Y entonces, tú.

By nxriamartin

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Mayo de 2024. Fina Valero acompaña a su mejor amiga, Carmen, a una audición en Dronning Productions, pues la... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XIXX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI

Capítulo XXXII

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By nxriamartin

Habían tomado un tren relativamente barato y que salía a media mañana, decidiendo que sería mejor llegar a la estación de Figueres un poco más tarde de la hora de comer. Fina había insistido en preparar bocadillos de lomo con queso para las dos, alegando que los precios del vagón restaurante iban a ser demasiado caros para la calidad de la comida. Marta había accedido después de una juguetona discusión en la cocina de la empresaria, que había concluido con ambas mujeres lanzándose pequeñas pullas y besándose a partes iguales.

Figueres era una de las ciudades más cercanas a la frontera con Francia, y la más cercana a su destino que tuviera estación. Para cuando salieron del pequeño edificio ya tenían un coche esperandolas en el aparcamiento, el conductor listo para completar la última hora de trayecto que tenían por delante antes de llegar a la que sería su casa durante diez días. Fina se quedó dormida poco después de sentarse en la parte de atrás, su cabeza apoyada contra el cristal del coche y su mochila en el regazo, cargada de agua y pequeños aperitivos para saciar su hambre. La había visto contar entre bocados, una pequeña técnica que supuso que servía para que la joven volviera a disfrutar de la comida y saciarse más fácilmente.

Marta admiraba lo mucho que podía comer la costurera, pero también admiraba lo poco que engordaba en comparación. Ella había pasado muchos años controlando sus dietas, intentando evitar sobrepasarse para poder seguir dando la imagen normativa que se esperaba de ella. Desde pequeña le habían inculcado que tenía que mantenerse delgada y bella, que su físico siempre sería su carta de presentación. Y por ello había pasado años y años pendiente de no salirse de la norma, de que sus arrugas fueran acordes a una mujer de menor edad. Sus genes ayudaban, pero el paso del tiempo se hacía cada vez más evidente, y ella cada vez necesitaba más kilómetros recorridos y más tiempo en el gimnasio para contrarrestar cada plato.

Marta no quería pensar en los ocho años de edad que las separaban y todo lo que podían implicar. Caer en ello era asomarse de vuelta al último escalón de una larga escalera de caracol en la que era muy fácil tropezar y caer, una espiral de odio contra sí misma que había tardado muchos años en escalar. Las paredes de aquella interminable torre estaban decoradas con grandes cuadros negros firmados por sus ausencias, y ella no tenía ningún interés en volver a admirar el arte de no sentir. Había llegado a la cima de la torre y había descubierto una galería repleta de coloridos cuadros, las grandes pinceladas de color surgidas a manos de la costurera.

El conductor descargó el par de maletas que habían guardado en el maletero y recibió la propina que la empresaria le daba, charlando animadamente con él y deseándole una buena semana. El hombre había resultado ser un viejo conocido de la familia con una empresa de chóferes similar a la del padre de Fina, y mandaría a uno de sus empleados a recogerlas el día y hora que habían acordado. La costurera, sin embargo, ignoraba toda esa conversación. Le era imposible fijarse en algo que no fuera la gran casa de campo que había ante ellas y que parecía fusionar perfectamente lo rústico de su construcción con el más moderno de los lujos.

Habían subido varias colinas y se encontraban a varios metros por encima del nivel del mar, un mar que parecía conectado al terreno de delante de la casa por una pequeña escalera de piedra y madera escondida entre la maleza. Esa escalera estaba pegada al exterior de la alta valla que delimitaba la finca de los De la Reina, y estaba indicada tan solo con un pequeño cartel que informaba que la Cala Nica y la Platja de s'Alqueria gran estaban ambas a pocos minutos caminando, una bajando las escaleras y otra en dirección norte. Y Fina no podía acabar de creer que las vistas panorámicas de las montañas y el mar del Cap de Creus fueran reales, por mucho que las tuviera delante.

—Marta, ¿qué cojones?

—¿Qué pasa?

—Cuando dijiste que tenías una casa en Cadaqués me imaginaba un chalet pequeñito en una urbanización, algo en plan una torre o una casa vieja... esto es... —Fina no pudo encontrar una palabra que pudiera describir la inmensidad de la construcción. No dijo mucho más, siguiendo a Marta mientras ésta seguía el camino de acceso a la propiedad con completa naturalidad, ignorando la magnitud del lugar a causa de la costumbre. Pasaron por delante de una edificación que a la costurera al principio le había recordado a un establo, pero que pronto vio que tenía dos grandes puertas de garaje. Debían caber unos cuatro o cinco coches dentro, quizá más.— Dios mío.

