Llegué al departamento a eso de las tres de la madrugada, media hora más tarde de lo normal. Y es que pese a que ya nos habíamos pasado de la hora oficial en la que cerrábamos el programa, mi jefe me había pedido insistentemente que por favor continuáramos hasta terminar con la última historia que nos narraba otro de mis fieles auditores. ¿Cómo podría haberme negado? Como locutora radial, me debía a mi público, por lo que jamás podría haber rechazado una conversación con ellos, mucho menos a interrumpirlos a mitad de esta.
Y, a fin de cuentas, sabía que no habría nadie esperándome en casa, que de seguro Christopher debía seguir fuera del mapa, sin darme señales de vida; el muy desgraciado ya iba a cumplir más de tres días desaparecido, sin contestar mis llamadas o siquiera darle el visto a mis mensajes de whatsapp.
Estaba resignada. Era la misma historia en un diferente día. Sencillamente no podía con él, era incorregible.
Al entrar al departamento, creí haber confirmado mis sospechas: el lugar estaba vacío. Sin embargo, esto no duró demasiado, ya que una vez que me mantuve en silencio en medio de la oscuridad, pude oír que además del sonido de la lluvia golpeando suavemente los ventanales del departamento, había una segunda respiración ajena a la mía. ¿Había dicho una? No, en realidad parecían ser más bien dos.
Me alarmé sin procesar bien lo que ocurría, y empecé a caminar en medio de la oscuridad hacia la habitación matrimonial que compartíamos con Chris, percatándome de cómo a medida que me acercaba, el volumen de las respiraciones iba aumentando.
Entonces, me detuve frente a la puerta de mi cuarto, la que se encontraba cerrada.
Caí en cuenta de todo. Absolutamente todo.
Llevé una de mis manos a mi boca, cubriéndola, como tratando de reprimir un grito. Ya sabía qué me iba a encontrar ahí dentro, la pregunta del millón era: ¿Quería verlo?
Sacudí mi cabeza, indispuesta a quedarme ahí para oír el espectáculo. Busqué valor en lo más profundo de mi interior, y abrí de golpe la puerta, encendiendo la luz de la habitación.
Repugnante. Asquerosa. No habían otras palabras que consiguieran expresar de mejor forma la imagen que se manifestaba frente a mis ojos. Ahí, en la misma cama en donde dormitaba todas las noches, dos cuerpos desnudos, uno sobre otro, ahogando la habitación con sus gemidos. Era Christopher, mi novio, follándose a una rubia cualquiera como si su vida dependiera de ello.
—¡Christopher! —logré gritar. Fue recién cuando escucharon mi voz que se detuvieron, como si el sonido de la puerta abriéndose, o la luz encendida, no hubiesen sido suficiente como para despabilarlos—. ¿Quién mierda se supone que es esta tipa?, ¿Cómo diablos pudiste?... ¡En nuestro propio departamento!
Me llevé las manos hacia el cabello, frenéticamente, horrorizada.
—C—cariño, te juro que no es nadie —decía él con dificultad, como si la lengua le pesara demasiado como para poder hablarme con claridad.
Mientras tanto, la rubia se vestía rápidamente, sin dignarse a abrir la boca, sabiendo que tenía que irse de ahí, que la diversión de la noche había acabado gracias a mí.
—Esto no es lo que parece, osita... Te juro que no lo es —se excusó, colocándose su ropa.
En tanto, la rubia que ya estaba vestida, se disponía a marcharse, aunque no sin antes detenerse a mi lado para decirme:
—Lo siento, me dijo que no tenía novia.
—¡Tú cállate, maldita zorra! —gritó Christopher.
Me percaté así de lo evidente. Chris estaba borracho hasta la médula. Borracho y acostándose con otra tras haber pasado tres días desaparecido.
¿En qué minuto había ganado la lotería?
—Debes estar bromeando, Chris —murmuré, conteniendo mis lágrimas, consciente de que no valía la pena desperdiciar lágrimas por alguien como él, alguien que no tenía reparo alguno en llevar a una de sus putas al mismo departamento que compartía con su novia—. ¿Cómo es posible que desaparezcas así, y que después de eso, la primera vez que te vea estés borracho y acostándote con la primera rubia de piernas largas que te encontraste?
—¿Por qué te comportas así, osita?, ¿Cuándo fue que te volviste una bruja dominante? —me preguntó, evadiéndome, olvidándose de que hacía menos de cinco minutos que lo había descubierto con las manos en la masa— ¿Quién te crees para controlarme de esa forma?
Lo observé anonadada, para seguidamente cerrar los ojos, intentando mantener mi paciencia.
No podía más. No más. Había soportado muchas cosas de él, había intentado corregirle durante más de dos años. Había tratado, pero en ese minuto ya no pude más. Me rendí y bajé los brazos a la batalla que siempre estuvo perdida.
—¿Controlarte? —repetí—. Christopher, estás faltando al trabajo, te emborrachas en medio de la semana, ni siquiera te dignas a contestar el celular, vienes y vas, desapareces cuando quieres, y por si fuera poco, te acabo de encontrar acostándote con otra... ¿Y aún así dices que te controlo?— bufé, alzando el tono de voz, impactada con su descaro—. Ninguno de tus mejores amigos sabe dónde andas metido, Chris. Llegas y desapareces del mapa, no te importa nada ni nadie. Tú padre me llama a mí preguntando porqué no te apareces en la empresa. ¿Crees que por ser su hijo te tendrá en un buen puesto para siempre? ¡Mierda, Chris, aterriza, ya no tienes dieciocho años!
