—Y papá dijo que se estará quedando un tiempo en un hotel. —Alcé la cabeza para volver a mirar a Farrah, sentada sobre la lavadora, frente a mí. Tenía las manos a cada lado de sus caderas y ella se dedicaba a mover las piernas mientras cuidaba de no golpear sin querer la máquina—. Y luego verán qué hacen. Pero ya llevan una semana y no ha pasado nada.
Farrah bajó la cabeza para mirarme. Un poco del cabello se le fue a la cara y acabó por cubrirle medio ojo. Se había hecho un moño para que no le molestara, pero siempre habían algunos mechones que no alcanzaba a meter dentro de su broche.
Su cuerpo era delgado, quizá más que cuando nos conocimos, y alcanzaba a ver su torso curvado debajo de la holgada sudadera que llevaba puesta. Debajo de ella sobresalía el borde de su falda escocesa roja. Luego de algunas semanas con ella, llegué a la conclusión de que Farrah estaba atravesando una rara transición para convertirse en una punk de los noventa.
Enterró la cuchara en su tazón de cereales sin leche y engulló una gran cantidad mientras me observaba con la frente arrugada, como si estuviera midiendo la profundidad del tema, o preguntándose qué iría a comer para la cena, porque eran las seis de la tarde.
De fondo alcancé a oír una canción de Ritchie Valens que sonaba desde mi teléfono.
—¿Ya se habían peleado así antes? —acabó por preguntar.
Suspiré y comencé a negar.
La última vez que tuvieron una palea de ese tipo fue hace años. Papá se había enterado de que mamá estaba saliendo con alguien más y nunca supe exactamente cuál fue el problema, pero ella pareció abrumarse y se fue de la casa, aunque volvió unos días más tarde.
Sabía que ellos no eran una pareja, pero en mi mente no podía figurar a ninguno de los dos con alguien más.
Y tanto en aquel momento como en este, seguía preocupándome la idea de que Marnie ya no volviera.
Me dispuse a contarle a Farrah sobre lo paranoico que era, pero la lavadora que estaba detrás de mí soltó tres pitidos antes de que una señora comenzara a sacar su ropa y meterla en una canasta. Así que me limité a cerrar los ojos y descansar mi cabeza en su pecho mientras la abrazaba.
Ella pasó sus brazos por sobre mis hombros y dejó un beso sobre mi cabello antes de seguir comiendo. El crujido de los cereales que provino de su boca me hizo reír.
—¿En serio no estás molesta conmigo? —pregunté con miedo.
El día que Jordan me echó de su casa, marqué el número de Farrah y le conté lo que había sucedido porque temía que él lo hiciera antes y luego se enojara ella también. Pero no lo hizo. Me respondió con un seco «¿para eso me has llamado?» y luego cortó. No volvimos a hablar al respecto.
—¿Crees que te dejaría usar mis tetas de almohada si estuviera molesta contigo? —cuestionó sabiamente.
Me aparté un poco sólo para ver su rostro. Ella aprovechó para llevarse más cereal a la boca.
—¿Quizá? —bromeé.
La lavadora comenzó el centrifugado, Farrah dio un pequeño respingo y algunos cereales cayeron sobre su ropa y la máquina, pero continuó tragando.
—No quiero mentirle a Jordan —comenzó luego de un largo silencio—. Así que si vas a tener algo con él, deberías contarle sobre la relación, o aberración, que tenemos. —Se alzó de hombros—. O dejar de ser tan empalagoso conmigo. Pero eso lo veo menos factible.
Alcé las cejas y la miré, pero ella ya no se estaba fijando en mí, sino que parecía estar concentrada en su tazón. No estaba seguro si se trataba de un ego inflado, o ella de verdad creía que yo no era capaz de dejarla al cien por ciento. En cualquiera de los dos casos, tenía razón. No tenía intención de apartarla cuando nos estábamos llevando bien.
—Yo no creo que Jordan vea como algo factible el perdonarme —confesé.
Farrah comenzó a asentir, aún sin alzar la cabeza.
—Yo no lo haría —estuvo de acuerdo—. No tenías derecho. Tú no eres su mamá.
Chasqueé la lengua y resistí al impulso de volver a descansar la cabeza en el pecho de la pelirroja. No me gustaba cuando tenía razón.
Guardé silencio para intentar identificar la canción que ahora salía de mi teléfono. Había encendido el reproductor de música hace tiempo, pero entre el sonido de las lavadoras y nuestras charlas, apenas sí era capaz de reconocerla.
Farrah pareció hacerlo antes que yo, porque comenzó a reír y me levantó una ceja.
—Eres el primer vejete con el que salgo.
Yo también reí. Comencé a mover mi cabeza al ritmo de Blue suede shoes, de Elvis Presley.
—¿Se supone que eso es un halago?
Farrah se alzó de hombros. Le arrebaté la cuchara con la que estaba comiendo y más cereales cayeron. Retrocedí unos pasos antes de que ella pudiera quitármela y comencé a cantar sobre la voz de Elvis mientras bailaba.
Usé la cuchara como micrófono y saqué el teléfono de mi bolsillo para subirle el volumen. Farrah empezó a reír con más fuerza y tomó algunos cereales del tazón con su mano para metérselos en la boca.
—¿No puedes dejar tus piernas tranquilas?
