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—¡Sí, joder! —grité—. ¡No pares! ¡Oh, mierda...!
Jeno movía la cadera sin parar, clavándome su polla gorda y empapada hasta el fondo, inundando mi ano y produciendo un sonido chapoteante tras cada impacto. Yo tenía los vaqueros por los tobillos, las manos contra el escritorio y una sonrisa malvada en los labios. El lobo se corrió con un fuerte gruñido y quitó las manos con las que agarraba la cadera para tirarme del pelo y rodearme el cuello con su enorme bíceps como si tuviera intención de ahogarme entre sus músculos. Se corrió una segunda vez, me mordió el cuello donde pudo y se inclinó, llevándome con él y pegándome la cara contra el escritorio hasta correrse una tercera vez y llenarme de aquel semen denso y caliente. Tras las contracciones y la inflamación, nos quedamos así. No era la postura más cómoda del mundo, pero mi sueño de follar en el despacho del idiota de mi jefe Minho, se había hecho realidad. No solo eso, sino que además había sido con un puto lobo, a los cuales el racista propietario chino despreciaba con toda su alma. Ah... las dulces ironías de la vida...
—Joder... —jadeé mientras Jeno me lamía las heridas que me había hecho en el cuello al morderme. Se le desinfló la polla y pudimos incorporarnos. Me estiré un poco, me levanté los pantalones y los abroché mirando al lobo atarse de nuevo el cinturón—. Estás muy guapo con el pelo corto, Jeno —murmuré.
El lobo levantó su mirada de densas pestañas y sonrió un poco.
—Manada cortó el pelo esta noche. Mañana abrir de nuevo Luna Llena —respondió.
Solté un murmullo de comprensión y asentí antes de caminar hacia la puerta.
—Quieren estar guapos para los humanos, ¿eh?
—Lobos solteros gustar mucho Luna Llena —respondió, siguiéndome de cerca por el pasillo rodeado de cajas de vuelta a la tienda.
—Me imagino...
Al oír aquello tuve una punzada de preocupación en el fondo de la mente. No porque Jeno fuera al club y se follara a otro humano, después de todo, los lobos solían tener muchos loberos a los que visitaban para satisfacerse. No, lo que me preocupaba era que me sustituyera con otro y dejara de venir a mi casa a sudar las camisetas y pantalones. Además ahora, que había comprado tanta puta ropa XL para él.
— ¿Y por qué rayos has venido a la tienda? —quise saber, tomando la dirección de la pared de refrigeradores y deteniéndome frente a la sección de comida precocinada.
—Tienda no huele a otros machos. Bien —me dijo, pegado a mi espalda.
—Bien —murmuré tras un breve silencio y una mirada por el borde de los ojos—. ¿Qué te apetece cenar? —le pregunté entonces, señalándole las docenas de marcas y platos que había allí—. ¿Comes pescado?
—A Jeno le gusta solo la carne.
— ¿Solo carne? —Miré la selección. Había muchas cosas con carne, pero la mayoría tenían también verdura y las demás ya se las había llevado.
—Y huevos —añadió—. Y leche.
—Hay huevos y leche —respondí, caminando hacia el final del pasillo para ir a la sección de lácteos—. ¿Alguna marca en especial?
—A Jeno le gustan todas. Le gusta tomar mucha al despertarse.
—Muy bien, pues nos llevamos un par de litros —decidí, inclinándome para coger un par de botellas de la marca más barata. Con ellas entre las manos, salí en dirección a donde estaban los huevos y cogí dos docenas—. Hay queso y pavo en casa, te haré una tortilla enorme.
El lobo gruñó de una forma afirmativa, como si la idea le gustara, y me siguió hacia la mesa donde estaba la caja. Pasé todo por el lector junto con un paquete de cigarrillos, metí la mano en el bolsillo y pagué con unos billetes arrugados y las pocas monedas que encontré.
—¿Has venido en el Jeep? —le pregunté. Cuando asintió con la cabeza, le entregué la bolsa con todo y le dije—: Vete a esperar allí media hora, terminará mi turno y vendrá la señora Taeyeon. Si ve a un lobo aquí dentro le dará un ataque a su oscuro y seco corazón.
—Este territorio manada —respondió él con su pecho hinchado y su cabeza levantada—. Jeno puede estar donde quiera cuanto quiera.
—Jeno va a esperar en el puto coche o Jaemin se va a enfadar —repetí, pero de una forma más clara y contundente, ahorrándome explicaciones que no necesitaba.
