"...Pestañeé un par de veces sintiéndome totalmente desorientado.
¿Acaso lo recientemente vivido, había pasado solo en mi mente?
No había otra explicación lógica para encontrarme en el mismo lugar y en el mismo instante.
Agité la cabeza tratando de concentrarme y fue entonces que el terror se apoderó de mí, para arrojarme dentro de una bruma espesa. No podía ordenar mis ideas, estaba demasiado ofuscado como para pensar con claridad. De lo único que estaba seguro: era que aun seguía en el hospital y que aquella puerta, era del cuarto de Susana.
Para aumentar mi confusión, vi como la puerta se abría; esperé ver una enfermera, pero era Candy quien salía con los ojos vidriosos.
Como una bofetada me golpeó la realidad y fui consciente que el tiempo se me terminaba...
Candy se arrimó a la puerta derrotada , su rostro estaba desolado como si hubiera estado ocultando sus emociones antes de salir de aquel lugar. Cuando su mirada se encontró con la mía se sorprendió y trató de componer su expresión. Vi el dolor atravesar sus esmeraldas por una fracción de segundo.
Su rostro me esquivó deliberadamente, mientras se encaminaba hacia las escaleras.
-Me voy – dijo con una sonrisa triste.
-Te acompaño...- aseguré.
-No, no vale la pena.
-Déjame te acompaño.
-¡Pero no! ¡Déjame! - su voz me dejó ver cierta molestia y angustia. Intenté sujetarla sintiéndome impotente.
-¡No, te acompaño! – volví a insistir.
-¡Si haces eso, va ha ser todavía más triste! - su rostro se volvió, y vi varias lágrimas recorrer sus mejillas. – Es inútil permanecer más aquí - bajó las gradas a toda prisa.
-La perdía...la perdía...Era lo único que estaba claro en mi mente.
-Mis piernas reaccionaron y se lanzaron tras ella.
-¡Candy! – pronuncié su nombre mientas corría para alcanzarla en medio de las gradas y abrazarla por la cintura.
La estaba perdiendo por una jugada del destino. Aspiré su aroma, sabiendo que sería la última vez que la tendría así.
-¡No quiero dejarte partir! – susurré - Me gustaría tanto que este instante durase una eternidad... - confesé atormentado.
Quería robarle un minuto a la vida para retenerla a mi lado, pero el destino me estaba arrebatando la felicidad.
-Terry... - sollozó
-No me digas nada. Déjame, te lo suplico... – mi voz se quebró junto con la esperanza de un futuro juntos.
Y lloré...lloré derrotado, porque no tenía nada que ofrecerle, sintiéndome impotente sin saber qué hacer como detenerla. Ella lloraba conmigo, no quería que se fuera, pero era como tratar de detener el agua entre las manos. Sin saber cómo, mis dedos fueron perdiendo la fuerza y se soltaron de su cintura, la perdía para siempre.
-Se feliz – le pedí mientras tocaba sus hombros como mi último adiós – Se feliz Candy – le supliqué.
La solté con el dolor del alma.
-Si no, te lo reprocharé – intenté sonreír, pero era imposible.
-Tú también, Terry, sé feliz – sus ojos me miraron por última vez y vi mi dolor reflejado en sus esmeraldas que habían perdido el brillo.
El preciso instante en que se alejó de mí, me convertí en un barco a la deriva. Sin rumbo. Ahora me daba igual, vivir o no. Por más que la amara, no podía retenerla a mi lado. Había algo que me impedía hacerlo. La culpa.
La vi perderse lentamente tras la ventana, llevándose con ella la razón de mi vida.
Afuera nevaba sin parar al igual que en mi alma.
Que solo, me iba sintiendo con cada paso que ella daba, sin regresar a ver...
-Ahora estaba sin ella, como ella si mi. Jamás la volvería a ver. Era un estúpido, un imbécil por dejarla marchar.