Habían llegado a la entrada de la casa, un gran portón de madera oscura frente a ellas, contrastando con las claras piedras grises y marrones de las paredes. A medida de que dieron los últimos pasos hasta la puerta Fina pudo captar el reflejo de agua por el rabillo de ojo, imaginándose que en aquella dirección estaría la piscina que había mencionado Marta en su llamada de la noche de San Juan. Qué lejos parecía haber quedado aquella llamada, y qué extraño se le hacía estar en la casa de verano de la mujer. Marta sacó un llavero de su mochila y buscó la llave que coincidía con la robusta cerradura, que se abrió con un sonoro click. No tardaron en oír el pitido de la alarma, instándolas a introducir el código para desactivarla, algo que Marta hizo casi automáticamente.

—Pues ya estamos aquí. —murmuró la mujer tras introducir los seis números y ver cómo se encendía una luz verde, el incesante pitido parando en seco. Se giró hacia Fina y sonrió, evidentemente nerviosa.— Esta es la casa de verano de mi familia...

Fina estuvo a punto de comentar que el recibidor de la mansión era más grande que su habitación de casa de su padre pero, pese no habría sido mentira, decidió no hacerlo. Con algunas paredes de piedra y otras pintadas de blanco y enormes vigas de madera en el techo, la estancia estaba equipada con todo lo necesario para cualquier persona que entrase o saliera de la casa. Colgadores para las prendas de abrigo, un zapatero con banco para sentarse, una consola decorada con flores y un espejo, incluso un arcón de madera maciza que también parecía ser usado como banco tal y como evidenciaban los dos cojines que lo decoraban.

—¿Vamos? —preguntó la mujer, sacando a Fina de su atenta observación. La costurera la miró y asintió, viendo como la otra tomaba la maleta que había traído y la empezaba a arrastrar por el pasillo. Fina la siguió, constantemente maravillada por las dimensiones de todo lo que la rodeaba. Al recibidor lo siguió un pasillo con una escalera a la derecha y grandes arcos que daban a otras estancias. A través de uno Fina pudo ver de pasada un gran despacho con estanterías repletas de libros, con arcos que daban a habitaciones contiguas a ambos lados de la estancia y un gran ventanal a través del cual se veía el mar. Otro arco desvelaba un comedor que seguramente estaría pegado a la cocina, mientras que al final del pasillo podía atisbar un sofá de color verde musgo que indicaba que allí estaría la sala de estar. Marta subió las escaleras.— Mejor nos instalamos y luego te enseño el resto de la casa, así tienes el dormitorio localizado.

—Vale...

—En esta planta están los dormitorios, por allí están los de mi tía, mis primos y los de los niños, —Marta señaló las puertas que había al fondo del amplio pasillo, separadas unas de otras por varios metros de distancia.—, y hacia este lado están los de mi padre y hermanos, y el de Júlia claro. El mío es el que hay casi al fondo, la primera puerta que hay a la izquierda. —la mujer explicaba la distribución de la casa sin dar más importancia a la inmensidad de ella, recorriendo metros y metros hasta llegar a la estancia que quería, al final del pasillo a la izquierda.— Pasa.

Fina entró en la habitación que la mujer había abierto, encontrando un gran dormitorio de paredes blancas similares al del resto de la casa y muebles de madera maciza. Al fondo, en una esquina a la derecha al lado de un gran ventanal, podía atisbar una puerta que parecía dar un baño. Sin embargo no pudo fijarse en mucho más, pues dicho ventanal había captado su total atención. Dos tonos de azul se unían en el horizonte, el mar y el cielo fundiéndose a lo lejos. Desde esa habitación no se veía nada más que el mar, al menos desde el interior.

Ignorando por completo que su pareja se había quedado tan atónita por la inmensidad de la casa como embobada por la belleza de las vistas, Marta se puso a deshacer la maleta, el ruido del plástico chocando contra el suelo cuando la abrió haciendo que Fina saliera de su pequeño trance. Decidió que saldría al balcón a ver mejor las vistas en cuanto tuviera ocasión, pero que ahora será mejor deshacer su maleta también. Colgó un par de camisas que no quería que se arrugaran más, para después imitar a Marta, que iba dejando sus cosas en los estantes del armario. No solía ser tan ordenada cuando viajaba, prefiriendo no sacar nada de la maleta directamente, pero no quería causar una mala impresión. Dejó su pijama sobre la almohada, fijándose en una fotografía que había sobre la mesita.

No tenía ningún tipo de duda de quiénes eran, pues Marta era la viva imagen de su madre, y tanto la mujer como la niña de la fotografía eran completamente idénticas. Marta había cambiado muy poco, para sorpresa de la costurera. Por supuesto que ahora era una mujer y su rostro había perdido esas facciones redondeadas e inocentes que tanto destacaban en el retrato que ahora miraba, pero conservaba los detalles más importantes y que tanto la definían. Era evidente que la mujer que ahora deshacía su maleta en un lado de la habitación era la misma que esa niña que sujetaba un helado en sus manos y tenía manchas de helado en las comisuras de sus labios.

Pero Fina nunca había visto a Marta tan feliz como lo era aquella niña con su helado, vestida con un peto de tirantes amarillo y dos coletas a los lados. Y Fina no pudo evitar pensar que, con suerte y paciencia, ella tal vez podría intentar que volviera a reír como lo había hecho de pequeña.

