Niall lo llamó el día de Año Nuevo; Louis dormitaba en el sofá con sus hermanas peleándose por un cargador en la habitación de al lado, y estaba prácticamente seguro de que seguía borracho después de los cócteles que había usado para soportar la fiesta de Año Nuevo, pero carraspeó con orgullo antes de responder para que no pudiera oírlo en su voz. Niall había contratado a un conductor para que lo llevara al rancho desde el aeropuerto, necesitaba confirmación de la hora del vuelo, y no quería oír hablar de sus intentos por convencerlo de que era perfectamente capaz de contratar un taxi.
—No te preocupes por nada —acabó diciendo, y casi podía jurar que oía a Ellie a su lado, tecleando en su portátil—. Feliz Año Nuevo, Louis.
Se despidió de sus hermanas antes de coger el taxi para el aeropuerto; Lottie ya se había marchado a alguna parte del país por trabajo, y su madre tenía dos reuniones esa tarde. Tony se había ofrecido a llevarlo, por supuesto—tenía un utilitario destartalado con el que ya lo había conocido años atrás—pero era evidente que tenía muchas otras cosas que hacer, y Louis rechazó su oferta con suavidad. Tenía mucho trabajo. Todos tenían mucho trabajo.
Se pasó el viaje en taxi escudriñando el tiempo en Texas para los siguientes días. No se molestó en observar una última vez los rascacielos antes de adentrarse en las carreteras comarcales de las afueras. No sintió nada al ver alejarse las luces diminutas por la ventanilla del avión. Ni siquiera sentía tristeza por marcharse de Nueva York; hacía mucho tiempo que se había ido.
El conductor que lo recogió en el aeropuerto con un cartel de "TOMLINSON" en letras ejecutivas conocía a los hermanos, por supuesto. Habló sin parar durante el trayecto entero sobre ellos; habían revitalizado el pueblo, aseguró con una media sonrisa. Familias enteras se habían mudado en la última década porque el rancho necesitaba vaqueros, transportistas, veterinarios. Habían comprado—y añadido—varias explotaciones que les hacían competencia en los últimos años, y seguían creciendo. Eran mucho más grandes "de lo que nunca llegó a ser su padre".
Louis levantó la cabeza al oírlo.
—Se habla mucho de Edgar Styles en el pueblo —dijo en voz alta, y él asintió.
—Era feroz. Pero en los negocios no sólo necesitas ferocidad.
—¿Usted lo conocía?
—No. —Pero hizo un gesto vago que no supo interpretar—. Bueno, oía hablar de él. No era muy sociable.
Si dice "igual que su hijo menor", voy a tirarme de este coche en marcha.
—Pero los hermanos son muy agradables —añadió él, salvándolo de la inmolación—. Y son muy buenos. Apuesto a que nadie daba un duro por ellos cuando se hicieron cargo de la explotación. Pero les callaron la boca.
Louis asintió, relajándose al fin.
Y todavía les quedan más bocas que callar.
—¡Louis! —Doreen salió de la cocina para abrazarlo en cuanto atravesó el umbral de la puerta—. ¿Qué tal tu familia?
Sonrió a su pesar, estrujado contra su hombro.
—Muy bien. Te he echado de menos.
—Oh, y nosotros a ti. Ha sido raro no tenerte aquí. —Doreen lo estrechó de nuevo entre sus brazos; era sorprendentemente fuerte, y abrazaba igual que su madre, con todo el cuerpo y apretando la mejilla contra la suya—. ¿Tienes hambre? Es casi la hora de cenar. Te haré algo rápido si estás cansado...
—No —la detuvo al instante; la idea de sentarse a cenar en la luz cálida de la cocina—con cierto vaquero de pantalones rotos a su lado—era lo único que lo mantenía en pie a esas alturas—. Cenaré con vosotros.
—Oh, cariño. —Doreen lo abrazó de nuevo—. Cómo me alegro de verte aquí. Bienvenido a casa.
