Sabe que le espera una interrogación incluso antes de entrar en la cafetería y encontrarse con las caras expectantes de sus amigas. Lo sabe cuando les escribe el mensaje, aún mientras recogen las cosas en la playa, diciéndoles que se le ha hecho tarde y que no lo esperen hasta después de comer. Lo sabe antes de salir de casa, al ver el rosa incriminante de su nariz y sus mejillas quemadas después de pasar toda la mañana bajo el sol. Lo sabe cuando Juanjo se ofrece a acompañarlo hasta el pueblo, alegando que tiene compras que hacer, y él no se niega.
La ceja de Ruslana se mantiene arqueada mientras se despide del chico, en la puerta, y sus ojos siguen su figura mientras se abre paso hasta la mesa. La mandíbula de Kiki se mantiene desencajada, y tarda algunos segundos de más en responder al cliente que está demandando su atención.
— No sabía que ahora erais amigos —comenta la pelirroja con una sonrisita.
— No somos amigos —le asegura. No suena molesto; ya no es una acusación que lo ofenda. Aun así, no considera que lo sean.
— ¿Y por eso habéis ido juntos a la playa?
— ¿Cómo...?
Ruslana gira la pantalla de su móvil, sujetándolo frente a él a la altura de su cara. Se reproducen un par de historias del perfil de Juanjo. En la primera, un vídeo de apenas diez segundos de la playa, se lo ve a él tomando el Sol sobre la arena junto a Sofía. La segunda es una selfie, que se habría hecho mientras no estaba pendiente.
— No sabía que lo seguías —dice, tomando el teléfono entre sus manos para ver mejor la imagen. Suelta una risita ante la elección de canción. Sexo en la playa, de Alizzz y Amaia.
— Sigo a la mayoría de gente de la urbanización. Stalkéalo tranquilo, no te cortes.
Siente el impulso de negarse, algún rastro su orgullo aún latente pese a todo. Pero su curiosidad es más fuerte, por lo que no tarda en pulsar sobre el usuario para entrar a su perfil.
Dedica un momento a ojear sus publicaciones. No tiene más que un par, todas recopilaciones de viajes. Ruslana bebe lentamente de su café mientras lo hace, resaltando los pocos datos de interés que ha recopilado en su propia investigación. Tampoco le presta mucha atención, más concentrado en ver la ridícula cantidad de fotos con morritos que reúne en sus destacadas. Una sonrisa divertida se dibuja en su rostro.
— Lo hemos perdido, Kiki —escucha a Rus decir, haciéndolo levantar la mirada para saludar a su otra amiga. La inglesa suelta una risita. No tarda en ocupar la silla a su derecha, desatándose el delantal mientras coloca un vaso de ColaCao frío frente a él.
— Qué exageradas —reniega, devolviendo el teléfono a su dueña, que lo deja boca arriba sobre la mesa.
— Hace una semana lo odiabas, ¿y ahora hacéis planes juntos y va contigo a los sitios?
— ¡Eso! ¿No era él el de la puerta? —pregunta Kiki, emocionada.
— Sí, bueno. Le pillaba de camino y me ha acompañado.
— ¿Y lo de esta mañana? —insiste Rus.
— Ha ido a la playa con mis hermanos y me apetecía ir con ellos. Me he cansado de odiarlo y ya, chicas. No es tan profundo —concluye, dando un sorbo a su café. Las dos chicas lo miran escépticas, pero él aprovecha para cambiar de tema y ellas se lo permiten.
Aun así, hace un esfuerzo por memorizar su usuario antes de que Ruslana guarde el móvil. Espera que tenga la cuenta pública.
(...)
Llega a casa a la hora de la siesta. Sofía está durmiendo en su cuarto cuando pasa por delante de la puerta, de camino a su propia habitación para dejar su bolsa. En el salón, encuentra a Julen hecho bola en uno de los extremos del sofá, con un episodio de Bob Esponja aún de fondo en la televisión. Juanjo ocupa el asiento del lado opuesto, mirando su móvil distraídamente.
Martin se para a pensar en que este va a ser todo su verano: solo en el pueblo, con sus padres en Zaragoza, encerrado en una casa que no es la suya y sin la libertad de disfrutar de sus vacaciones más allá de algún fin de semana suelto. Entiende que es un sacrificio que escoge hacer, y que le pagan por ello, pero la idea no deja de darle algo de pena.
Tal vez por eso decide sentarse a su lado, asomando la cabeza por encima de su hombro para ver su teléfono. Solo por eso. Nada que ver con la creciente frecuencia con la que Juanjo cruza su mente durante el día. El chico alza la vista para mirarlo.
— ¿Qué haces? —pregunta Martin. Apenas alcanza ver, durante un par de segundos, la imagen de algún juego antes de que bloquee la pantalla y se gire hacia él.
— Nada. Matar tiempo —explica, y él asiente con una sonrisa comprensiva. Se levanta para recoger un par de cosas y, en el camino, coge el mando para cambiar de canal.
Martin no sabe cómo seguir. Nunca han intercambiado más que un par de frases. No sabe nada de él; al menos, no lo suficiente como para entablar una conversación o proponerle un plan para pasar el rato. No sabe qué le gusta, o a qué dedica su tiempo libre más allá de jugar en la piscina o trabajar. A lo mejor debería empezar por ahí.
Cuando se incorpora con la baraja del Uno en sus manos, una idea cruza su cabeza.
— ¿Echamos una partida?
Señala las cartas con la cabeza y Juanjo baja la mirada, siguiendo el gesto. Su expresión muestra una clara confusión, pues este tipo de acercamientos siguen sin ser la norma entre ellos. Martin está a punto de echarse para atrás, repentinamente incómodo. Pero el más alto vuelve a acercarse a él, barajando ágilmente el montón, y toma asiento a su lado.