—¿Es tu madre?

—¿Eh? —Marta le dedicó una rápida mirada, para después bajar la vista a la fotografía.—Sí.

Marta dejó de lado la maleta y se acercó a la otra. Tomó el retrato de las manos de la otra y la observó durante unos largos segundos, el azul de sus ojos tiñéndose de tristeza. Siempre le había gustado esa fotografía, no solo porque recordase ese día con cariño, sino porque su madre había quedado retratada para siempre con su vestido favorito, de estampado floral y que le llegaba a las rodillas.

—Es preciosa.

—Sí. —Suspiró.— Creo que aquí yo tenía unos diez años. Fue uno de las últimas veces que vinimos a pasar el verano aquí, y mamá se pasó cada día comprándonos todo tipo de dulces, chucherías y demás comidas que nunca nos dejaban comer. Si no fuese porque no parábamos quietos, mis hermanos y yo habríamos tenido que volver a Madrid rodando. —Ambas mujeres rieron, una disfrutando de aquél divertido recuerdo y la otra disfrutando de los instantes de genuina felicidad de la primera.— Ahora sé por qué lo hizo, y no puedo dejar de pensar en que ojalá hubiera disfrutado más de aquellos helados y chucherías.

—¿A qué te refieres?

—Le habían diagnosticado su enfermedad aquella primavera, en los últimos meses antes de que acabase el curso escolar. No nos lo dijo, pero echando la vista atrás recuerdo que iba a "hacer recados" sin nosotros mucho más frecuentemente que normalmente, y otros días le daban migrañas y no nos dejaba entrar a verla a la habitación. —Marta tragó saliva.— Esta foto la tomamos en junio, creo. En ese momento aún parecía sana, pese a no estarlo.

—¿Supongo que ya estaba en tratamiento?

—Sí. Tuvo a los mejores médicos, pero el suyo fue uno de esos casos en los que pese a que las probabilidades estaban de su parte, no consiguió vencer.

Fina asintió, dándole la mano a la otra. Desvió la vista, pensando en su propia madre y en la casualidad de que ella también hubiera sufrido su pérdida.

—Con mi madre fue al contrario. —empezó a decir, recibiendo una mirada interrogante de la otra.— Para cuando los médicos se dieron cuenta e hicieron su diagnóstico, ya no había posibilidades.

—¿Eras muy pequeña?

—Tenía trece años recién cumplidos, y la habían diagnosticado solo un mes antes. ¿Tú?

—Me quedaba poco para cumplir los doce cuando murió.

—Lo siento.

—Yo también. —Marta asintió, dejando que Fina acariciase el dorso de su mano, que aún sujetaba la fotografía. Se quedaron unos momentos en silencio, hasta que Marta decidió dejar el marco de fotos en su sitio e hizo ademán de levantarse.—Venga, vamos a dar una vuelta, que hace muy buen día.

—Sí, por favor. Necesito estirar las piernas, que entre el tren y el coche, han sido más de cinco horas sentadas.

—¿Te apetece bajar al centro? Podríamos ir a por algo para picar, y así aprovechamos y compramos la cena de hoy... Hice la compra a domicilio ayer, pero no nos la traen hasta mañana por la mañana.

—Perfecto.

⟡⊱┄┄┄┄┄┄┄⊰⟡

—Oye —dijo Fina cuando por fin llegaron al centro, sonriendo maravillada por los preciosos edificios que las rodeaban.—, pues ha sido media hora caminando pero se me ha hecho corta, eh.

—La verdad es que las vistas ayudan.

—Ya, es un paisaje super bonito. —Marta sonrió, pensando en que Fina no se había dado cuenta de que el paisaje no eran las vistas a las que ella se refería. Y es que ahora que el sol iba bajando lentamente y se acercaba la media tarde, la luz que las iluminaba resaltaba la belleza de la joven costurera, que sonreía despreocupaba mientras andaban de la mano. «Si es que ella es la mejor de las vistas.»— Aunque la bajada que había al lado del campo de fútbol luego será una subida matadora.

—Sí. Por eso normalmente vengo en moto si tengo opción, así son solo diez minutos de camino y me ahorro las cuestas.

—¿Moto?

—Claro. —Marta tardó en darse cuenta de que Fina no tenía ni idea de la existencia de las motocicletas que había en el garaje por estar cerrado a cal y canto.— Hay un par de motos y varios quads en el garaje de la casa. Las motos solemos usarlas para bajar aquí al pueblo si no somos muchos, pero los quads son específicos para ir por tierra, y al final ocupan casi lo mismo que un coche. Están ahí olvidados y hace años que no se usan, porque ni Julia ni los peques tienen edad para conducirlos solos aún, y siguen siendo peligrosos aunque los conduzca un adulto.

—Claro, no vaya a pasar como en Los Soriano, que el personaje de Isaías tenía un accidente con un quad y se moría por el golpe en la cabeza.