Simulé estar tocando una guitarra y negué con energía. Ella dio un pequeño salto para bajarse de la lavadora y pisó algunos cereales de camino hasta mí. Le extendí la mano y la hice dar una vuelta cuando la tomó. Bailamos una versión muy barata y poco coordinada del swing hasta que Farrah comenzó a hacer el paso egipcio. La imité y reí con ella.
Abrí la boca para seguir cantando cuando, en un aparente impulso, ella tomó mi rostro y me besó. Se lo correspondí como pude, porque los dos estábamos muy emocionados por presumir nuestros asombrosos pasos de baile como para detenernos y besarnos como se debía.
Farrah hizo el paso del robot. Solté una carcajada y la abracé por la espalda para que detuviera esa aberración. Ella chilló e intentó continuar, pero su movilidad ahora estaba reducida y entre las risas fuertes que parecía no poder detener, posiblemente desistiera en algunos segundos.
—¿Van a limpiar eso?
Los dos levantamos la cabeza. En el pie de la escalera, con una canasta entre sus brazos, la señora que había estado lavando la ropa en la otra punta de la lavandería del edificio nos alzó las cejas.
Miré a mi alrededor. Habían cereales por el suelo y sobre la lavadora. Nosotros parecíamos mucho más descuidados que el cuarto, con nuestros cabellos revueltos y mejillas enrojecidas. Asentí y me quedé mirándola, a la espera de que se marchara. La señora nos examinó a ambos con desaprobación disimulada antes de subir las escaleras y marcharse.
—Has hecho enojar a la señora —regañé a Farrah sin soltarla, sólo para molestarla.
Ella siguió riendo y se volvió para mirarme. Fueron tal vez dos o tres segundos de puro silencio con I'm A Believer de fondo (sí, la canción de Shrek) hasta que volvimos a besarnos. Los dedos de Farrah se fueron a los botones de mi camisa, donde comenzaron a luchar por desabrocharlos mientras soltaba palabrotas por lo pequeños que eran. Yo me dedicaba a mantener sus labios ocupados para que no fuera capaz de seguir profiriendo improperios, además de empujar nuestros cuerpos de regreso a las lavadoras.
Podría parecer que todo estaba yendo muy rápido, pero había que tener en cuenta que la última vez que intentamos algo semejante, fuimos interrumpidos por mi hermana. Y eso fue hace como dos milenios. Me arriesgaba a sonar muy sensible, pero la extrañaba. Bonus: soy sensible. Así que íbamos a acostarnos cuantas veces se nos diera la gana y donde nos apeteciera. Incluso en lugares públicos, como la lavandería de mi edificio.
Separé mis labios de los de ella para cantar una estrofa de la canción y ella aprovechó para sentarse al borde de una de las lavadoras.
—¿Y si viene alguien? —preguntó entre risas.
—Me pondrán en la lista de delincuentes sexuales, probablemente.
Eso pareció no importarle, porque cruzó sus piernas alrededor de mis caderas y enterró su rostro en mi cuello. Suspiré. Ahora estaba sonando una canción de Grease de fondo. Metí las manos debajo de su sudadera y ella apoyó su cuerpo en el mío. Pareció desistir de desabrochar mi camisa y optó por pasar sus brazos por detrás de mi cuello.
—Te fuiste hace media hora —dijo papá detrás de mí—. Evidentemente eres incapaz de mantener tu miembro dentro de tu pantalón.
Detuve mi mano donde estaba. Farrah pareció asustarse, porque quitó el rostro de mi cuello y giró la cabeza hacia las escaleras con demasiada prisa. Papá se encontraba en el primer peldaño, con el antebrazo apoyado en la baranda y expresión cansina, como si viera esto todos los días.
Y sólo para que constara, no, claro que no. Yo no hacía eso todos los días. De hecho, Farrah era la primer chica que pisaba mi casa en casi un año. Mis padres ni siquiera conocían a Lola.
—Está dentro de mi pantalón —le informé con calma, sin apartarme de la pelirroja.
Me pareció, por experiencias previas, que sería peor si me mostraba nervioso o culpable.
—¿Tú no estás en una de mis clases? —me ignoró papá y se dirigió a Farrah.
Ella abrió los ojos con evidente pánico. Se veía mucho más aterrada de lo que me imaginé que podría llegar a ponerse y ni siquiera fue capaz de abrir la boca para hablar. Bajé una de mis manos y le acaricié la pierna.
—Adiós. Estás arruinando nuestro momento. —lo acusé con enfado.
Kit abrió la boca para responderme, pero volvió a cerrarla y suspiró.
—¿Puedes quitar la mano de su pecho mientras me hablas, al menos? —me pidió—. No se le va a caer.
En ese momento reparé en que, en efecto, tenía mi otra mano ocupada en el pecho de Farrah, debajo de su sudadera. Ella también pareció haberse olvidado, porque entonces abrió más los ojos, horrorizada, y me miró.
—Lo siento —murmuré en dirección a la muchacha.
Cuando volví a mirar a papá, él ya se encontraba subiendo las escaleras de nuevo.
—Te quiero a ti y a tu novia en el departamento en cuanto acaben con la ropa —me ordenó—. Cenará con nosotros.
***
Holii.
El baile que hacían Marco y Farrah o es uno súper viejo que estuvo de moda hace muchas décadas ja, ja. Pero ellos bailaron una versión mucho más torpe y desordenada donde se pisaban todo el tiempo.
PREGUNTAAAAA
¿Con qué personaje se sienten más identificados?
¿Cuál es el que peor les cae?
Bai <3