y ella suspiró–. Y yo... bueno, estuve en el atelier todo el día. Estoy terminando los primeros detalles de las muestras finales de los uniformes. Claudia ha estado muy enfocada en el taller y Peter está diseñando las publicidades.
–Están todos muy bien, estoy muy entusiasmado también con esto pero... ¿Puedo pedirte algo? –ella asintió–. ¿Qué tal si no hablamos de trabajo? Solo por esta noche.
–Me parece bien. Contame de vos, entonces –dijo y luego sonrió al mozo que le sirvió vino en su copa–. No debo abusar del vino porque se me sube fácilmente a la cabeza.
–Disfruta el sabor, Lali. Salud –dijo estirando su copa hacia ella quien lo imitó y golpeó el cristal de la suya para luego beber un sorbo–. ¿Qué queres saber de mi?
–Además de volar, ¿Qué te gusta hacer? –dijo y lo miró atenta.
–Qué pregunta difícil... me gusta sentirme vivo.
–¡Qué profundo! –dijo sorprendida.
–Es que si me pongo a pensar, empecé a volar porque me da esa sensación de estar más allá de todo lo que te ata. No soy de los que disfrute tener los pies sobre la tierra.
–Tener los pies sobre la tierra no es necesariamente estar atado a algo –cuestionó–. Me gusta pensar que tengo los pies en el suelo para no olvidarme del don de gente cuando me dispongo a volar.
–Tu humildad está a la vista en el atelier, y en donde sea que haya alguien que te conozca. Es lo que siempre me destaca la gente cuando pregunto por vos.
–¿Preguntas por mi?
–Tenía que hacer mis averiguaciones antes de adentrarme en esta aventura de acercarme a vos.
–¿Aventura? No me considero alguien difícil de tratar –dijo sonriendo apenas y bebió un trago de su copa.
–Tampoco lo creo, no me mal interpretes –sonrió–. Es solo que se rumoreaba que estabas con alguien y no quería hacerme falsas expectativas –y su sonrisa se desdibujó–. Lali, lo siento, ¿Dije algo malo?
–No, no –dijo después de un silencio y lo miró a los ojos–. Estaba con alguien pero es cosa del pasado –sus ojos se desviaron a un grupo de personas que se acercaban a una mesa siguiendo al maitre y achinó su mirada para ver bien aquellos rostros que le parecían familiares–. No puede ser –murmuró.
–¿Qué pasó? –dijo girándose para ver.
–Nada, nada –se apresuró a decir y él volvió a mirarla–. Creí conocer a la gente que estaba llegando pero me confundí, no veo mucho de lejos –sonrió nerviosa.
Pero en el recibidor del restaurante, cinco minutos antes de que Lali se percatara de aquella presencia, Peter abría la puerta del ascensor y le daba paso a su mujer para que subiera sonriente antes que él. Y se giró cuando alguien lo tomó del brazo, sonrió al ver que se trataba de su madre y estrechó suavemente la mano de su padre que se mantuvo serio como siempre. Al subir, el maitre los invitó a pasar a su mesa y luego de correrle la silla a su madre y a su mujer, él se sentó en su lugar. Y mientras hojeaba la carta, al igual que los otros tres con quienes compartía la mesa, casi como si hubiese algo más allá de todo razonamiento, levantó la vista en el momento justo en que ella se levantó de su mesa. Y la vio, y por aquello indescriptible con palabras, esa conexión que era más fuerte que ellos, ella cruzó con su mirada y la sorprendió mirándola a lo lejos. Él notó su incomodidad porque sus hombros se tensaron y su mirada bajó rápida al piso para luego caminar en dirección al baño donde se perdió unos segundos después. Quiso mirar más allá para descubrir quién la acompañaba pero no logró adivinar.
–Peter, ¿Te decidiste por lo que vas a cenar?
–Sí –dijo seguro mirando rápido la carta–. Un salmón grillado con salsa cítrica y vegetales grillados.
–Buena elección –dijo Claudia mirándolo sonriente–. Creo que voy a seguir la elección de Peter –le dijo al mozo–. Y una botella de chardonnay para compartir con mi hijo.
–¿Vamos a brindar? –dijo Paula luego de que el mozo se retirase con la comanda.
–¡Claro! Hoy terminamos los primeros bocetos que mañana tengo que mostrarle a Mariana a primera hora. Peter, por ciert-
–Voy... –interrumpió y la miró–. Perdón, mamá. Voy un minuto al baño, ya vuelvo.