—¿Pero tú qué tipo de series veías de pequeña? —rió la mujer.— Luego dices que Jet Set es mala porque se pasan todo el día follando y drogándose mientras muere gente, como si no fuera lo mismo que esa que dices.

—Bueno, a ver. Jet Set va de niños pijos irresponsables y avariciosos que la lían parda por estar forrados y querer más y más. Los Soriano iba de una chavala que intentaba compaginar sus estudios en el instituto Zurbarán y todas las movidas que tenía con sus amigos con el hecho de que su madre se había vuelto a casar y de golpe eran como ocho en casa. No es lo mismo.

—Claro, claro. —asintió Marta.— Qué vergüenza por mi parte comparar ambas series. Disculpa.— Marta miró a su alrededor, cayendo en la cuenta de que una de las pastelerías que había más abajo le sonaba de algo. Se acercó a la tienda, sonriendo al leer el cartel. El título «Dolços Somnis» iba acompañado de una pequeña aclaración debajo, que decía «O Somnis Dolços...»— Anda, si es la pastelería de doña Consuelo. —murmuró con asombro.— No sabía que seguía abierta...

—¿Quieres entrar?

—Venga, sí. Que así compramos algo de merienda. Ya verás —dijo la mujer mientras atravesaba la puerta del establecimiento, tirando de la mano de Fina para que la siguiera.—, sus cruasanes y bollitos están para chuparse los dedos.

Home, si és la Marta! —dijo una mujer bastante mayor desde detrás del mostrador y con un acento catalán muy cerrado, su pelo blanco y ojos marrones clavados en la empresaria. Llevaba un delantal completamente cubierto de harina y restos de azúcar, y justo había programado el horno con una nueva bandeja de pastas, sacando la anterior y posandola en una de las encimeras.— Feia temps que no et veia per aquí. Has vingut amb la família?

No, he vingut jo, només. He arribat fa una estona. —respondió la mujer con el mejor catalán que pudo. Fina se giró con total confusión, sus cejas levantándose y su boca entre abriéndose ante la revelación de que Marta hablase el idioma. La empresaria ignoró su reacción, demasiado centrada en hablar correctamente la lengua.— Ja sap, així aprofito l'estiu per desconnectar un poc.

Una mica, voldràs dir. —la corrigió la mujer.

Sí, sí. —rió Marta con vergüenza, aceptando la corrección.— Una mica.

Vols uns croissants? Els acabo de treure del forn. O millor un pastís d'aquests de formatge que tant t'agraden.

No, gràcies, doña Consuelo. Un pastís és massa, no... tenemos molta... eh... gana, era?

Gana, gana, sí. —La mujer miró a Fina, que ojeaba los cruasanes con deseo. Tanto Marta como ella sonrieron, viendo como la chica se relamía al ver la capa de azúcar que los cubría.— Doncs la teva amiga sembla que sí que té gana, eh? Emporta-te'n un parell de croissants, que us aniran genial per recuperar forces.

Vale, sí. —cedió Marta, rebuscando entre su bolsa de tela y sacando un pequeño monedero.— Quant és?

U quaranta.

Marta pensó unos segundos, traduciendo el número en su mente antes de sacar tres monedas.

Tengui.

Tingui. —la corrigió la mujer.

—Eso, eso. Tingui. —Marta rió, tomando el paquete de papel que le había preparado la mujer y sonriendo.— Adéu, doña Consuelo.

Adéu, maca. Adéu a tú també, bonica.

—A-Adéu. —Fina imitó la despedida de las dos otras mujeres y siguió a Marta fuera de la tienda, viendo como la otra sacaba un gran cruasán del paquete de papel y se lo entregaba.— Gracias. —dijo con una sonrisa, sujetando el pringoso trozo de bollería.— No sabía que hablabas catalán.

—Lo justo y necesario para hacer vida en el pueblo. —explicó la mujer.— Piensa que vengo cada verano desde que era pequeña, aunque solo unas semanas. Y cuando mi madre aún vivía nos pasabamos el verano entero aquí, así que entre unas cosas y otras, al final algo se te acaba quedando.

—Claro. —Fina asintió, llevándose la pasta a la boca y dando un gran bocado de ella.— Mmmm.

—Qué, ¿está rico?

—Madre mía Marta —respondió la otra con la boca aún llena, pues con ese gran bocado había arrancado una de las puntas del cruasán enteras y ahora se esforzaba en masticarla y no ahogarse en el intento.— Está riquísimo.

—Doña Consuelo lleva unos cincuenta años regentando la pastelería, es la mejor del pueblo creo yo. Aunque hay otra más a las afueras que, aunque no puede competir en tema de bollería y pastas, sí que vende delicias rellenas de crema catalana que son increíbles.

—Ya iremos entonces. Pero hoy no —aclaró rápidamente la costurera.—, no quiero pasarme comiendo.

—Vale, pues mañana.

—Cuéntame más cosas sobre tus veranos aquí, Marta.