Sostenía la cortina con fuerza tratando de conservar lo último de dignidad que me quedaba y con la esperanza que ella se volteara aunque fuera solo una vez, pero nunca lo hizo.
-¿Por qué no corría y la alcanzaba?... ¿qué me detenía?...
-Terry, todavía estas a tiempo – la voz de Susana me hizo volver a la cruel realidad y a la razón por la cual no podía correr junto a mi amor...- Puedes todavía alcanzarla. – me sugirió.
La miré aun sosteniéndome de la cortina para no hacer lo que ella me pedía. Pero al verla tan indefensa por mi culpa. Supe que no podía hacerlo, a pesar que era lo que más ansiaba.
-No quiero que sufras por culpa de mis caprichos-confesó.
-Susana – repetí su nombre resignado, sabiendo que sería mi condena para toda la vida. - Te escogí a ti – mi voz sonó tan ajena, tan irreal, tan falsa. ¿Cómo pude haber dicho eso? Me reproché en silencio.
-Terry... - su mirada deslumbró el cuarto, pero mi vida estaba desde ahora sumida en las tinieblas..."
Abrí los ojos en medio de la noche, completamente aterrado, mi corazón daba golpes secos y me dolía el pecho. No sabía que era realidad y que no.
Prendí la luz desconcertado y mi mente poco a poco empezó a aclararse. Solo había sido una horrible pesadilla, sí, solo una cruel pesadilla, la cual me dejó palpar el otro lado de la moneda, lo que hubiera pasado si no hubiera tomado la decisión correcta.
Todo era tan vívido, tan real...incluso sentía la desolación en mi alma que esta pesadilla me había dejado.
Mi respiración aun estaba agitada, como si hubiera corrido millas. Me levanté aun aterrado, y fui por un vaso de agua. Mientras bebía con manos temblorosas la realidad fue abriéndose paso en mi adormilada mente.
Recordé entonces con claridad como fui capaz de retener a Candy en medio de las escaleras con un argumento que ni ella se atrevió a refutar. La sospecha que nuestro hijo estaría creciendo en su vientre, era una hipótesis que en cualquier momento se podía convertir en realidad.
Volví a suspirar encontrando poco a poco la calma. Era cierto que le debía mi vida a Susana, pero también era cierto que Candy era mi esposa, mi mujer, en toda la extensión de la palabra y tenía un deber moral, social y con mi alma que cumplir con mi pecosa.
Gracias a Dios.
Vino a mi mente el rostro descompuesto de la Sra. Malrow cuando le presenté a Candy como mi esposa. No se lo esperaba, ella me creía libre como el viento y sin duda enterarse de la verdad de esa manera le debió bajar la presión.
Respiré con el corazón entre rejas. Y recordé claramente como habíamos salido del hospital...
"... No era muy tarde todavía pero el frío me entumecía las manos. Estábamos tan callados y tan quietos en el auto, mirando caer la nieve a través de los cristales...Ninguno de los dos sabíamos que decir.
Sus ojos estaban enfocados en el infinito. Puse la llave en el contacto pero no lo encendí. Mi mano viajó indecisa hacia su rostro que estaba tan frío como el clima. Lo sentí levemente empapado. Pero no era por la nieve, sino por las lágrimas que bajaban por sus mejillas.
-¿Crees que estemos haciendo lo correcto? – preguntó en medio de un sollozo.
-Candy...- tomé su barbilla y la obligué a mirarme – Tu y yo estamos casados y lo correcto es estar juntos – mordió sus labios – Cuando en una decisión está de por medio el amor...entonces ten por seguro que es la correcta. – aseguré sin temor.
- Pero Susana te salvó la vida y ella también te ama...- su voz se resquebrajó al pronunciar lo último.
-Ella no me ama – hablé con convicción – ¿Cómo puede amar a alguien que apenas conoce?
A mi mente vinieron todos los momentos que había pasado con Susana, eran momentos sin trascendencia. Ni siquiera sabía sobre el rancio abolengo de mi apellido. Ni tampoco sabía nada sobre mi vida... ¿que conocía Susana de mí?...Nada, absolutamente nada. Lo que ella sentía, solo era una ilusión que rayaba en obsesión igual que Bárbara.
