Bajo el chorro helado de la ducha, las gotas serpenteaban por el cuerpo esbelto y pálido de Lucas, quien llevaba ya más de cuarenta minutos inmóvil bajo el agua. Estaba atrapado en un torbellino de recuerdos de aquella noche: la expresión en el rostro de su padre, la celebración de Alexandre, y la deserción de sus compañeros se aferraban a su mente como sombras tenaces. La frustración acumulada estalló en un acceso de ira, y Lucas golpeó la pared con tal fuerza que reabrió una herida en su mano, dejando que un delgado hilo de sangre descendiera por los azulejos hasta perderse en el desagüe.
Pero ni siquiera ese dolor físico podía compararse con la humillación que le esperaba en el trabajo, cortesía de su nuevo jefe. Todos los encargos más tediosos y absurdos le eran asignados exclusivamente a él y a Frando. Se veía relegado a pasar horas en la cava, clasificando y limpiando mariscos, asistiendo a los cocineros, ordenando montañas de recetas antiguas. Alexandre incluso le había quitado su mesa de trabajo temporalmente, lo que hizo que todos en la cocina comenzaran a ver el trato de este como una vendetta personal algo infantil. Pero quien realmente estaba sufriendo era la sub chef Fabiola, quien soportaba un trato despiadado por parte del hombre que alguna vez fue su amigo.
Hace trece años, un joven aprendiz francés llegó a esa misma cocina. Su formación había sido exhaustiva, no solo para cumplir con los estándares sino para destacar como el mejor entre sus pares. A pesar de hablar español con fluidez, le costaba integrarse al grupo y solía estar solo. Hasta que una cocinera, apenas mayor que él, le ofreció amistad y guía.
Ahora, ese mismo hombre despreciaba y maltrataba sin piedad la mano amiga que una vez le fue tendida. Sus insultos y exigencias eran tan extremos que casi llevaban a Fabiola al borde de la locura.
En uno de esos días agobiantes, Lucas se refugió en la azotea del restaurante, con los auriculares puestos escachando «Levels» de Avicii. Valeria le había enviado un mensaje: «Hoy no te topé en el metro, ¿estás enfermo?», pero Lucas optado por no responderle. Justo cuando guardaba su teléfono, Fabiola apareció por las escaleras de emergencia para decirle:
—¡Conque aquí estabas! No te vi salir anoche, así que supuse que te quedarías aquí. ¿Paola ya no te lleva a casa?
—Si tengo cosas pendientes, se me complica volver a mi departamento... y sí, también sucede que Paola ya no me espera —dijo Lucas, tomando una lata de refresco que tenía al lado.
—¡Qué asqueroso tienes todo esto aquí arriba! —exclamó Fabiola, esquivando el caos de Lucas—. Limpia todas estas colillas, por favor.
—Lo siento, ya me encargo.
Minutos después, con el desorden ya en bolsas, Lucas se acomodó en un ducto de aire.
—¿Cómo soportas todo esto? —preguntó tras un bostezo.
—Te seré honesta, no tengo ni idea...
—No sé si yo podría aguantar lo que te hace pasar.
—En parte lo entiendo —confesó Fabiola, sentándose junto a él—. Siempre te recomendé para suceder a tu padre...
—Es lo lógico, estás casada con él.
—Alexandre no lo vio así. Creyó que lo traicioné. Supongo que se lo tomó personal. Cuando llegó al restaurante, yo fui en quien más confió, pero eso cambió... incluso creo que esta podría ser mi última noche aquí...
—No digas eso —respondió Lucas con seriedad, mientras Fabiola estallaba en risas.
Un silencio pesado cayó sobre la azotea. Ambos miraban hacia abajo, como si intuyeran la veracidad de las palabras de Fabiola. Permanecieron así hasta que Lucas inhaló profundamente.
—Quiero disculparme —soltó Lucas, volteando para mirarla.
—¿Disculparte? ¿De qué?
—He sido un idiota contigo estos años, desde que supe que salías con mi padre. Fue una actitud estúpida, pero lo fue aún más, mantenerla por tantos años.
—Nunca quise reemplazar a tu madre. Solo quería ser una amiga en quien confiaras.
—Lo sé... y lo eres. Gracias.
Fabiola se levantó de un salto para estirarse.
—Y luego dicen que las chicas buenas nos cambian...
—¿Qué chica? —preguntó Lucas sorprendido.
—Ay, Lucas. Te conozco desde que naciste. Sé cuándo hay alguien especial. Se nota hasta cuando lees un mensaje de texto.
—¡No es lo que piensas!
—Solo decía, solo decía —dijo ella dirigiéndose a las escaleras—. Pero me alegra que hayas superado a «Margaret», esa maldita no te merecía.
—Deja de hablar mal de gente que no conociste.
—Discúlpeme usted, caballero... nos vemos abajo.
Lucas había también había notado el cambio sutil que había comenzado a dar, pero su orgullo no le permitía admitir que podría ser por aquella pequeña chica.
Al comenzar las horas de trabajo, todo trascurrió como siempre. Un día aburrido y rutinario en una cocina insípida y en decadencia. Sin embargo, un gritó seguido de un plato quebrándose contra la pared, lo cambió todo. El personal se apresuró hacia la mesa principal, fuente del alboroto, donde Alexandre se limpiaba la boca con su delantal y Fabiola estaba parada, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas
—Creo que le escupió el plato y lo arrojó contra la pared —comentó uno de los cocineros, tratando de hacer silencio.
—Eso es grave —le respondió otro, tapándose un poco la boca.
El ataque de Alexandre contra Fabiola no era nada nuevo en la cocina, pero nunca dejaba de impactar. Pese a la fuerza y brutalidad de la vociferación de Alexandre, Fabiola se mantuvo en silencio con la cabeza baja. Pero Alexandre cruzó una línea con una acusación venenosa:
—Solo conseguiste el puesto cogiéndote a Héctor mientras estaba casado, solo eres la puta del antiguo chef... para mí no significas nada.
—No te atrevas a hablar y mentir sobre mi vida personal, o la de mi familia —siseó Fabiola, entre dientes sin todavía levantar el rostro.
—... ¿cómo se sintió destrozar una familia?
Un silencio ensordecedor cayó. Frado instintivamente se giró para contener a Lucas, pero lo encontró inmóvil en una estación, sosteniendo la olla a pesar del calor abrasador de esta. Después de lo que pareció una eternidad, Fabiola arrancó su delantal.
—Si esto es lo que querías... disfruta tu maldita victoria—dijo con la voz quebrada mientras lanzaba el delantal al suelo y salía con lágrimas corriendo por su rostro.
Mientras Alexandre inspeccionaba la sala con disgusto, comenzó a gritar con un rostro de desagrado total:
—¿Qué están viendo? ¡A trabajar! Y tú Francisco, recoge este desastre... tú serás el siguiente en irte
Con el chef fuera, todas las miradas se volvieron hacia Lucas, quien ignoraba todo con un temple de acero. Solo respiraba irregularmente y pestañaba una que otra vez. Para luego de tomar una buena bocanada de aire, colocarse sus auriculares y seguir trabajando perdiéndose más y más en su música.