—Pues a ver... —Marta se quedó pensativa.— ¿Sabes los quads que te he dicho antes? Pues cuando éramos adolescentes, mis primos y mis hermanos echaron una carrera...

⟡⊱┄┄┄┄┄┄┄⊰⟡

—Pues ya está, al menos esta noche no nos moriremos de hambre. —dijo Marta con una sonrisa, cerrando la gran nevera y acercándose al cajón de los cubiertos, de donde sacó un abrebotellas y destapó los botellines de cerveza que llevaba en la mano. A Marta no le hacía especial ilusión cenar pizza y tortilla precocinadas, por mucho que tuviera que contentarse con ello. Esa noche habían preferido descansar a cenar fuera, notando ya el cansancio acumulado de tantas horas de viaje, y Fina había decidido empezar una extensa búsqueda para encontrar una serie o película que les apeteciera ver a ambas mientras cenaban.— Toma.

—Gracias. ¿Qué te parece si vemos la última temporada de Emily in Paris? Se ha estrenado hoy.

—Ni muerta. —Marta chocó su botellín con el de Fina a modo de brindis, negando con la cabeza mientras se acercaba el vidrio a los labios.— Es malísima.

—A mí me gusta. —dijo Fina, tomando un sorbo también.— Pero sí, lo es. ¿Y Cualquiera menos tú?

—Es esa peli que está basada en Mucho ruido y pocas nueces, ¿no?

—Esta review pone que es una adaptación muy libre, pero sí.

—Sea como sea, nunca será igual de buena que la versión de los noventa. —Marta sonrió.— Esa película me encantaba de pequeña.

—Yo no había ni nacido cuando se estrenó.

—A ver, creo que yo no tenía ni cinco años cuando se estrenó —aclaró Marta.—, pero a mi madre le gustaba mucho ese tipo de películas. Siempre le gustaron Shakespeare y los dramas de época, así que se compró el videocasete nada más salió a la venta. Y como siempre que mis hermanos y yo nos poníamos a jugar ellos se acaban peleando, yo empecé a quedarme con ella en el sofá viendo películas.

—Y ahí fue cuando la tierna y adorable Marta vio a Emma Thompson y Kate Beckinsale en camisón y se dió cuenta que era lesbiana...

—¡Oye! —Marta rió, para después negar con la cabeza y finalmente encogerse de hombros.— Aunque, si te digo la verdad, creo que Keanu Reeves en esa película es una de las razones por las que siempre asumí que era bisexual.

—Claro, pero es que Keanu Reeves no cuenta. Toda lesbiana millenial ha sentido algo por él alguna vez y se ha cuestionado su lesbianismo por su culpa, es un evento canónico. A mí me pasó con Speed, que no sabía si me gustaba más él o Sandra Bullock.

—Mhm. —Marta asintió.— Yo creo que entonces eso también me pasó con Un Paseo por las Nubes... Aunque ahora tengo cero dudas de que me quedaría con Aitana Sánchez-Gijón antes que él.

—Entendible. ¿A quién no le va a gustar una buena MILF?

—Hombre, ahí Aitana solo tenía unos veintiséis años... Espera, ¿es por eso por lo que estás conmigo? —bromeó la mujer, guiñandole el ojo.— ¿Crees que soy una MILF?

—Marta, me llevas nueve años y ni siquiera los aparentas. —Fina rió.— Pero si cambiamos la M de MILF de mother a Marta, entonces sí.

—Sinvergüenza. —la empresaria dejó su botellín de cerveza en la isla de la cocina y miró su reloj.— Aún es pronto, creo que me voy a dar un baño en la piscina antes de que se haga la hora de cenar. ¿Vienes?

—No me apetece bañarme, pero me siento en alguna tumbona y así podemos seguir charlando.

—Perfecto. Pues voy a cambiarme. ¿Me llevas la cerveza a la terraza, por favor?

—Claro.

La empresaria le dió un dulce beso en los labios y salió de la estancia, sus pasos alejándose por el pasillo y la escalera hasta el piso superior. Fina sonrió, dando un sorbo de su cerveza antes de tomar ambos botellines y empezar su camino a la terraza. Cruzó varias estancias, mirando a través de los diferentes ventanales en búsqueda de un camino que uniera la casa con la piscina que se veía unos metros más allá, llegando por fin al salón principal de la casa y viendo la escalera que bajaba hacia ella. Tardó un par de minutos en recorrer el poco inclinado camino, los anchos escalones de piedra llevándola a la gran piscina de agua cristalina. Le sonaba que Marta había llamado a una empresa local para que la limpiasen antes de llegar, de la misma manera que alguien había adecentado la casa y quitado el polvo.

