Bajé los escalones hacia la entrada del castillo con un nudo en el estómago. Irena me había dado dos opciones y ambas me aterrorizaban, sin embargo, debía mantener la compostura para recibir a las damas que acababan de llegar.
Irial se había unido a nosotras, habiéndose peinado igual que su hermana pero con un vestido de color granate idéntico al suyo.
Ambas se miraron con cara de circunstancias cuando Irial vió mi rostro descompuesto por la conversación que habíamos mantenido en mi habitación.
Cuando llegamos a la entrada del castillo, me di cuenta de lo grandiosa que era la estructura. No era una simple fortaleza, su techo alto de piedra y abovedado del cual colgaban candelabros apagados y llenos de telarañas. Dos ventanales sucios y polvotientos con forma de arco a cada lado iluminaban la estancia con escasa luz. Apenas hice el esfuerzo de fijarme en la decoración cuando un criado abrió las enormes puertas de hierro forjado hacia el exterior.
Era un carruaje espectacular, cubierto por decoraciones florales doradas y hermosas e impulsado por tres caballos blancos. Un caballero que portaba la misma armadura elegante y robusta que mi hermano, con una capa blanca y pulcra, abrió las puertas para que de este descendieran dos mujeres.
La primera, bajó con elegancia, cubriendo su rostro con un abanico de plumas blanco. Sus ojos eran azules como el río y su cabello rubio platino recogido en un excéntrico y alto tocado decorado por lazos negros. Llevaba un vestido negro a juego, con un escote bajo y mangas largas y pomposas como la caída del vestido, que tuvo que estrujar con las manos para poder bajar.
Una vez en el suelo, guardó su abanico en un bolso negro a juego para revelar su rostro. Su nariz pequeña y sus pómulos altos fueron lo primero que llamo mi atención, sus labios rosados y brillantes hacían que su pálido rostro evocase la inocencia de una niña. Era hermosa.
-Duquesa Lynette de Amsten.- la presentó un criado que emergió del cartuaje, rubio al igual que ella, bajito y debilucho, vestido con los trapos de un sirviente.
-Liara, Señora de Adan Myurr e hija del Conde de Aster.- nuestras regiones tenían nombres similares, Irena me presentó dando un paso al frente de la duquesa.
-Aemma, hermana de la Duquesa de Amsten.- pronunció el criado cuando apareció la última joven.
Vestía como una copia idéntica de su hermana, sin embargo, su baja estatura y su rostro redondo delataban su corta edad. No tendría más de quince años. Sus ojos estaban brillantes y enrojecidos, igual que su nariz. Estaba claro que acababa de llorar.
-Me alegra darles la bienvenida a la fortaleza de Adan Myurr.- me coloqué frente a la duquesa para dedicarle una reverencia y extender mi mano.
Sorprendida, la tomó con una sonrisa cautelosa y los ojos muy abiertos, analizando cada expresión de mi rostro.
-Nos llegaron noticias sobre el ataque que sufristeis. Me complace ver que no fue grave.- me miró de arriba abajo con una expresión más tranquila.
-Agradezco su preocupación, sin embargo mis criadas sufrieron gravemente. Se llevaron la vida de una de ellas, Elena, y Adela se encuentra convaleciente, ha perdido un ojo.- la duquesa cubrió su boca abierta por el susto ante mis palabras.
Llevaba en sus manos unos guantes de encaje negro transparente que llegaban hasta sus muñecas.
-Me temo que debería avisarla de lo sucedido durante nuestro viaje, ¿tal vez con una taza de té?- parpadeó.
Perfecto, más problemas.
-Por supuesto, dejaré que se acomoden en sus habitaciones.
-Dormiremos juntas, sólo necesitaremos una cama.- la duquesa comenzó a andar hacia la entrada, dejándonos atrás, mirando cada rincón del castillo.
-Irial, conduce a la duquesa y su hermana a una habitación amplia y cómoda. Irena, organiza un té privado.- las ancianas obedecieron mis órdenes desapareciendo en el interior del castillo.
Cuando el carruaje desapareció y los criados se retiraron, no pude evitar aventurar mi mirada hacia el puente de piedra alto y estrecho que abría una pequeña entrada entre el muro que separaba la fortaleza del bosque.
La piedra era oscura y musgosa como la del cementerio, y al final del largo puente las tierras del bosque se abrían para aquellos que quisieran aventurarse. Los troncos eran gruesos con ramas alzándose indefinidamente hacia los cielos, desafiando al sol. Aún en el día, el color de las hojas era un verde profundo y casi iridiscente y cuando estás tapaban los rayos del sol, la oscuridad reinaba sobre los hierbajos y enredaderas que plagaban la tierra, haciendo imposible desviarse del camino.
-Me gustaría comenzar nuestra primera charla ofreciendo mi más sincero agradecimiento por su generosidad en acogernos durante tiempos tan difíciles.- asentí mientras bebía la infusión medicinal que había encargado preparar a Irial.
Nos habíamos sentado en un pequeño salón del castillo, justo al lado de un ventanal a nuestra izquierda, la una frente a la otra en unos bancos de madera construidos en un hueco al que se amoldaba la ventana. Era como sentarse sobre el alféizar pero continuar dentro de la seguridad de la estancia. El ventanal había sido abierto para aprovechar la luz del sol y mostraba una inmensa vista hacia el interminable bosque frondoso y maldito.
La duquesa lo observó con los ojos abiertos y sorprendidos, su pálido rostro casi llegando enrojecerse desde sus mejillas a su nariz.
-El deber de mi familia es hacia la corona y quienes forman parte de su círculo. Lo único que debería agradecer es el espléndido sol que tanta falta hace en estas tierras.- sonreí con amabilidad, ella bajo la mirada hacia su taza aún sin tocar.
-Confieso que necesitaba un tiempo lejos de mi marido y mis deberes como esposa.- dejó salir una tímida pero amarga carcajada.- Disculpe, no es asunto suyo.
Negó con la cabeza, avergonzada, con lágrimas en los ojos.
-Le prometo que aquí conocerá ese descanso, tengo grandes planes para mejorar su estadía. Aunque debo preguntar, ¿cuántas damas se encuentran ausentes? No se me comunicó un número pero tengo la sensación de que no eran ustedes dos las únicas.- inquirí mientras ella acariciaba su peinado, aún llevando aquellos guantes negros y delicados.
Tomé un pequeño bizcocho de vainilla mientras la observaba, esperando una respuesta sin parecer ansiosa.
-Dieciseis, precisamente.- asentí perpleja cuando por fin habló con el semblante ensombrecido.- Tan solo necesitábamos un día para alcanzar vuestra partida, paramos puesto que una de las damas, Vizcondesa Annima, sufrió la pérdida de su embarazo por el estrés del viaje. Su marido la había obligado a concebir meses antes, terribles torturas para dejarla en cinta, ella ni siquiera quería ser madre. Aquella mañana recibimos las noticias del ataque, la mayoría volvieron a la capital, del resto desconozco su paradero.- me explicó con ambas manos extendidas sobre la mesa y voz tranquila.- Annima no sobrevivió.
-Cuanto lo siento.- cubrí sus manos con las mías.- Espero que el resto de mujeres encuentren refugio en la capital o vuelvan, si es necesario. Por ahora solo seremos nosotras.
-Será suficiente.- sonrió entonces con burla y habló con la voz de una serpiente.- ¿Nunca ha estado en la capital?
Hola amores! Ya sé que he estado ausente aunque ha sido por buenos motivos. Este mes volveré a actualizar regularmente, os lo prometo 🥺💖