La única que me conocía por dentro y por fuera era Candy, ella sabía todo de mi vida. Sin si quiera preguntármelo, ella había sido parte de mi mundo, desde el mismo instante en que la conocí.
Candy, había palpado mis malos ratos como ninguna otra persona y me había ayudado a encontrar el camino del perdón.
Jamás podría abrirme con nadie como lo había hecho con ella.
Susana, jamás me amaría como lo hacía Candy, jamás.
Recordé las palabras del profesor de ética del colegio: "quitarse la vida, es un acto de egoísmo al que solo los débiles recurren"
Esta frase cobró fuerza en mi mente y vi todo desde otra perspectiva más impasible. Candy jamás haría eso, pero Susana sí.
Mi amor por Candy se sintió más firme.
-Esto es amor – dije mientras me acercaba a sus labios y los besaba con fervor.
Sus labios me recibieron con la misma angustia que los míos y me besaron con el mismo fervor que el mío. Confirmando que habíamos nacido el uno para el otro y que lucharíamos contra la corriente de ser necesario..."
A lo lejos escuché el cantar de un gallo. Y una ráfaga de sosiego llegó a mi alma. Cerré los ojos, para concentrarme en el momento exacto que sus lágrimas y las mías rodaban al mismo ritmo.
Solo había una persona que me había visto llorar y esa era Candy.
Respiré hondo mientras agradecía en silencio con una plegaria a la Virgen María por darme el milagro del amor en mi vida.
Miré el reloj, era el momento de enfrentarme con uno de mis más grandes retos. Era hora, de hablar con la verdad.
Sabía que la señora Malrow no estaba a esta hora en el hospital, y quería aprovechar su ausencia para hablar con calma con Susana.
Mientras me acercaba a su cuarto iba sintiendo como la respiración se me iba agitando. Toqué con cierto temor la puerta. Y tomé aire varias veces antes de entrar a su habitación.
Susana estaba sentada en la silla de ruedas frente a la ventana y cuando sus ojos me encontraron, una luz iluminó su rostro.
Me sentí un gusano, porque iba a destrozarle el corazón a la mujer que me había salvado de una muerte segura.
Una sonrisa resplandeció en su pequeño rostro, al mismo tiempo que sus ojos me miraban con adoración. Sentí cómo la cara se me caía por las mejillas. Era cruel lo que iba hacer, pero no tenía otra alternativa...
Esto era lo mejor a la larga, pero entonces ¿porque me sentía un canalla?
Comparé esta situación a una fábula de terror, donde yo era el asesino de un corazón.
Tan solo tenía dos opciones: convertirme en el verdugo de esta historia o ser el prisionero de una vida de amargura. En realidad no importaba lo que yo sintiera, sino, lo que más me importaba, era no hacerle daño a la mujer que amaba, Candy, ni dejar que ella sufriera porque el destino se ensañaba conmigo.
Había puesto todo en una balanza y más pesaba mi amor por ella que cualquier otra cosa.
Miré a Susana con pesar, debería ser capaz de hacer cualquier cosa por esta mujer, pero lo único que sentía era gratitud, nada más. La amargura que sentí al reconocer mis sentimientos hacia Susana, era imposible de soportar, casi no me dejaba respirar.
Esquivé la mirada de su rostro para armarme de valor. Percibí como sus ojos se clavaban con ansiedad sobre mí.
-Estaba preocupada por ti – su voz sonó con chispas de recriminación. – Pensé que regresarías...
Levanté los ojos y los posé sobre un cuadro que estaba en la pared.
-Terry...- me llamó y yo aun no encontraba como empezar a destrozarle el corazón.
Le regresé a ver con el rostro lleno de pesar y encontré en ella una sonrisa que me hundía en el remordimiento.