La costurera se sentó en una de las tumbonas y dejó las cervezas en la mesita que había entre ellas, para después sacar su teléfono.

los ex-ángeles de primark 👼

20:08

buenasss

no os he dicho nada antes, pero ya estamos por cadaqués

Carmensita 🌯💃
qué tal está yendo??

ya habéis estrenado el dormitorio
de la casa de verano??😜😜

qué va, ha sido llegar y nos hemos ido a dar una vuelta

necesitamos estirar las piernas

Claudiette 🎀
y abrirlas también

CLAUDIA TIA

JAJAJAJAJAJJA

Carmensita 🌯💃
HAHAHHAHAH

razón no le falta 🤷‍♀️

Claudiette 🎀
como es la casa???

fijo que es enorme

tías sabéis que os dije que estaba segura de que marta era rica en plan muy, muy rica???

Carmensita 🌯💃
sí, y que por desgracia no tiene
primos o hermanos solteros

Claudiette 🎀
por qué?

qué pasa??? es pobre??

al contrario... esta casa debe de valer varios millones de euros

antes ha dicho que tiene 600 metros cuadrados...

... sin contar el terreno

Claudiette 🎀
ostia puta

Carmensita 🌯💃
... oye por casualidad Marta
no estará interesada en tener
una sugar baby no?

imbécil JAJAJAJ

—¿Todo bien? —oyó que preguntaba Marta mientras tecleaba los últimos mensajes y los enviaba a sus amigas.

los ex-ángeles de primark 👼

20:08

os dejo, luego hablamos

os quieroooo

Carmensita 🌯💃
te queremos corazón 💖

—Sí, claro. —Fina levantó la vista mientras respondía, esperando encontrar los ojos azules de la otra.— Todo perf-

Fina tuvo que contener in extremis un quejido de excitación, pues al alzar la vista encontró una imagen que la dejó sin palabras y sin aire. De su fornido hombro colgaba una toalla azul claro, y en su mano derecha sujetaba su teléfono, aún desbloqueado y mostrando su bandeja de correo en pantalla. Pero no era ninguna de esas dos cosas lo que llamó la atención de la costurera, que era incapaz de mover su mirada a algo que no fuera el cuerpo de la empresaria. El infatigable calor de agosto era evidente en su piel, perfectamente bronceada y cubierta con una ligera capa de sudor, los dorados rayos del tímido sol que ahora amenazaba con ponerse pronto iluminando su cuerpo desde atrás.

Fina no era creyente, nunca lo había sido. Pero en ese momento tuvo claro que si ese supuesto Dios existía, había mandado a Marta de la Reina para que el resto de mortales fueran conscientes de que la existencia de un poder supremo, capaz de mandar al más perfecto de los ángeles para dar constancia de ello.

Marta era la mejor de las modelos, su cuerpo desnudo a excepción de un bikini de braga brasileña que quitaría el aliento a cualquiera que la mirase. El azul klein de la tela era una maravilla visual, tan carente de tonos grisáceos o verdosos que dejaba claro que, fuera quien fuere el diseñador de la prenda, sabía perfectamente cómo usar el profundo pigmento para que fuera más impactante. Por primera vez en sus veintisiete años de vida, Fina fue incapaz de fijarse en los detalles de las hechuras de la ropa.

—Fina, ¿estás bien?

Fina podía sentir la mano de Marta en su hombro, podía ver la preocupación en la cara de la otra a medida que se agachaba ante ella e intentaba hacer que la joven reaccionase con un pequeño apretón en su brazo. Pero Fina no se veía capaz, embriagada por la dulce visión que había frente a ella, su boca seca de deseo al tener a la otra delante de esa manera. Intentó responder, pero su garganta no era capaz de proferir nada más que quejidos. Tragó saliva y se lamió los labios inconscientemente, su mano tomando la de Marta y tirando de ella, obligándola a acercarse. Pronto la tibia de la empresaria chocó con la madera de la tumbona, y Fina movió su otra mano al glúteo de la rubia, tirando de ella para que por fin entendiera qué quería.

Y Marta, que a causa de su preocupación solo había tenido tiempo para tirar su toalla y teléfono sobre la tumbona vacía que había un metro más allá, cayó a horcajadas sobre el regazo de la otra. Su jadeo de sorpresa pronto se convirtió en placer, sus caderas uniéndose con fuerza, calando en ella la necesidad que tan claramente mostraban los ojos avellana de la costurera. Fina no tardó en atacar su boca, captando sus labios entre los suyos propios y tirando de ella, ahondando el hambriento beso hasta que la mujer no pudo hacer más que gemir contra su boca. Marta se dejó llevar, respondiendo a cada beso, acompasando sus movimientos de cadera con los de la chica como tantas noches anteriores.

Solo que en esta ocasión, por primera vez desde que habían compartido aquél beso en el sofá, era la costurera la que marcaba el ritmo, la que lideraba sus movimientos. Fina se había dejado llevar por su deseo por primera vez, tomando sus límites y dejándolos de lado, ningún rastro de duda en la manera en la que devoraba sus labios. Pese a que una parte de Marta era incapaz de relajarse, demasiado preocupada por todo lo que podía ir mal, la empresaria sentía que había llegado al cielo.

