Zigeunerweisen

By Dhabih

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"Llevaba noches fantaseando con la misma imagen, la efigie de porte elegante y mirada de cielo nocturno, imag... More

XIII
Delator
The stage
Mensaje
Asesino

Zigeunerweisen I

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By Dhabih


Lo dejó regresar a la oficina, dialogaron con el jefe pero no lograron convencerlo de permitirles participar en la investigación, ni siquiera cuando le contaron de sus hipótesis. 

A Hasgard le pareció rara la actitud sobreprotectora de ese hombre, recordaba vagamente que había sido buen amigo del padre de Cid. Sin embargo, en esos años, el asesino comenzó su trayectoria y tras la muerte del padre de su amigo, incluso el jefe se había alejado de él. Por eso ahora le parecía ilógico que se mostrará tan preocupado.

—Te cambiaremos de casa — informó sin darle vueltas al asunto — reduciremos la compañía, muchos saben de la ubicación de nuestros sitios seguros, me temó que el asesino tiene un informante.

—O podría obtener la información de las víctimas, tras largas horas de tortura hasta el más valiente se quiebra — fue la hábil respuesta de Cid.

Hasgard no opinó, ni siquiera cuando sintió la mirada del jefe sobre él.

—Es tu único amigo, ¿cierto? Él se encargará de hacerte compañía. Te recuerdo que debes ser prudente, mi hija está preocupada y tu estupidez la pone en peligro.

La tensión entre ambos era notable, Hasgard se sintió fuera de lugar, creía que estaba en una conversación que no debía escuchar, no sólo por respeto sino por salud mental.

Un momento después, el mayor les entregó las llaves y la ubicación, para su sorpresa, la casa quedaba cerca del centro de la ciudad.

La orden era simple: encerrase y esperar.

Cid insistió en detenerse a comprar víveres, y aunque eso era algo bastante imprudente, le permitió que lo hiciera. No tardó demasiado, pero comida era lo que menos llevaba, de las bolsas de papel se asomaban las botellas de ron, Hasgard enarcó una ceja, Cid sólo se encogió de hombros.

No dijo nada, condujo en silencio hasta la casa y se sorprendió porque era particularmente bonita.

—Es mi regalo de bodas — fue lo que Cid dijo en cuanto entraron — sería bastante irónico morir aquí. Donde se supone que voy a pasar los mejore años de mi vida.

Lo siguió hasta la cocina donde acomodó las cosas sobre la barra, tomó un vaso para jugo y se sirvió ron, recordó ofrecerle a su acompañante hasta que ya casi terminaba el líquido. Hasgard aceptó la botella que le ofreció, bebió directamente y se sentó en uno de los bancos, no sabía porque tenía esa sensación de pesar sobre los hombros. No le importó que su amigo tuviese que destapar su propia botella.

Lo ignoró, pues tampoco quería que sus sentimientos nublaran su buen juicio.

—¿Cuándo pensabas decirme todo eso de la boda? — le reclamó sin poder evitar el tono ofendido — o es sólo otra de tus bromas de mal gusto.

—No, no es broma. Pensaba decírtelo unos días antes, es peligroso que muchas personas se enteren, pondríamos en riesgo a mi futura esposa. Sobre todo ahora.

En parte aquello era cierto, Cid se había ganado el odio de varios criminales, ambos eran un blanco recurrente de atentados y amenazas. Pero no podía creer que no lo considerara alguien de confianza, no estaría entre sus planes divulgar la relación. A pesar de lo que sentía, podía seguir siendo su amigo.

—Al final, sí fue ella la elegida.

Cid se sirvió más ron antes de responder.

—Siempre fue ella.

Hasgard sabía bien que las cosas quedaron en pausa por culpa de las desgracias que sacudieron la vida de Cid. Un huérfano, nunca será un buen partido. Los tres eran muy jóvenes, Cid apenas si podía sostener sus gastos, casi deja la escuela y tuvo que olvidarse de ella aunque nunca se vio muy afectado.

Hasta se podría creer que esa despedida ni siquiera le importó.

—¿Cómo se reencontraron? —preguntó mientras se perdió en el líquido de la botella. No quería mirarlo a los ojos.

—Me invitó a cenar hace casi un año, y me propuso matrimonio en esa cena, frente a toda la familia. Yo sólo pude responder que sí. El jefe no pudo negarse, hemos pasado este año recuperando el tiempo, creo que funcionamos.

—El amor nunca envejece, pero me sorprende que tú lo sientas.

—Quizá… sólo estoy cansado de estar solo.

