—¿Entonces sí?
La pelinegra se detuvo mirándome y yo le respondí frunciendo el ceño mientras me quitaba mis auriculares.
Últimamente me había encontrado con un refugio en la música. Cuando mi hermano se fue la quité por completo de mi vida, me recordaba demasiado a él. Pero ya habían pasado muchos años, ya se habían olvidado las canciones que él oía y había descubierto música que no hablaba de nada profundo. Servía como distracción.
—¿Se parece a otro de tus libros?—insistió.
—Sí —murmuré —. Te 4 cher
—¿Por qué todos tus libros tienen títulos en inglés? —Johann habló a mi lado.
Emily bufó.
—Dejá de hacer preguntas tan estúpidas.
Yo ignoré su comentario y decidí contestarle.
—Los escribí en inglés. Se publican primero en inglés —expliqué —. En español tiene el mismo nombre, porque el número cuatro es importante en el título...
—A ver. Cuéntanos más sobre ese libro, Mía Pepper —exigió Emily.
Desconecté por completo mis auriculares antes de hablar y los guardé en el bolsillo de mi jean, para luego acomodar mis manos sobre mis muslos.
—Se trata de un profesor de matemáticas. Una alumna quiere robar las respuestas de unos exámenes, pero termina descubriendo cuchillas ensangrentadas y cosas así. Al final empieza a matar a sus alumnos en fiestas, aterrorizando a la que descubrió todo, claro.
Vi a la pelinegra enderezarse,
—¿Dices que fue Irenka?
Negué con la cabeza, pero de todas formas contesté: —No sé.
Johann se interpuso entre nosotras para hablar.
—No creo que haga algo tan obvio, ¿quién en sus sano juicio lo haría de forma en la que se incrimine a sí mismo?
—Alguien que está asesinando a diestra y siniestra no está en su sano juicio —repliqué —. Es bastante obvio que no se incriminaría a sí misma, por eso mismo pudo hacerlo.
Hubo unos segundos de silencio luego de que hablé. Nadie sabía qué pensar o a dónde apuntar. Yo ya no tenía ganas de pensar... Emily sí, al parecer su cerebro no era capaz de detenerse ni por un segundo, estaba constantemente pensando nuevas ideas, generando nuevas teorías. La envidié. Mi mente había dejado de funcionar días atrás.
—Volviendo al tema —suspiró Emily mirando su mural de posibilidades —. Inna no estudiaba leyes. Algo tienen que tener en común, ¿o los están matando al azar? ¿Y si fue algún tipo de advertencia? Porque Inna estaba cerca de Mía...
Dejé salir una exhalación que fue fácil de interpretar. ¿Acaso nadie ahí adentro tenía un poco de tacto?
Todos nos quedamos en silencio, quizás arrepintiéndonos de involucrarnos en esto o quizás tratando de buscarle algún sentido a lo que pasaba. No podía interpretar sus rostros y hacía mucho frío en la habitación como para no pensar en nada más que en la comodidad de mi colchón.
Johann imprimió algunas fotos y se las entregó a la pelinegra. Emily pegó en el mural una foto de Inna, de Punta Ballena, de Irenka, de mi libro y, finalmente, de AE07. Me detuve en el rostro de la rusa; jamás había visto una foto de ella en la que no estuviese sonriendo.
—¿Y qué pasó con el mensaje de hace unos días? —preguntó Emily volteandose hacia mí.
La miré antes de hablar.
—No volví a recibir nada.
—Al menos se supone que vamos bien, ¿no? —dijo con ironía. Se sentó sobre el escritorio y observó el techo.
—¿Y si es el asesino? ¿Y solo trata de desviar la investigación para incriminar a otro? —Johann se levantó frente a nosotras como si hubiera descubierto la respuesta a todo y, en realidad, solo nos había recordado algo asumido desde un inicio.
—Deberíamos rastrear el número —acotó la pelinegra.
—Es ilegal. Solo podríamos rastrearlo si tuviéramos una denuncia, pero ni siquiera hay razón para denunciar cuando pudo ser un mensaje equivocado, que no digo que lo sea —aclaré destacando el no —. Pero un error sería un buen justificativo ante la ley. Lo que deberíamos hacer es ir a las ubicaciones de los asesinatos o investigar sobre los fallecidos —hablé rápido.
