¡Hola!
Antes de pasar a la lectura me gustaría proponeros algo. ¿Qué os parece si en cada capítulo nuevo a partir de ahora, publico un vídeo (booktrailer ) o una imagen sobre la trilogía que vosotros mismos hayáis creado para que todos puedan verlo?
Solo tenéis que subirlo a Youtube una vez acabado y enviarme el enlace junto a vuestro usuario, en el caso del vídeo, o adjuntarme la imagen a esta dirección: Anissabdm@gmail.com.
Se respetará el orden de llegada :)
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PESADILLAS. PARTE 2.
Esa imagen sobrecogió mi cuerpo. Pasé de largo mientras ella volvía a dar vueltas y subí las escaleras. La puerta de mi habitación se abría, pero no había nadie detrás de ella. Dudé, una fuerza extraña me apartaba y me atraía hacia ella al mismo tiempo pero, finalmente, entré. Esa tampoco parecía mi habitación, estaba vacía, a excepción de una cama que no era como la mía. Estaba cubierta por unas pesadas cortinas y una retorcida enredadera vieja. La rodeé, intentando ver a través de los pliegues de color sangre. Me acerqué a ella, aparté el terciopelo hacia un lado y un grito agudo lo invadió todo. Caí hacia atrás al tiempo que la cabeza inerte de Christian saltaba del lecho ensangrentado y caía a mis manos putrefactas. Entonces, sus ojos vacíos se abrieron de par en par y clavaron la mirada en mí. Sus labios se curvaron, fueron a decir algo pero, en lugar de eso, exhalaron un último aliento. Sus ojos se apagaron y su piel comenzó a transformarse en polvo. Mi cuerpo entero se estremeció, su cabeza resbaló de entre mis dedos y cayó haciéndose mil añicos al tiempo que millones de rostros desfigurados me miraban y me señalaban como culpable...
Abrí los ojos sobresaltada y busqué a mi alrededor. Estaba de nuevo en aquel pueblo abandonado. Me giré hacia un lado, pero Christian no estaba. La vela, ahora apagada, aún humeaba, así que no debía de haber pasado mucho tiempo desde que se había marchado. Me llevé una mano al pecho e intenté respirar con normalidad, a pesar de que mi corazón no palpitara. Me sentía exhausta, como si llevara horas corriendo.
Me senté en la cama y me cubrí con las mantas, no porque tuviera frío sino porque me sentía más protegida, pero no me tumbé, me apoyé contra el cabecero y me rodeé las rodillas con los brazos, demasiado temerosa de volver a dormir, de volver a soñar. Solo pensar en ello me provocó una gran inquietud, no era capaz de recordar bien lo que ocurría, pero me venía a la cabeza una y otra vez la misma imagen: él, pálido, no blanco, sino mortecino, con los ojos abiertos, la mirada cristalizada y... sin vida. Sus ojos no tenían brillo, su boca no se torcía en ninguna sonrisa y sus labios estaban amoratados. El sonido de un gemido acudió a mi mente; uno de dolor, con el que desaparecía su último aliento. Llegados a ese punto, mis uñas se clavaban con fiereza en mis palmas, mi cuerpo entero temblaba y un profundo e inexplicable dolor se apoderó de mi corazón.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Christian saliendo de entre las sombras de la habitación. Tuve que ahogar un grito del susto.
—Creía que te habías marchado.
—Te dije que no iría a ninguna parte.
Se acercó y se sentó a mi lado, pero yo retrocedí un poco.
No era capaz de ver la realidad, el rostro «vivo» y atractivo que me preguntaba una y otra vez qué ocurría. No, le veía ahí, más pálido de lo normal, con ese color marfil en el rostro, uno que no mostraba expresión alguna, tan inexpresivo como la fría roca, tan inerte como ella.
Helga, Valentine y ahora yo. ¿Y si era una señal? Ellas me lo habían dicho, me lo habían dejado claro. No importaba la forma o su nivel de cordura porque en sus ojos había verdad. Le miré y sentí espasmos de dolor en mis entrañas.
¿Y si era cierto que yo terminaría con su vida?
—¿Lena?
—Estoy bien —mentí. Apenas era capaz de hablar por el miedo y la congoja. Él buscó mis ojos para obligarme a mirarlo y tomó mis manos con cuidado. Intenté controlarme para que no notara que temblaban, pero fracasé.
—No, no lo estás.
Observé sus manos entrelazando las mías y tomé aire.
—No quiero hablar de ello —confesé—, por favor. Christian tomó aire y frunció el ceño. Parecía debatir algo importante en su interior.
—Lena, hay algo de lo que debemos hablar. —Lo miré con atención y cautela al mismo tiempo. No podía ser algo bueno—. Estoy en una encrucijada. Jamás en esta vida o en cualquier otra te dejaría sola, pero los últimos acontecimientos no tienen sentido y hay cosas que debo hacer para poder protegerte.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a regresar unos días a La Ciudad, a comprobar que los De Cote están a salvo y a averiguar todo lo que debamos saber, pero es demasiado peligroso llevarte.