“Tan insensible” pensó, sintiéndose ligeramente regocijado. Continuaron compartiendo alcohol en silencio, hasta que les resultó difícil, mantenerse en pie. La última vez que habían bebido así, fue aquella en que le confesó su amor.

Suponía que Cid prefería no arriesgarse a tener otro rato incómodo y por eso puso distancia. 

Pero esta vez rebasó todos sus límites, completamente perdido avanzó con dificultad hasta su habitación. Hasgard no pudo evitar mirarlo con otras intenciones, encontró apetecible la piel de su cuello, se sintió valiente, se supo atrevido y lo siguió.

Lo acorraló en la puerta, se sorprendió al no encontrar repudio en esos ojos negros que lo miraban expectantes. Tan sólo había en ellos la misma mirada indiferente que le caló hasta el alma.

Y lo besó.

Para completar el sueño, fue correspondido. No había ternura, sólo una extraña ferocidad alimentada por el deseo contenido. No podía negarse que era excitante tener esas manos perfectas aferrándose a sus costados.

No deseaba dar por terminado el contacto, no sabía si lograría concretar un beso más. Pero la necesidad de respirar le ganó la partida y tuvo que abrir los ojos mientras se alejaba con cautela.

—Pensé que ya lo habías superado — fue la frase que se estampó contra sus esperanzas, en todos esos años Cid lo había ignorado y ahora se lo recordaba así, con tanta naturalidad. Estaba por darle otro puñetazo, cuando fue invitado a pasar. 

La habitación era elegante, tenía el toque femenino de una mujer joven. Cid se recostó en la cama, incitándolo a acompañarlo. No pudo negarse, se acomodó encima de él y beso su cuello, no pudo pedirle que lo tocara de nuevo, se conformó con sentir los dedos que acariciaban su cabello con inusual ternura…

Lo escuchó pronunciar su nombre, pero las palabras sonaron distantes, quiso mirarlo y no pudo enfocar su rostro. 
Maldijo internamente al alcohol.

Despertó sólo en la misma posición en que recordaba haberse acostado. Con la ropa puesta y temblando por el frio de la mañana. La ventana estaba abierta, el humo del cigarro le reveló la ubicación de su acompañante, salió al balcón para encontrarse con un Cid completamente fresco, calmado, con ropa limpia y bebiendo café.

—¿Qué hora es? —preguntó cubriéndose el rostro con las manos para no ver el sol de frente.

—Las seis, para ser una niñera, eres muy descuidado.

—Lo siento… — hizo una pausa — respecto a lo de anoche…

—No volverá a suceder, culpemos al alcohol y agradece que te quedaste dormido.

El celular comenzó a timbrar en el bolsillo de su pantalón, tuvo que desatender la conversación para contestar. Era el jefe, tenían un nuevo hallazgo y necesitaba que Cid revisara la escena. Si el asesino le estaba dejando pistas tenía que averiguarla.

Lo trasladó a la escena del crimen, de nuevo tuvo que aguantar las ganas de vomitar. Había sangre y flores, un corazón, por el estado del cadáver se suponía que todo ese “escenario” fue montado entre las cuatro y las cinco de la mañana. 

Cid revisó la escena, las flores, analizo a la víctima. Negó un par de veces con la cabeza y miró a Hasgard que atendía una llamada en ese momento.

Se arrodilló para tranquilizarse, todos los presentes notaron su turbación. Hasgard se acercó con lentitud, puso la mano sobre su hombro para darle apoyo.

—Esto… todo esto… me está retando — comenzó a balbucear — esta mujer tiene el corazón entre las manos y flores de cerezo en el pecho. Ella está en peligro y es mi culpa.

Un oficial se acercó a ambos y titubeó antes de entregar el recado que tenía para Cid.

—Señor, acaba de llamar el jefe… me dijo que su prometida no llegó a la escuela esta mañana, nadie sabe dónde está.

No necesitó decir más, Cid se puso de pie y en un descuido de Hasgard, salió corriendo. Era evidente que estaba desesperado, no le importó que su amigo le gritara que todo era una trampa. 

No se detuvo.

Hasgard lo persiguió, el aire no le era suficiente para pensar y continuar la carrera. La última vez que lo vió fue cuando dio vuelta en la esquina. Las calles vacías lo hicieron notar todo el miedo que sentía. No había ruido, ni personas, solo la inmensa sensación de pérdida que le cercenaba el alma.

No pudo alcanzarlo.

Los archivos decían que entre la desaparición y la muerte de la víctima había un lapso de siete días. Por ese tiempo podía mantener la esperanza de encontrar lo con vida.

Para su desgracia, pasó cinco días sin recibir noticias de él.

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