Esa boca que tanta locura solía desencadenar ahora desató frustración, pues Fina abandonó los labios de la otra tan pronto como los había capturado, haciendo que Marta se quedase con ganas de seguir explorándola con su lengua. Por suerte para la empresaria, su necesidad pronto se vería apaciguada, pues una de las manos de la costurera se había movido de su culo a su pecho derecho, y ahora apartaba con un rápido movimiento la escasa tela que cubría el pequeño seno. Su rosado pezón quedó expuesto para que la hora dorada lo bañase con su esplendor, tan perfecta imagen haciendo que de los labios de Fina escapase un suspiro.

—Marta, eres la mujer más perfecta que he visto nunca.

Su pareja no tuvo tiempo ni de responder, pues en cuestión de segundos la lengua de la costurera hacía contacto con la delicada piel, lamiendo el prieto nudo y haciendo que la otra se estremeciera fruto del placer y la brisa marina que empezaba a soplar. La idea de Marta de nadar ya estaba arruinada, ahora que seguía fuera de la piscina y probablemente cogería frío antes de sumergirse en esas tranquilas aguas. Pero ni ella ni Fina notarían la bajada de temperatura, el calor que desprendían envolviéndolas a medida que sus cuerpos se movían lentamente, uno en el regazo del otro y compartiendo una pasión que solo acababa de empezar a desatarse.

Ah...

Mientras que una mano de la empresaria agarraba el respaldo de la tumbona con fuerza para no perder el equilibrio, la otra había viajado a la nuca de la chica, urgiéndole a seguir con sus acciones mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar. Fina se dejó llevar por su lujuria, disfrutando de la manera en que sus deseos estaban ganando la batalla a sus miedos, la seguridad que sentía al tener el control de la situación evidente en la manera que ahora atacaba con su lengua el pecho izquierdo de la mujer. Volvió a mover sus caderas contra las de Marta, empujando su cuerpo contra el de ella y haciendo que la mujer gimiera, su cabeza inclinándose hacia atrás y sus dedos agarrando la nuca de la costurera con fuerza.

—Fina... —jadeó Marta, sus caderas buscando instintivamente el contacto de la otra. No solía estar tan dispuesta a dejarse llevar y que la tratasen tan dominantemente como lo estaba haciendo Fina en esos momentos. Sin embargo, esta parecía ser una de las raras ocasiones en las que el deseo sobrepasaba su necesidad de ser quien lideraba, y la desesperación e ímpetu de la costurera solo conseguían encenderla más y más. La humedad entre sus labios empezaba a ser visible en la tela de la braga del traje de baño, su labio temblando mientras intentaba hablar.— Necesito que me toques...

La costurera no tardó en complacerla, obedeciendo a la explícita petición. Se inclinó ligeramente hacia atrás, apoyando su espalda contra el respaldo de la tumbona y consiguiendo así colar la mano en el nuevo espacio entre sus cuerpos. Rozó con timidez el centro de la otra, la delgada tela evidentemente húmeda desde fuera. Si su evidente excitación no era suficiente aliento para continuar con sus acciones, los sonoros gemidos que profirió cuando empezó a tocarla acabaron de evidenciar la desesperación que sentía la mujer por ser tocada por fin.

Marta nunca habría imaginado que cruzarían esa frontera así, sin la seguridad y comodidad de una cama, pero no pensaba quejarse. Llevaba días encendiéndose fácilmente, el efecto que tenía haber pasado tantas horas rozando el límite y negándose a cruzarlo en tantas ocasiones era más que evidente entre sus piernas. No se avergonzaba, su atracción por la costurera y sus ganas de hacerla física eran innegables, por mucho que ella misma las hubiera negado por el bien de su pareja. Ahora, por fin, no solo no tenía que esconderlo, sino que podía disfrutar de la que parecía ser la verdadera Fina, mucho más libre y dominante de lo que nunca la había visto.

La mano de Fina se movía lentamente, pero su timidez inicial se iba desvaneciendo con cada caricia, fortaleciéndose con cada respuesta que obtenía por parte de la otra. Marta movió sus caderas al ritmo, aprovechando que la costurera había hecho una pausa de besar sus pechos para capturar su boca en la suya, atrapando su labio inferior entre los dientes y tirando con suficiente fuerza como para hacer que la otra gimiera. La mujer liberó sus labios, sonriendo traviesamente antes de volver a besarla con hambre, sus lenguas jugando mientras los dedos de Fina se rozaban contra su sexo, siguiendo el ritmo que habían ido marcando hasta ese instante.

—Más, Fina... —pidió la empresaria entre jadeos, su boca a milímetros de la de Fina y sus caderas buscando con desespero el roce de sus dedos contra su sexo.— Necesito más...

«Necesito más.»

Cómo dos palabras tan pequeñas pudieron calar tanto, Fina nunca lo sabría. Dos palabras tan minúsculas como inocentes, que como fortuitas gotas de lluvia acabaron cayendo sobre las grietas de la fachada que su deseo había construido por ella y ahora reblandecían sus cimientos. La costurera tomó una bocanada de aire de manera inconsciente y su labio inferior tembló, esta vez de agitación en vez de excitación. La burbuja que el deseo había construido para protegerla ahora empezaba a desmoronarse, primero poco a poco, luego tomando velocidad a medida de que se rompía como el más frágil de los cristales. Como una pequeña bola de nieve que se deslizaba por una ladera, su inseguridad se fue haciendo más y más grande, frenando sus actos en cuestión de segundos y paralizándola por completo.