—¿Eh? —Fue la única respuesta que recibí, junto con unos ceños fruncidos.
—Ir al sitio buscar pistas —repetí —. Si los tomaron como suicidios no se habrán fijado mucho en los detalles; a excepción de Inna, claro. E investigar sobre la vida de los fallecidos para saber en qué o con quién más se relacionaban.
Emily comprendió y asintió.
—Entonces investigaré a Denian, Johann investigará a Federic y tú a Inna.
Supe que esa investigación dolería un poco, pero de todas formas acepté. No estaba muy segura de cuánto más tendría por perder.
—¿Y cuándo iremos? —Johann preguntó.
—No sé. ¿Tienen algo que hacer? —indagó Emily elevando sus hombros y agarrando su chaqueta de cuero, antes de caminar hacia la puerta.
Tenía planes en realidad, permanecer acostada en mi cálida y acogedora cama.
Observé a Johann y, tras dedicarme una larga mirada, la imitó; así que yo también lo hice.
Emily hablaba; hablaba, hablaba y hablaba. Que si nos matarían por investigar, que si era Mary saciando su necesidad de aniquilar y para eso nos había reclutado, que si todo era un libro en donde éramos personajes y al final el asesino sería uno de nosotros... En resumen, hablaba.
Johann usaba su celular y le contestaba algunas monosílabas a su jefa. Yo, en cambio, ya siquiera la escuchaba, solo pensaba; pensaba, pensaba y pensaba. Que era mi culpa, que tal vez sí era uno de nosotros, que quizás el asesino nos esperaba en el primer sitio... En fin, pensaba.
Quería conectar mis auriculares para distraerme un poco, pero no quería parecer grosera, aunque ellos siempre lo eran conmigo.
Tras atravesar el gran portón gris de la entrada giramos a la izquierda. El acantilado de Punta Ballena estaba al este, así que era mi primera vez yendo a esa dirección. Le quise decir a Emily que quizás debíamos ir a Punta Ballena, porque la muerte había sido hace poco y, a lo mejor, las pistas seguían allí, pero ése sí había sido un asesinato oficial y —de seguro— ya lo estaban investigando, así que les seguí el paso, sonreí a algunos vecinos que nos saludaron, disfruté del viento en mi cabello y contemplé la cantidad de verde que había en la zona.
Fue un camino bastante rápido. Todo estaba demasiado cerca.
—Llegamos —anunció Emily.
Levanté la mirada del suelo tras oírla hablar.
Un puente con ondas estaba frente a nosotros y caminamos hacia él, así que supuse que era el famoso puente del que tanto se había hablado. A pesar de ver los autos pasar sobre él, no comprendía su función.
—¿No había chocado contra algo? —cuestioné hacia la pelinegra, al no visualizar algo riesgoso de ese estilo.
—Eso dijeron... —murmuró.
Y procedimos a investigar los alrededores en cuanto el tránsito cesó un poco. Igualmente no encontramos nada, ya habían pasado bastantes días desde lo acontecido.
Me sentí una tonta al creer que mi plan funcionaría. Decidimos ir hacia el segundo destino: el edificio de leyes. Sí, dentro del internado, tuvo que ser la primera opción, pero al parecer ninguno se detuvo a pensar para facilitarnos la búsqueda.
Avanzamos con Johann tarareando una canción lenta y, cuando ya estábamos a unos pocos metros del internado, una fuerte frenada nos detuvo en seco, fue acompañada por un golpe. En un instante —que pareció suceder en cámara lenta— los tres volteamos a observar nuestros alrededores, sin conseguir visualizar nada.
—¿Qué fue eso?
Fruncí el ceño y traté de escuchar algo más, pero una clase de quejido fue lo único que reconocí.
—¿Será el asesino? —preguntó Johann, con cierto deje de temor.
—No creo que esté haciendo algo en un sitio tan popular —tranquilicé girándome hacia ellos, que parecían estar hablándose con sus miradas.
—Ve tú —le pidió Emily a Johann.
—¿Por qué yo? —chilló él como respuesta.