El lobo gruñó con enfado, pero le duró poco cuando puse mi cara seria y mi mirada cortante; entonces se llevó la bolsa y siguió gruñendo por lo bajo de camino al coche. Me dejé caer en la silla de oficina carcomida que tenían al lado del mostrador, sintiendo cierta incomodidad al notar el culo mojado y viscoso del sexo. Solté una queja por lo bajo y levanté las piernas para cruzar los tobillos sobre la mesa antes de sacar el móvil. Ya siempre tenía una pestaña con el foro abierto, salí del subforo de Compra y Venta para entrar en el de los trastornados omegas. Me sonaba haber visto varios hilos sobre el tema y... sí, había innumerables de ellos de mujeres y hombres que andaban a lloriquear porque sus lobos se follaban a todo lo que se moviera. Me decidí por «¡Mi lobo está visitando a otras mujeres! ¿¿Qué hago??», solo porque era de los primeros y con más respuestas. Allí, una usuaria llamada ΩXtelaΩ, respondió: «Los hombres lobo son una raza con mucha libido, incluso fuera del celo, y hasta que no encuentran a su Omega o desarrollan una relación más fuerte como el VC (Vínculo Completo) o el marcaje; suelen frecuentar la compañía de varias parejas sexuales. Siempre depende del lobo, por supuesto, pero, por desgracia para nosotros/as, eso suele ser lo más común. No desesperes. Si le sigues cuidando y alimentando, seguirá yendo también a tu casa y tendrás la oportunidad de convencerle para que te elija».
Me pasé la lengua por los dientes y guardé el móvil antes de cruzarme de brazos. Jeno tenía que seguir viniendo a casa sí o sí; al menos, durante una semana más. Porque ponerle dos pares de ropa durante la misma noche iba a ser un poco estúpido. No olerían tan fuerte y puede que los putos esnifadores se quejaran... Le daba muchas vueltas a aquello cuando llegó la señora Taeyeon. Bajé los pies de la mesa al instante y me levanté al ver su apretado moño por encima de la caja registradora. Ella se detuvo, arrugó su pequeña nariz y puso cara de asco, oliendo el leve aroma que había dejado Jeno en el aire. La saludé como si yo no oliera nada y ella me ignoró por completo para ir a revisar el dinero y decirme algo similar a «Na, Nah» con un gesto de la mano para que me fuera. Fui al pasillo, cogí mi cazadora y salí a la calle. En la acera de enfrente vi el Jeep de Jeno bajo una farola. El lobo estaba dentro, mirando al frente y, juraría, todavía gruñendo con enfado.
Subí y le miré con tranquilidad. El coche apestaba tanto a él como el edredón de casa, un olor a sudor denso, caliente y fuerte que te entraba por las fosas nasales y te aturdía. El lobo no dijo nada, solo se descruzó de brazos y encendió el motor para salir en dirección a casa. Cuando llegamos al portal, todavía estaba un poco enfadado, siguiéndome muy cerca y con la bolsa en la mano. Entramos en casa, menos apestosa que el coche, aunque cada día se le iba acercando más y más; dejé las llaves en el taburete verde, me quité la cazadora y la llevé a la habitación. Saqué solo mi cajetilla casi vacía y arrugada y el zippo.
— ¿Pasa algo, Jeno? —le pregunté con el cigarro en los labios.
Me había seguido a la habitación, bolsa incluida, y me miraba por el borde de los ojos con expresión seria. Gruñó de nuevo, un sonido grave de perro enfadado que provenía de lo profundo de su garganta. Me acerqué a él, alcé una mano y le empujé suavemente el rostro hacia un lado, lo que solo sirvió para que gruñera más fuerte.
— ¿Qué te he dicho de hacer eso? —le pregunté de nuevo, haciendo bailar de arriba abajo el cigarro entre mis labios—. Si tienes algún puto problema, me lo dices.
—Jeno macho de manada —respondió con su voz grave y un poco entre dientes.
—Sí. Jeno macho de manada, pero en mi trabajo y en mi casa mando yo —le aclaré, quitándome el cigarrillo entre el dedo índice y pulgar antes de presionar su abultado y duro pecho—. Yo no te digo lo que tienes que hacer en tu trabajo ni por qué vienes con cortes de navaja y moratones, ¿verdad? —Jeno dejó de gruñir y apretar los dientes, levantó la cabeza para mirarme por el borde inferior de los ojos con orgullo y bufó por la nariz—. Ahora quítate la camiseta y siéntate —ordené con tono serio.