—¿Piensas regresar a La Ciudad sin mí? —Abrí mucho los ojos—. ¿Vas a abandonarme en este lugar?
—Es demasiado peligroso —repitió.
—¡Peligroso! —exclamé—. Ayer la cabeza de Lisange rebotó contra el coche, ¡aquí! ¡En este lugar!
—Gareth y Gaelle te protegerán y Elora y Lester se asegurarán de que no se acerquen guardianes.
—¿Elora y Lester? ¡Me matarán en cuanto tengan la oportunidad!
—No, no lo harán. No te dejaría con ellos si tuviera la más mínima duda al respecto.
«Sí, exactamente igual que con Valentine...»
—Voy a regresar a La Ciudad contigo, Christian. No pienses que vas a dejarme aquí.
—Solo quiero tu seguridad, no intento huir de ti. — Eso me dejó bastante cortada—. La Orden no es lo que más me preocupa en este instante.
—¿Qué es entonces?
—El Ente. —Me miró directamente a los ojos—, ese es nuestro mayor problema.
Me revolví inquieta.
—¿Por qué?
—El Ente todo lo puede, Lena. Destruye todo lo que ve, y en este momento tiene su vista clavada en nosotros. Si apareciste en La Ciudad fue porque era el lugar más tranquilo y desapercibido para ellos. Hasta la muerte de Caín, estaba completamente seguro de que desconocían tu existencia, pero sea como sea, después de la aparición de la Orden de Alfeo no dudo que hayan descubierto su error. Querrán enmendarlo antes de que se corra la voz.
—¿Su error? ¿Te refieres a mí? ¿A que no debo estar aquí?
—Sí.
—Y por tanto a ti también...
Él se acercó y se sentó a mi lado.
—Este lugar es como La Ciudad, demasiado inactivo para atraer su atención. Podemos enfrentarnos a la Orden, Lena, pero no al Ente.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Mantenerte a salvo. —Soltó con total seriedad—. No hagas ninguna locura. Dudo que hayan sido ellos, pero debemos ser cautos.
Torcí el gesto.
—Si no era Lisange, ¿por qué alguien intentaría hacernos pensar que lo era? ¿Y quién?
—Eso es algo más que debo averiguar.
—Quiero que me digas la verdad. ¿Qué está pasando?
—No permitiré que nadie te haga daño. Eso es lo único que puedo decirte.
Deseaba tanto poder ayudar, ser capaz de percibir si el peligro estaba cerca antes de tenerlo encima.
—No es justo que me apartes de esto. Yo también quiero saber que están bien. —Él apartó un mechón de mi cara.
—Yo solo me preocupo por ti; el resto del mundo puede pudrirse, si así lo desea.
—Mientes. Sé que te preocupa Lisange. Tú no lo crees, pero yo sé que no eres como dices ser.
Él guardó silencio. Esperaba que lo negara, pero no lo hizo. Sin decir nada más me tumbé en la cama y le di la espalda. Durante un par de minutos él no hizo nada pero, entonces, sentí su brazo rodeando mi cintura y su voz junto a mi oído.
—Tú eres lo único que ocupa mis pensamientos —susurró.
—¿Por qué siempre tenemos que hacer las cosas como tú digas? ¿Acaso lo que yo quiero no importa?
—Lo que tú quieres es irracional. Tengo algo más de experiencia que tú, Lena. Entiendo tu frustración, pero regresar juntos solo nos haría más vulnerables a ambos.
Esa frase fue suficiente para hacerme recordar mi sueño, las palabras de Helga y Valentine, y uno de mis más profundos miedos. Yo era un peligro para él, igual que para todos los demás.
—Ojalá no tuviera que depender siempre de la protección de alguien. Si pudiera defenderme yo misma...
—Aún eres joven.
—¿Para qué? La edad aquí no sirve de nada.
—Normalmente nadie aprende a defenderse hasta pasada la primera década.
Me volví hacia él.
—Normalmente, a los que son como yo, no les persigue un grupo de sádicos guardianes antes de cumplir el año.
—No quiero que te veas obligada a pelear, a que pierdas la inocencia al acabar con alguien.
—¿Incluso habiendo el riesgo de que acaben ellos conmigo? ¿O... contigo?
—Nadie volverá a hacerte daño, eso te lo garantizo.
—No es eso lo que quiero. No quiero tener que estar preocupada, temiendo todo el tiempo que pueda ocurrirte algo.
—Ni yo que intentes salvarme, Lena, porque ya lo has hecho. —Bajé la mirada, abatida—. Pero si te hace sentir más segura —continuó—, te enseñaré algunas cosas cuando regrese.
Volví a alzar mis ojos hacia él pero, en vez de contemplar su hermoso rostro, solo fui capaz de ver la mortecina máscara de piedra de mi sueño. Yo era un peligro y, por mucho que me costase asimilarlo, si esa era la única manera que tenía de protegerlo de mí, entonces, debía retroceder un paso y dejarle marchar. Me abracé a su cuerpo y apreté los labios con fuerza, deseando ser más fuerte. Él me estrechó contra su pecho y los dos contemplamos, en silencio, cómo la noche daba paso al nuevo día.
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