Fina no respondió al siguiente beso, ni al segundo que Marta le dió tras asumir que simplemente no se habían entendido físicamente durante un instante. Pero pronto la mujer pareció captar que algo no iba bien, sus caderas frenado en seco y sus ojos fijándose en la cara de la otra, intentando descifrar qué podía estar pasando. Abrió la boca para pronunciar su nombre, pero las lágrimas que asomaron en los ojos de la joven cortaron su respiración, la propia cara de Marta empezando a reflejar su estado de alarma como reacción ante el miserable gesto de la otra. Fina consiguió murmurar otras dos simples palabras, que dejaban clara su derrota.

—No puedo. —Fina hizo ademán de apartarse, aún atrapada bajo el cuerpo de la otra. Marta rápidamente se separó de ella, corriendo a sentarse en la otra tumbona y tapando su pecho y regazo con la gran toalla que había dejado allí, en un intento de esconder lo que acababa de pasar.— Marta, tú necesitas más que lo que yo te puedo ofrecer. Y yo... —La empresaria clavó sus ojos azules en Fina, que evitaba su mirada con evidente angustia.— Tú te mereces más, Marta. Yo no soy suficiente.

—Fina, yo no quería decir que... yo- no me refería a- Fina, yo- —balbuceó, incapaz de dar sentido a las palabras que escapaban de sus labios.— Fina...

Marta se sentía mareada, pues había estado a punto de tocar el cielo con los dedos, y ahora había descendido de un plumazo de vuelta a la tierra. Marta pensó en abrazarla, en tocarla. Pensó en mil maneras de consolarla, pero estaba aún tan embriagada de placer y tan confundida por lo que estaba pasando que no supo qué hacer, decepcionándose a sí misma. Fina se levantó, lágrimas cayendo por sus mejillas, y pasó por el lado de la mujer, evitando mirarla a medida que se dirigía a paso rápido hasta los casi llanos escalones que recorrían los tantos metros hasta el mismo salón por donde había salido hacía un rato.

—Fin- Fina- ¡Fina!

La mujer tan solo había tardado unos largos segundos en reaccionar, segundos que para ella siempre serían una espina en su corazón. Aún con la toalla abrazada contra su pecho, se levantó e intentó seguir a la otra, que aceleró sus pasos en cuanto la notó detrás, aún diciéndole algo que Marta no llegó a entender del todo.

—Yo... No puedo, Marta. —fue lo único que entendió.— No puedo... lo siento.

La puerta del salón se cerró tras ella, y Marta, se quedó pasmada a medio camino. Vio como la silueta de su novia recorría la casa entre la oscuridad, dirigiéndose directamente al dormitorio y encendiendo una luz por fin. Y ella, que era siempre tan decisiva, que siempre sabía cómo reaccionar, se quedó allí fuera, incapaz de hacer nada más que apretar sus alrededor de la toalla, las lágrimas cayendo por sus mejillas. Sentía vergüenza por haberse dejado llevar así, por no haber estado pendiente del bienestar de la otra en todo momento. Sentía vergüenza de estar medio desnuda mientras la otra lloraba, un tipo de suciedad que corrompía su cuerpo con cada segundo que pasaba en esa posición. Acomodó sus pechos en la parte superior de su bañador y volvió a bajar los escalones, lanzando la toalla contra la tumbona vacía y dejando escapar un quejido de enfado.

—¡Joder!

Era consciente de que tenía que resistir la necesidad que sentía de ir tras la otra, sabiendo que Fina necesitaba su espacio. Siempre lo había necesitado cuando pasaban cosas así, y el día del incidente del aparcamiento había sido una prueba más que evidente. Ella tampoco estaba en condiciones de hablar, necesitando poner orden en su cabeza antes de hablar con la otra e intentar solucionar el daño que había causado con sus palabras.

Se lanzó de cabeza a la piscina, para después girar dentro del agua y dejar que su cuerpo saliera a flote, sus ojos cerrados en un intento de aislarse del mundo exterior. Tumbada boca arriba podía notar el frío de la noche recién caída sobre su cara y abdomen, haciendo que se le pusiera la piel de gallina, pero no le importaba. Ahora lo único que le importaba era volver a reprimir esa desesperada necesidad de que Fina la tocase, esos sentimientos de lujuria que Fina hacía aflorar tan fácilmente y que les hacían más daño que bien. Tenía que volver a ser la Marta paciente que no tenía problema en esperar, la Marta que priorizaba los sentimientos de los demás y callaba los suyos propios con tal de hacer feliz a quienes quería.

Quizás no sería tan mala idea volver a ser la Marta que era antes de conocer a Fina.

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