No esperé a que obedeciera, fui al baño y cogí el botiquín para hacerle las curas. El lobo estaba sin camisa y sentado, con la mirada al frente y callado. Me puse a su lado y revisé las heridas, bastante curadas y limpias. Le quité la venda sucia del corte más profundo, le eché pomada antiséptica y volví a vendarlo antes de abrir la nueva pomada y pasársela por el gran cardenal del costado y el del rostro, ya más amarillento que morado. Al terminar recogí todo, lo llevé de vuelta y regresé a la habitación para sacar una camiseta y un pantalón corto de la bolsa de la lavandería.
—Ponte esto —le dije, tirando la ropa a su lado y cogiendo la bolsa de la tienda—. Voy a hacer la tortilla.
Me encendí el cigarrillo de camino a la cocina, solté una buena bocanada de humo y ladeé el rostro, haciendo un esfuerzo por controlarme. Si el hijo de puta tenía tres o cuatro amantes más, no entendía por qué venía a joderme con sus estupideces. Seguro que esos loberos solo tenían que preocuparse de tener listo el culo y abrir bien las piernas. Seguí farfullando para mí mismo, haciendo malabares entre la sartén, los huevos, la puerta de la nevera y el cigarro. Me detuve a frotarme la frente, calculando cuanto podría Jeno comer; al final eché la docena entera y la batí con fuerza antes de volcarla a la sartén caliente. El lobo llegó mientras el huevo revuelto siseaba y se sellaba en contacto con la plancha ardiendo, se sentó en su silla al otro lado de la barra y me miró fijamente. Cuando empezó a oler bien, se oyeron sus tripas rugiendo. Dejé la tortilla haciéndose, fui a la nevera y saqué una cerveza de medio litro que puse delante del lobo y otra para mí, que me abrí de camino a la puerta de emergencia antes de arrojar la colilla del cigarrillo.
A la vuelta, añadí las lonchas de queso y pavo, moví la enorme tortilla para doblarla a la mitad y que se hiciera como si fuera un sándwich. Un par de minutos después estaba listo. Saqué la sartén del fuego, cogí un plato lo suficiente grande de la alacena, volqué la tortilla y se la serví al lobo junto con un tenedor.
—Quema —le advertí mientras me sentaba y le daba un par de tragos a la cerveza.
Las tripas de Jeno volvieron a rugir, cortó un trozo de tortilla con el tenedor y lo sopló antes de tragárselo. Lo masticó con la boca abierta, aspirando aire porque, como le había dicho, quemaba, pero soltó un gruñido de placer y fue a por más. Se la terminó bastante deprisa, y eso que era del tamaño de la mitad de una pizza familiar. Temí que no fuera suficiente, pero bebió su cerveza, eructó y se quedó con ojos adormilados; señal de que estaba lleno. Cogí otro cigarrillo y lo encendí de camino a la puerta, apoyándome de espaldas a la pared y mirando cómo el lobo se limpiaba los labios con el trapo, se levantaba e iba al sofá para ver la tele mientras se rascaba los huevos. Quizá añadiría eso al siguiente anuncio de venta: «Pantalones sudados, con buena rascada y restos de meada». Sonaba tan asqueroso que seguro que los esnifadores se peleaban por conseguirlos.
Me terminé el cigarrillo y fui a su lado para sentarme, apoyar el brazo en el respaldo a un lado de su cabeza y acariciarle el pelo corto. El lobo ronroneó y me miró por el borde de los ojos. Entonces se inclinó, dejándose caer un poco sobre mí para apoyar la cabeza en mi hombro, seguir mirando la tele y ronronear por lo bajo. Cuando terminó el programa de bricolaje, le desperté suavemente y tiré de él para levantarle y llevarle a la cama. Ya estaba a punto de amanecer y por los cristales empañados de suciedad entraba una luz pálida y mortecina. Así que después de abrirle el edredón, cerré las cortinas de tela gruesa que me había hecho yo mismo con sábanas viejas y la habitación quedó más oscurecida que el resto del loft. Cuando me tumbé al lado de Jeno, hizo un ruido que no reconocí y me miró con sus ojos esmeraldas con ligeros tintes dorados. No se me ocurrió nada más que pegarme a él, rodearle con el brazo y la pierna y acariciarle la barriga; eso pareció funcionar porque enseguida se quedó dormido con una suave sonrisa en los labios.
Me desperté siete horas después como siempre me despertaba últimamente: terriblemente excitado. Busqué al lobo y el lobo cumplió con su deber como macho de la manada, dejándome jadeante y bastante satisfecho tras correrse tres veces. Durante la inflamación, me frotó el rostro con el suyo para pegarme su sudor y se quedó jadeando cerca de mi oreja. Cuando pudimos movernos, le empujé un poco para ir al baño y volví mojado de la ducha.