-Quiero pedirte perdón...por lo de ayer – susurró y vi como sus mejillas adquirían un rojo encendido. - No quería ser un obstáculo entre ustedes, pensé, que si me quitaba del medio, les haría la vida más fácil...- abrí los ojos angustiado y sentí como me quedaba sin fuerza para tomar otra bocanada de aire.
Cuando escuché sus palabras entendí la angustia de Candy cuando salíamos del hospital. Entendí sus remordimientos y sus pesares.
Ella me había contado a breves rasgos la conversación con Susana, pero ver el amor de Susana desbordar por sus ojos era como dagas en mi corazón.
-Ayer cuando me llevaste en tus brazos, sentí que aun, si no volvía a actuar sobre el escenario, pensé que quería seguir viviendo junto a ti.
Solté el aire que tenía en los pulmones. Jamás había pensado en un futuro con ella. En cambio para Susana, yo era algo más que un futuro, era sus ganas de vivir ¿cómo podía destrozarle su esperanza? Debería tirarme por un acantilado.
-Terry...yo haré todo lo posible para que me ames -sus ojos brillaban. – Yo estaré siempre junto a ti, seremos muy felices. Lo sé, lo siento, tal vez te sientas un poco triste porque Candy se fue, pero fue su decisión.
La miré sorprendido. Era el momento de hablar. Era ahora o nunca.
Me acerqué despacio y me acuclillé para quedar a su altura, ella me miraba con ojos expectantes. Yo no lo amaba eso estaba claro. Solo tenía que encontrar la manera de decírselo tratando de lastimarla lo menos posible.
Susana sonrió con ilusión, como si esperara una declaración de amor. Ella me amaba con tanta pasión que por momentos mi voluntad se desvanecía. Todos sus sueños eran solo una utopía, que tenían que acabar en este preciso instante.
-Susy...- dije su nombre con pesar tratando de sonar dócil – Sé que me vas a despreciar...- y también a odiar, pensé para mis adentros
-Jamás haría eso... - me interrumpió con ojos flameantes de ilusión.
Levanté la mano para que me dejara continuar. Posé mis ojos en ella con decisión.
-Sé que no tengo perdón por lo que te voy a decir, pero créeme, que es lo mejor para ti, para todos... - a mi mente vino Candy, era solo por este amor que era capaz de dejar todo de lado.
Susana quiso decir algo, pero volví a levantar la mano para que esperara.
- Te pido que trates de comprender...- tomé aire - No te puedo ofrecer nada.
-Eso es lo de menos, a mi no me importa lo material, me basta con que estés junto a mi – levantó la mano para posarla sobre la mía.
Su contacto me produjo un escalofrío, mi cuerpo no toleraba su cercanía. Era una pena que no la pudiera amar.
Negué con la cabeza al ver que ella no entendía mis palabras.
-¿No entiendes lo que te quiero decir? ¿Verdad?
-Claro que lo entiendo, estás preocupado por nuestro porvenir.
-No, no es eso, lo que me preocupa- tomé aire- no me refiero a lo económico, me refiero, a que no te puedo ofrecer un hogar, una vida en común.
Enmudeció de repente. Me miraba tratando de esquivar la verdad que se venía sobre ella.
-No puedo ofrecerte nada, porque simplemente, un hombre casado, no tiene nada que ofrecer a una doncella como tú.
-¿Qué? – sus ojos se abrieron desconcertados
-Me casé hace algún tiempo atrás, por eso no puedo ofrecerte nada, que no sea mi ayuda económica y mi apoyo moral en todo lo que necesites. – vi como se desangraba su corazón a través de sus ojos.
Se quedó muy callada al darse cuenta de la verdad que le cayó como un balde de agua fría. Sus ojos se volvieron vidriosos y vi como se iba sintiendo por mi culpa desdichada.
-Lo siento Susy, mi intención jamás fue lastimarte, debí hablar claro desde el inicio, pero jamás creí, que llegarían las cosas a este extremo.