Fruncí el entrecejo y sacudí mi cabeza, volviendo a buscar entender qué había sido aquello. Quizás un auto había frenado y luego siguió su rumbo, y nosotros preocupándonos en vano.
Descubrí que tras unos árboles a nuestra derecha había algo de humo, y aquello no era normal. Oía a Emily y Johann discutir sobre quién de los dos iría a ver y no podía dejar de pensar en que —seguramente— alguien podría necesitar ayuda.
—Voy yo —detuve su discusión y caminé sin esperar a que me contestaran. Avancé unos metros con sus miradas perforándome la espalda; los podía imaginar susurrándose entre ellos.
Visualicé más humo. En cuanto reconocí un accidente automovilístico troté hasta el vehículo rojo que se encontraba volcado; podría haber alguien herido y —gracias a mi padre— yo sabía primeros auxilios.
Detecté a alguien arrastrándose a unos metros de mí, en el césped.
En cuanto lo reconocí concluí que encontrar a los Badiaga en desgracia se volvería costumbre. El rubio se levantó, me contempló por un momento y luego decidió ignorarme.
Yo caminé hacia él.
—¡Nibbas! —llamé su atención. Él volvió a mirarme de reojo mientras se trasladaba cojeando lejos del auto, restándome importancia. Yo lo seguí a pasos apurados—.¿Necesitás ayuda?
—No —dijo mientras se apoyaba en un árbol, y se dejó caer hasta que estuvo sentado en el suelo. Estiró su pierna y al instante cerró sus ojos como reflejo; miré esa zona y me encontré con una herida en su rodilla, supuse que había sido uno de los vidrios rotos.
Me arrodillé a un lado de él. Aproximé mi mano a su rodilla con la intención de revisar.
—Si me dejás yo puedo... —comencé a pedir.
Pero él no retiró su vista del vehículo y habló: —Agáchate.
Arrastraba las palabras. ¿Estaba ebrio?
Lo miré frunciendo el ceño.
—¿Qué?
En un lapso de cinco segundos tomó mi mano y tiró de mí hacia él. Dos sonidos similares a disparos y un fuerte olor a humo fueron lo que sentí al caer sobre sus piernas.
Elevé la vista y observé el lujoso auto encendido fuego.
—¡Mía! —oí a Emily gritar. Tanto ella como Johann aparecieron trotando en la escena, con la vista fija en el vehículo incendiado.
La pelinegra se centró en nosotros por un momento y le dediqué una sonrisa a boca cerrada, para darle a entender que todo estaba bien, mientras me alejaba un poco de Nibbas. Aún podía sentir mis manos temblando y me asustó levantarme, de seguro me encontraría con algún que otro mareo.
Nadie dijo nada. Emily tomó el celular de su bolsillo y comenzó a teclear.
Sentada sobre el césped suspiré, observé el auto encendido fuego, algunos residentes aproximándose a observar desde las ventanas de sus apartamentos.
Me tomé un momento para tomar aire y tranquilizarme, para darle de entender a mi propia mente que nada tan terrible estaba pasando, que todos estábamos bien, a salvo, que el incendio se apagaría. Emily ya estaba llamando a la policía. Todo estaría bien.
Suspiré una vez más y me levanté del suelo sacudiendo mi trasero.
Johann se acercó a nosotros y se dirigió a Nibbas: —Déjame ayudarte.
El rubio, herido, analizó por bastantes segundos a nuestro compañero, antes de aceptar su ayuda con un asentimiento. Johann se agachó junto a él, Nibbas le pasó un brazo por los hombros y juntos se recompusieron para alejarnos de la zona. Yo caminé tras ellos, con un poco de temor a que el auto tuviera otra explosión más fuerte.
Tomé mi celular del bolsillo y me dediqué a buscar el contacto de mi guía tan rápido como pude. No sabía cómo funcionaba su dinámica familiar, pero ninguno de nosotros podría hacerse cargo de auxiliar por completo a Nibbas.
—¿Mía? ¿Cómo estás? —Su voz sonaba confusa, porque claro, nunca lo llamé, ¿por qué lo haría?
—Estoy con Nibbas. Tuvo un accidente. Está bien, algo mal de la rodilla, pero su auto ya... —observé el auto incendiado —. No funciona.