— ¿Quieres la leche caliente o de la nevera? —le pregunté mientras me dirigía al armario.
—Caliente, ahora hace frío fuera.
Asentí, me puse un pantalón de chándal azul marino con una raya lateral blanca y una camiseta de algún festival de música que ni siquiera conocía. Con un cigarrillo en boca, llené un vaso de seiscientos mililitros hasta arriba de leche y lo metí en el microondas dos minutos. Se suponía que era para té helado o alguna tontería así, pero yo lo usaba para hacerme cubatas con hielo y, ahora, para la leche de Jeno. Puse la máquina de café a funcionar, le di el golpe y llené una taza normal para mí. El lobo bostezó a lo lejos, se fue al baño, meo durante casi un minuto entero y salió para cambiarse de ropa antes de caminar pesadamente hacia la cocina. Ya le había dejado el vaso en la mesa mientras fumaba y bebía café al lado de la puerta, él se lo bebió de una sentada y sin respirar, manchándose los labios de blanco. Se relamió como un niño pequeño, uso el trapo para limpiarse y se acercó a mí para acariciarme el rostro.
—Jeno se va.
—Pásalo bien.
Asintió y se fue hasta desaparecer por la puerta. Dejé el cigarrillo a medio fumar sobre el borde de la mesa y fui a guardar la ropa usada en bolsas de envasado antes de ponerlas junto a las demás. Cogí el móvil en mi cazadora militar y fui directo al foro. Tenía una notificación de mensaje privado y lo abrí, era el esnifador que me había comprado la camiseta diciéndome que la había recibido y que en breves le haría «una reseña». No quise ni saber qué demonios era eso. Fui al foro de Compra y Venta y vi que mis dos hilos estaban repletos de nuevos mensajes. Fruncí el ceño y los leí por encima. Entonces comprendí lo de la «reseña». Al esnifador que me había comprado la camisa se le había puesto tan dura al olerla que había comentado: «10/10 MARAVILLOSO. ¡Un olor a macho excepcional! Muy fuerte y potente, cargado de feromonas sexuales e increíblemente intenso. Sin duda, un SubAlfa de la manada muy fogoso y excitado», y después un link a un blog donde aquel puto enfermo había colgado un texto de casi diez párrafos sobre la camiseta, con fotos y todo tipo de descripciones sobre su olor a macho, poniendo mi nombre de usuario del foro al principio para que todos supieran dónde la había conseguido.
Los demás comentarios en el hilo eran esnifadores muy interesados de pronto en pagarme el precio que pidiera y en hacer «peticiones especiales», sobre si podía conseguir que se pusiera un tipo de ropa especial, calzoncillos, jockstrap o interesados en una prenda que hubiera usado durante el sexo y que estuviera manchada de «sus fluidos». Mi cara de asco mientras leía era perpetua. Fumé una última calada y tiré la colilla a la calle. No quise responder a nadie, solo vendí al mejor postor los dos pantalones que ya tenía y colgué un nuevo anuncio con la camiseta y el pantalón de aquella noche, añadiendo una descripción más específica sobre que había dormido con ello puesto, que había follado con ello puesto y que había meado con ello puesto y sin ropa interior. Antes de salir de casa ya tenía comprador para ambas prendas. En total aquella tarde gané mil ochocientos dólares... más de lo que cobraba trabajando en The Wondering Shop durante dos meses. Daba miedo.
Hice los nuevos envíos, sacándome de encima todas las bolsas envasadas con ropa sucia y me pasé por algunos sitios para celebrar mi nueva y jugosa cuenta bancaria. Me compré un par de cosas a las que le tenía ganas, ropa deportiva de marca que me quedaba como un puto guante, una sudadera con capucha, otra sin mangas y unas zapatillas de trescientos dólares. Después pasé por una tienda de comida para llevar y pedí cinco costillares de churrasco. Sabía que la anada iba a reabrir el club Luna Llena esta noche y que probablemente Jeno se fuera con un lobero y no viniera a casa, pero lo compré por si acaso; de todas formas, las costillas aguantaban bien y podría comérmelas yo solo a los pocos. La mujer que me cobró trató de bromear conmigo, pero enseguida la detuvo mi cara seria de pocos amigos. Me lo llevé todo a casa antes de salir corriendo hacia el trabajo al que, como siempre, llegué tarde. Estaba de buen humor y ni siquiera los insultos en mandarín del señor Minho pudieron conmigo. Cogí un Red Bull, salí a la calle húmeda y fresca de primavera y me fumé un cigarrillo mientras enviaba mensajes privados a los esnifadores diciéndoles que ya les había enviado la ropa, cerré todos los hilos para que no siguieran escribiendo y, solo por aburrimiento, me puse a leer algunos de los nuevos hilos de los omegas. Me interesaban mucho los que ponían cosas como «Mi lobo me ha dejado T.T», «Creo que mi lobo no me quiere» o «Mi lobo no me trata bien».