Se levantó sin darles tiempo a réplica y se escabulló hacia el pasillo de los baños sin saber siquiera por qué lo hacía.
–Hola.
Ella miró su brazo, que retenía su mano fría y luego le dedicó una seria y fría mirada.
–¿Qué haces acá?
–Vine a cenar con mi familia.
–Sí, y tu mujer –se soltó con fuerza de su agarre y se acercó a la canilla para lavarse las manos. Lo miró por el espejo y añadió–: Sabías que estaba acá, ¿por qué viniste a buscarme?
–No sabía que estabas en este rest-
–Te estoy hablando del baño, Peter. ¿No podías esperar cinco minutos más para que yo vuelva a mi mesa?
–No fue intencional cruzarte.
–¿No? A mi me parece que si. ¿Vas a dejarme en paz en algún momento?
–¿No lo hago acaso?
–Peter –suspiró y lo miró–. Yo te quise mucho –lo miró a los ojos y tragó una angustia que sintió cual nudo en su garganta–. Estoy trabajando en dejar de hacerlo pero vos... vos no me dejas, apareces cada vez que intento dar un paso para dejarte atrás.
–Lali, yo...
–No –lo interrumpió–. Vos te casaste, hiciste tu vida, la vivís todos los días con otra persona. Déjame ser feliz a mi también.
–Vos me pediste que cumpliera mi palabra. Sabes que no es esto lo que yo quería para nosotros.
–Pero es lo que nos tocó. No me hagas cargo a mi de que estemos separados. Vos fuiste el que ocultó todo desde un principio –le aclaró y le dedicó una última mirada antes de volverse y regresar a su mesa con una sonrisa.
Mariana dejó primera el lugar y lo hizo en compañía de aquel hombre a quien Peter no pudo verle la cara. Los Lanzani dejaron el restaurante pasadas las doce de la noche y Paula se despidió de sus suegros para que su marido la llevase hasta el puerto donde se encontraría con sus amigas de Tenis para embarcarse en un viaje de fin de semana a Punta del Este para competir en unos torneos de amateurs de dobles. Peter la saludó con un corto beso en los labios y subió a su auto para dirigirse a su casa.
Inconsciente, o quizá más consciente de lo que pensó, desvió unas cuadras de su camino para estacionarse frente a la casa de los Espósito. Lo que no premeditó es que minutos después llegaría un auto negro del que se bajaría Pablo Martínez, quien caminaría hacia el lado del copiloto y le abriría la puerta a Lali que bajó sonriente y tomándole la mano.
–Gracias –sonrió y él cerró la puerta para apoyarse sobre el coche y dejarla a ella entre su cuerpo y éste. Le corrió un mechón de pelo y ella sonrió.
–Me gustas, Lali.
Ella sonrió y se corrió para caminar hasta su puerta. Él la siguió a la par con las manos en los bolsillos.
–Gracias por esta noche maravillosa.
–¿A mi? No, gracias a vos. Que me viniste a buscar, me llevaste a un restaurante precioso, y ahora me volves a traer a mi casa...
–Y te beso antes de acostarte... –dice frenando el paso.
–No me besaste todavía –dijo ella en un susurro acercándose a él con una sonrisa. Y fue entonces que él la tomó de la cintura, con la otra mano tomó su rostro y se inclinó hacia ella para besar sus labios con una tranquilidad que a ella le supo transmitir para acallar alguna voz que estaba intentando gritar dentro suyo. Ella simplemente acarició su antebrazo y cerró sus ojos para entregarse a aquello que sentía, por primera vez desde hacía mucho tiempo, como algo de paz.
Sonrieron al separar sus labios y ella lo miró a los ojos.
–Buenas noches –susurró y entró en su casa.
–Buenas noches, Lali –le respondió él antes de que cierre la puerta.
Y suspiró para girar sobre su eje y justo al mirar hacia el frente lo vio a él, pasmado ante lo que acababa de ver y sin capacidad de reacción. Pablo suspiró, agitó su mano en son de saludo, y se metió en su auto para luego arrancar y perderse en el empedrado.
Él arrancó su auto unos minutos después, cuando la luz de la ventana de Lali se iluminó ante sus ojos. Dicen que cuando la verdad te explota en la cara, uno no sabe que hacer con ella. Pero la realidad es que, además de la verdad, a Peter le habían arrancado la venda de un tirón de los ojos, como cuando te depilas con cera y no te dicen que respires antes del dolor. Él tenía una verdad frente a sus ojos, y un dolor en el medio del alma.