—¿Nibbas? —La voz de Nick se tornó preocupada al instante —. ¿Dónde están? Mándame la ubicación... No, no, no. Envíale la ubicación a Liam.
Cortó antes de que pudiese decir algo más y procedí a enviar mi ubicación actual a mi compañero de habitación. Le había pedido su celular un día en el que nos cruzamos en el apartamento y le propuse ¿a quién me dirijo si pasa una emergencia con nuestro apartamento?.
Liam Kanu (compañero de apartamento): ¿Qué?
Quise explicarle pero su respuesta fue más veloz.
Liam Kanu (compañero de apartamento): Ya me explicó Nick. Estamos yendo para allí.
El sonido de sirenas y luces rojas volvieron a traerme a la realidad. Al elevar la vista contemplé a bomberos llegando, mezclándose entre los autos. No tardaron mucho en estacionar. Dos bomberos bajaron del vehículo a gran velocidad y consiguieron apagar el incendio.
Cuando ya no había fuego y el auto se encontraba teñido de negro, le preguntaron a Nibbas qué ocurrió; el rubio menor se alejó de nosotros para hablar con ellos y no tuve forma de adivinar si les mentía, siquiera yo entendía la situación.
Permanecí sentada en la acera junto a Emily y Johann, que tras enterarse que vendrían Nick y Nibbas decidieron quedarse a esperarlos, supuestamente no querían caminar más. Nibbas esperaba a una distancia considerable de nosotros, pero de todas formas me sentía tranquila al saber que lo estábamos acompañando.
A los minutos Liam y Nick llegaron en una camioneta enorme y negra. El rubio bajó y caminó hacia su hermano, mientras los dos periodistas y yo tan solo observábamos.
—¿Qué fue lo que pasó? —Nick le preguntó en inglés al menor, levantando firmemente la mandíbula de su hermano, para que lo mirara a los ojos.
Permanecí atenta ante esa forma de tratar a su hermano.
—Creo que le hicieron algo a los frenos —murmuró mirándonos de reojo, supuse que esperando que no escucháramos, pero, para mi sorpresa, Emily y Johann estaban bastante ocupados susurrándose entre sí.
—Debes tener más cuidado —contestó Nick, soltando su rostro y volteandose hacia nosotros —. ¿Vamos? — Nos sonrió con serenidad, como si no acabáramos de visualizar la reacción violenta que acababa de tener con su hermano. Luego avanzó hacia el auto.
Nibbas ya estaba subiendo al asiento trasero, a él lo siguió Emily y luego Johann. Traté de entrar pero la pelinegra colocó una mano en mi brazo.
—Hay un herido, no podemos entrar todos.
¿Planeaban dejarme ahí?
Miré a Liam, quien conducía, pretendiendo que él lo solucionaría. El castaño siquiera nos había mirado desde que llegó.
—Ven conmigo —me ofreció entonces Nick, subiendo al asiento del copiloto. Fruncí el ceño hacia él —. Vamos, no te puedo dejar aquí.
Palmeó sus piernas. Contemplé a todos, me planteé qué tan raro sería y, sin querer quedarme abandonada junto a un accidente automovilístico sin protagonista, me senté sobre sus piernas.
A lo largo del trayecto él simplemente revisaba los comentarios de su última foto en Instagram, en la que posaba frente a un atardecer, y cada tanto me mostraba alguno divertido. Nadie hablaba y me pregunté si todos haríamos como si no nada hubiera pasado.
Emily no indagaba, Johann no hacía suposiciones, ¿En serio todo lo que acabábamos de presenciar les parecía algo normal. ¿Los adolescentes viven experiencias así a diario? Parecía que hasta los periodistas más metiches cedían ante los Badiaga.
Liam no quitó ni por un segundo la vista de la carretera y el único sonido que había dentro del auto era la radio. Nick había puesto jazz.
Suspiré tras notar que Nibbas me observaba fijamente a través del espejo retrovisor, con la misma desconfianza y repudio que el día en el que nos conocimos. ¿Él también creería que soy una asesina? ¿Creería que maté a su mejor amigo? ¿Que le hice algo a sus frenos?
De igual forma le agradecía el haberme salvado de una lesión.