Tras mi sermón, él solamente se limitó a guardar silencio y desviar la mirada, como si se tratara de un adolescente reprendido por su madre. Pero tal y como le acababa de decir, ya no era más un adolescente, sino que era un hombre de veinticuatro años; con un trabajo y obligaciones que cumplir; conmigo, a la novia que supondría haber cuidado; con responsabilidades y un futuro que estaba mandando al demonio por el estilo de vida que estaba llevando.
Y por otro lado, yo era la estúpida capaz de tolerar su inmadurez, junto con aquella relación increíblemente agotadora que poco a poco había ido destruyéndome, quitándome las energías. Yo era la idiota que continuaba en ese sitio, parada, conversando con el borracho que acababa de engañarme.
Me sentía una tonta. Una verdadera tonta.
Aburrida del eterno e insoportable silencio, me di media vuelta y salí de la habitación, dispuesta a marcharme. Siendo de inmediato seguida por Chris, quien me agarró fuertemente del brazo, haciendo que me girara a verlo.
—¡Suéltame, idiota! —le grité. No buscaba ser detenida, no esta vez—, ¿Para qué mierda me quieres?, ¿Para demostrarle a tu padre que no eres el fracasado que él piensa?, ¿Para hacerle creer a tu madre que puedes tener respeto por las mujeres?... ¡Nada de eso te servirá, Christopher! No eres más que un pobre tipo, un imbécil que no fue ni será capaz de surgir por sí mismo, que nunca logrará tomarse nada en serio —solté, liberándome por primera vez en dos años contra él. Jamás le había levantado la voz, jamás había sentido el impulso de lanzarle en la cara sus verdades, y quizás, ese había sido mi mayor error. Mas, cuando estaba con él, mi personalidad era otra. No me sentía poderosa, al contrario, me hacía débil, pequeña e insignificante, como si la palabra de él fuese la ley, mientras que yo me convertía en una completa sumisa, aceptándola.
Esa noche fue cuando pude decidirme a no aguantarlo más, a dejar de lado cualquier clase de represión. No tenía miedo, ni quería permanecer en silencio.
—¡No me provoques, Lucinda! —exclamó él, apretando todavía más la piel de mis brazos, donde seguro dejaría marcas con sus dedos, como ya había sucedido otras veces—. Si llegas a salir de esa puerta, no volverás a entrar más —me advirtió.
Sonreí, a pesar del dolor en mis brazos por el fuerte agarre, le sonreí con cinismo.
—¿No te das cuenta? ¡Eso es exactamente lo que quiero, idiota! ¡No quiero volver a verte nunca más en mi vida! —le respondí, tirando de mi brazo para zafarme—, ¡Mierda, Chris, suéltame de una puta vez, maldito fracasado!
Y con esas palabras, fue suficiente como para agotar su autocontrol, como para que su mano se dirigiera hacia mi propio rostro, propinándome una fuerte y firme bofetada que impactaría contra mi mejilla izquierda.
Todo sucedió muy rápido, tanto que a duras penas tuve tiempo para darme por enterada de lo que acababa de hacer. Estaba estupefacta, pasmada, buscando la manera correcta de reaccionar.
Llevé una de mis manos hacia la mejilla afectada, palpando mi piel que ardía, confirmando que no había sido una ilusión, que había sido real, tan real como el dolor.
Le dediqué una última mirada, carente de expresión, y caminé por el pasillo, ignorando al que se convertía así en mi exnovio.
—Perdón, osita, perdón... Lucie, perdóname, no debí... No te vayas, nena —escuchaba su voz a mi lado, persiguiéndome.
Lo fulminé con la mirada.
—¡Déjame, Christopher, déjame en paz! ¡Vete a la mierda! —chillé, histérica, aguantándome el llanto— ¡Eres un imbécil, un maldito imbécil! —acto seguido, agarré mi cartera y las llaves del departamento, sabiendo que pronto debería regresar por mis cosas.
Caminé hacia la puerta de entrada con determinación, ansiando salir de ahí lo antes posible.
—¿Ah sí?, ¿Y a dónde diablos irás, perra?, ¿Qué no ves que está lloviendo? —vociferó.
—¡Cualquier lugar es mejor si no estoy contigo! —exclamé sin darme la molestia de voltearme a verlo. Muy por el contrario, salí del departamento cerrando la puerta tras de mí, y atravesé rápidamente el pasillo para subir al ascensor.
Cuando por fin salí del edificio, me permití llorar sin remordimiento, siendo empapada con la lluvia sin piedad alguna.
Empecé a cuestionarme así: ¿Dónde iba a ir?, ¿Quién diablos me recibiría a esas horas para esconderme y refugiarme del mundo?
No tardé mucho en encontrar la respuesta: mis amigos. Sabía bien quienes me recibirían casi a las cuatro de la mañana, llorando y con la ropa empapada. Había dos personas en el mundo que me recibirían con los brazos abiertos, sin detenerse a pensarlo dos veces.
Louis Tomlinson y Harry Styles. Esos dos serían mi salvación.
¡Christopher hijo de (inserten la grosería más horrible)!
Saludos a Lima, Perú especialmente a esa personita que le dió su primera estrellita a esta historia SheyliChipana
Sigamos disfrutando esta maravillosa historia.