-Mentira... - negó con su cabeza.
-Escúchame, no sé como agradecerte por lo que hiciste por mí. Tengo una deuda contigo, que no te la podré pagar mientras viva. Pero también tengo un deber que cumplir con mi esposa.
-¡No! ¡No te casaste! ¡Mentira! – su voz se alzó un par de octavas más de lo normal.
-No hagas las cosas más difíciles, no tengo porque mentirte.
-¿Te casaste con Candy? – me sujetó la mano con dureza y sus ojos destilaban odio.
-Si.
-Pero ella dijo que se iba.
-Si ella se va, me iré con ella, porque yo estaré donde ella esté...
Intenté quitar la mano de su agarré pero ella se aferró con fuerza.
-No me dejes... - suplicó entre sollozos.
Sentí como se me llenaban los ojos de lágrimas al ver el dolor y la angustia traspasar por su rostro. Yo no era una persona sin sentimientos y esto era demasiado.
-No te hagas esto Susana, por favor...- me levanté y su mano se aferraba más a la mía.
-No me tienes que explicar nada, yo esperaré hasta que te separes de ella, esperaré el tiempo que sea necesario - imploró.
-Susy, no vale la pena, yo no valgo la pena – aclaré con la esperanza que entendiera.
-Si...si vales la pena, eres todo para mí, eres mi vida. – sus ojos suplicaban...
-Por favor – levanté la mano que estaba suelta – Te haces daño con cada palabra.
-No, yo te amo – insistió mientras lloraba amargamente.
Respiré hondo y traté de quitar mi mano de la suya. Nunca pensé que ella reaccionaría de esta manera. Miles de sentimientos contradictorios me inundaban, quería salir de ahí, pero al mismo tiempo, tenía miedo de dejarla sola.
-El amor es otra cosa, Susy. – ella negó con su cabeza – El amor es mirarse en los ojos del otro y saber que tu corazón está seguro ahí. El amor no se obliga, porque nace con tan solo una mirada.
-Pero yo siento todo eso por ti.
-No Susy. Mírame. – le pedí - ¿Qué vez en mis ojos?
Sus ojos vidriosos me escudriñaron como nunca lo habían hecho. Mordió sus labios tratando de calmar el llanto.
-Tal vez, aun no me ames, pero me amarás.
-¿Qué ves en mis ojos? – repetí
-Sufrimiento, pena -agachó la mirada derrotada.
-Ahora me voy. – dije mientras intentaba soltarme de sus manos.
-No, no te vayas. – sostuvo mi mano con más fuerza mientras suplicaba.
-Suelta mi mano, por favor.
Ella miró nuestras manos, la mía recta tratando de no tocarla y las de ella entrelazadas sobre la mía.
-Terry, por favor, no me dejes.
-Tengo que hacerlo, es lo mejor para los dos. – esto era insoportable.
La miré con dolor y a la vez con firmeza. No me quedaría y supe en ese instante que nunca más debía volver a verla. Susana soltó mi mano despacio sin dejar de ver nuestras manos. Apenas me sentí libre de su contacto di un paso atrás.
Sus ojos me buscaron desesperados. El golpeteo de la puerta fue propicio para que me alejara más de ella. Una enfermera ingresó y aproveché para salir sin regresar a ver.
Caminé desolado por el puerto, necesitaba la brisa fría del mar para aclararme y sobre todo para tranquilizar a mi conciencia que aun estaba estrujada por el remordimiento.
Me sentía vil, pero al mismo tiempo aliviado. Una y otra vez venía el rostro suplicante de Susana, nunca vi tanta desilusión en un rostro. Ni siquiera cuando Bárbara se enteró que me había casado se asemejaba al desolado rostro de Susana.
Levanté los ojos hacia el cielo mientras sentía el aire frío filtrarse por la bufanda sobre mi rostro. Lo único que quería, era alejarme de todo lo que me recordara a Susana, irme lejos de ella, de todo lo que la rodeaba...
Continuará...