Inician una partida silenciosa, sin saber muy bien qué decir. El juego los mantiene lo suficientemente ocupados, por lo que tampoco prestan demasiada atención a la ligera tensión en el aire, esperando a ser explotada. Dejan caer las cartas sobre la mesa, sin intercambiar ni un sonido.
Martin intenta contener la sonrisa de suficiencia que le nace cada vez que bloquea al maño, que parece bastante frustrado con el rumbo que toma la partida. Cuando un resoplido escapa sus labios, deja salir una carcajada.
— ¿Ahora también te estás dejando ganar, o eres malísimo y ya?
Juanjo levanta la vista hacia él, y el puchero molesto solo lo anima a reír más. Él intenta hacerse el duro, pero Martin ve perfectamente cómo esconde su sonrisa.
— Es normal, Juanjo. Estás acostumbrado a jugar contra un niño de diez años. No te lo voy a tener en cuenta.
— Es suerte, Martin —rebate él. Hace especial énfasis en su nombre, de la misma forma que lo ha hecho él antes—. Puro azar. Tampoco te emociones.
— Si te hace sentir mejor...
— Te lo aseguro. Alguna cosa sé de la carrera.
Martin ve una ventana abrirse.
Mentiría si dijera que nunca se ha preguntado qué estudia. Hace varios días que se siente atraído al chico como un imán. No para de hacerse preguntas sobre él, sobre su vida, sobre todas esas partes que quedan en Zaragoza cada vez que se monta en el bus que lo lleva a Santa Susana. No es que Juanjo sea una persona especialmente misteriosa; de hecho, es bastante transparente. Pero esa barrera, que él mismo ha impuesto y reforzado durante tanto tiempo, parece imposible de cruzar.
Aprovecha la oportunidad tan pronto como se le presenta—. ¿Qué estudias?
— Ingeniería naval —anuncia.
Le sabe mal la cara que se le queda cuando lo dice. No es su culpa. Es que siempre se lo había imaginado algo más de humanidades. Magisterio, quizás. O algo de comunicación. Es la asunción lógica, supone, pues siempre lo ve cuidando a sus hermanos o rodeado de gente allá donde va. Evidentemente, eso no significa que tenga que ser la vocación de su vida. Pero qué iba a saber él.
Las mejillas del mayor se pintan de rosa con la reacción del vasco—. ¿Qué pasa?
— Nada, no me lo esperaba. No te pega.
Juanjo se encoge de hombros. Tira otra carta sobre la mesa, obligando la partida a avanzar en un intento de desviar la atención de él. Rueda los ojos al ver el chupa dos.
— Se me dan bien los números, y era de las pocas que tenían solo en Madrid.
El pequeño asiente, cogiendo un par de cartas del montón. Apunta el dato en su mente, añadiéndolo a la lista de cosas que sabe sobre él.
— ¿Y tú? —le pregunta.
Martin tarda en responder, el recelo siendo ya una respuesta automática con él. Se obliga a bloquearla. Están hablando como hablaría con cualquier otra persona, y está cómodo con él. Siente, incluso, una cierta anticipación. Le intriga su posible reacción.
Juanjo lo mira con ojos curiosos, tan grandes y amables que le parece hasta cruel haberlos cualificado de cualquier otra manera.
— Fotografía. Empiezo este año.
— Te pega —concuerda. A Martin no le parece suficiente. Lleva días deseoso por descubrir cuál es la imagen que el aragonés ha tenido de él durante todo ese tiempo.
— ¿Ah, sí? —Coloca su penúltima carta sobre el montón que han creado en la mesita—. Uno.
— Sí, no sé –habla Juanjo, con el ceño fruncido. Examina con detalle su mano, probablemente considerando qué movimiento puede comprarle más tiempo para remontar. Cuando se decide, continúa—. Siempre te han gustado las artes, ¿no? La música, el teatro...
Martin se queda congelado, con la carta que determina su victoria colgando en el aire. Se siente extraño de repente. Intenta disimularlo lo mejor que puede, haciendo su último movimiento y concluyendo la partida.
No esperaba que se acordara de eso. Una parte de él deseaba que no lo hiciera. Eso cambia muchas cosas; demasiadas. El ambiente cómodo que habían creado parece evaporarse entre sus manos.
Juanjo recoge el montón y comienza a barajar, invitándolo a jugar de nuevo. Hasta hace dos minutos, Martin habría aceptado sin dudarlo. Ahora, sin embargo, solo puede pensar en salir de ahí cuanto antes.
Rechaza su propuesta con un murmullo, excusándose con lo primero que se le pasa por la cabeza. Se pone de pie con prisas, volcando por accidente un vaso de plástico vacío que había en la mesa. Hace el amago de recogerlo, pero Juanjo se le adelanta, tranquilizándolo con una sonrisa.
Martin detiene su mano justo antes de que tenga la oportunidad de rozarse con la del maño. Se siente electrificante, como si el cuerpo de Juanjo estuviera envuelto en un campo magnético que eriza su piel cuando intenta invadirlo.
Podría atribuirlo a muchas cosas, pero está seguro de que la principal es la tensión que ha aparecido entre ambos de un momento a otro. Sabe que Juanjo también la siente. Intenta no sentirse mal por ello, pero lo hace igualmente. Su cara de cachorrito apaleado es devastadora cuando muestra sus intenciones de marcharse. Pero eso no le impide darse la vuelta y escaparse pasillo abajo, buscando refugio en su cuarto vacío.
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hola! perdón por tardar tanto con esta actu, he estado liada estudiando!! pronto tendréis explicaciones sobre la actitud de martin, confiad...
bel <3