Leer las miserias de esa gente me hacía sentir muy feliz conmigo mismo y me reía bastante cuando se consolaban unos a otros y se daban ánimos para seguir adelante. Yo había pasado por una adicción y sabía lo que era, y sabía reconocer cuando alguien la tenía, y esa gente era puto adicta a los lobos. Necesitaban a uno cerca y no solo a un nivel físico, sino emocional y psicológico; pero los lobos eran una raza muy jodida y egoísta. Algunos de aquellos omegas se creían que iban a poder cambiar a su lobo, a hacerlo más «manso» o incluso romántico. Querían que los invitaran a cenar y vivir una historia de cuento de hadas; no que llegaran a su casa cuando les saliera de la polla, les echaran un polvo, les vaciaran la nevera y se fuera a echar al sofá. Cómo me reía cuando leía esas cosas, porque Jeno hacía lo mismo y, visto desde fuera, tenía su gracia.
Después entré en un hilo fijado que se llamaba «Marcada por mi Lobo» y donde los omegas compartían fotos, FOTOS, de ellos y los arañazos o cardenales que les habían dejado los lobos al follar. Sentía una mezcla de sorpresa, risa y aversión, pero no podía dejar de seguir mirando a esas personas sonrientes que posaban con sus putas heriditas y marcas como si fueran medallas o trofeos de los que sentirse muy orgullosos. Yo tenía de eso, y mucho peor, por todo el cuello y los hombros y no me sacaba una puta foto para enseñarlo porque sabía que era ridículo y humillante. Pero, con la tontería, me pasé una hora y algo leyendo esas estupideces, mirando las fotos y riéndome a carcajadas cuando veía comentarios como: «Me ha mordido un poquito esta noche...» o «¡Hoy me ha apretado el cuello más fuerte!»
Solo lo dejé porque la puerta de la tienda se abrió y un olor que reconocí al instante inundó la entrada. Levanté la cabeza como si estuviera activada por un resorte y vi a Jeno, con una camiseta negra y su chándal apretado, caminando hacia mí. Tras la sorpresa inicial, fruncí el ceño y lo miré.
— ¿Ha pasado algo? —le pregunté, creyendo que habría una buena razón por la que el lobo hubiera tenido que venir a la tienda de nuevo.
—Jeno quiere llaves de casa —respondió.
Tardé un momento en responder:
— ¿Cómo dices?
—Jeno quiere llaves de casa. Ha traído cosas y quiere dejarlas allí.
— ¿Qué cosas? —pregunté, bajando los pies de la mesa e inclinándome hacia delante con la cabeza un poco ladeada. No me estaba gustando nada lo que estaba oyendo.
—Ropa, mejor tele... cosas de Jeno —concluyó, alargando su enorme mano para que le diera las llaves.
Tomé una buena bocanada de aire y me recosté. Cosas de Jeno... Chisqué la lengua y moví la silla de lado a lado mientras miraba fijamente al lobo. Al final me levanté y, con una mueca exasperada, fui a por las llaves en mi cazadora. Quería tener al lobo y a su olor a macho muy cerca y muy felices, porque gracias a ellos me había comprado ropa cara por primera vez en mi vida. La incomodidad de tener que ceder parte de mi intimidad y mi espacio personal era solo el precio a pagar para seguir vendiendo sus feromonas a los depravados esnifadores. Volví junto a él y dejé colgando las llaves sobre la mano, pero no las solté al momento.
—Como me hagas un puto alboroto, te juro que quemo tu puto Jeep de arriba abajo. Así que más vale que me devuelvas las llaves. ¿Jeno entiende?
El lobo asintió y dejé caer las llaves en su palma de la mano. Sonó solo un «click» del metal al chocar, pero en realidad fue un mazazo en la mesa de un tribunal. Una nueva Ley había sido fijada y un nuevo orden había sido establecido. Yo no lo sabía, como muchas otras cosas que pasaban entre nosotros; pero Jeno se estaba mudando a mi casa y, una vez que un lobo conseguía una Guarida, no la abandonaba jamás.
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