Louis se alejó con ella con un extraño calor en el pecho que casi le hacía tragar saliva con dificultad.
Subió la maleta a su buhardilla, y para cuando llegó estaba cansado y a punto de romper a sudar. Su mal humor desapareció en cuanto abrió el balcón de par en par y la buhardilla se llenó al instante; de luz, de minúsculas partículas de polvo girando invisibles a su alrededor, del viento helado que amenazaba nieve y de las voces de los vaqueros que discutían en el jardín.
Se giró, dispuesto a deshacer la maleta. Pero la buhardilla estaba vacía; nunca había pedido esa televisión que Niall le había ofrecido. Apenas tenía ropa en el armario. Y el libro que estaba leyendo estaba exactamente donde lo había dejado; en el apartamento donde dormía, con Harry.
Bajó al apartamento con pasos cautelosos. Estaba ordenado y limpio, pero había una montaña de tela vaquera arrugada en el suelo, dos cinturones colgando del perchero y un sombrero polvoriento abandonado sobre el escritorio. Era absolutamente imposible impedir que Harry dejase sus sombreros por todas partes. ¿Cuántos tenía?
La cama estaba hecha. Y olía tan familiar y tranquilizador que podría quedarse dormido al instante si se hubiera tumbado en la cama.
No lo hizo; abrió la maleta y colgó sus camisas en el armario. La carpeta que le había dado Lottie estaba entre ellas, llena de promesas de crecimiento para la empresa, sus proyecciones de ascenso si aceptaba el puesto, una lista de principales clientes durante los últimos años que se suponía que iba a impresionarlo.
La tiró al fondo del primer cajón que encontró; no iba a necesitarla, pero no tenía forma de tirarla discretamente. Entró en el baño para lavarse las manos y colocar sus cremas en el pequeño armario. Había dos toallas limpias allí, cuidadosamente dobladas, y le daba ganas de reír imaginar a Harry colocándolas con gesto impaciente, para que pudiera darse una ducha en cuanto llegase a casa.
A casa. Estaba en casa. Respiró hondo y se estiró; quería sentarse en el porche, oír discutir a los vaqueros, acariciar a Hope, masticar pan caliente en el recibidor mientras se secaba el suelo y ver la chimenea del salón encendida, todo al mismo tiempo. Pero había algo que le apetecía más todavía.
—¡Louis! —Rita subía las escaleras cuando casi había alcanzado la planta baja—. ¡Ya estás aquí! ¿Qué tal en Nueva York?
Le sonrió; era difícil no hacerlo. Llevaba unos pantalones elásticos y una sudadera grande, y había restos de tinta azul en una de sus manos.
—Bien. —Exhaló—. Pero me alegro de haber vuelto. No recordaba lo estresante que es.
—Oh, cielos. Ni siquiera sé cómo pudiste vivir allí tanto tiempo. Creo que yo no sobreviviría una semana ese tráfico. ¿Tu familia estaba bien?
Asintió.
—Todo bien.
—Me alegro.
—¿Qué tal las Navidades aquí?
Ella se encogió de hombros.
—Bien, ya sabes. Creo que todavía quedan sobras de todo lo que preparó Doreen.
Estaba vez rio con ganas.
—Genial.
—Harry está en los establos.
Había aprendido a fingir cara de desinterés en las reuniones de negocios a las que había estado acostumbrado una vez.
—Todavía no es hora de cenar, ¿no?
Ella negó con la cabeza. Bajó la mirada de nuevo.
—No está de muy buen humor —añadió, y Louis frunció el ceño.
—Pero no se ha peleado con nadie —dijo, con más seguridad de la que sentía—. ¿...O sí?
—No, claro que no.
Asintió despacio.
—Bien.
—Ya sé que no se lleva bien con Nelly. —Rita le ofreció una sonrisa con los labios apretados.
—No es fácil llevarse bien con Nelly —dijo entre dientes. Afortunadamente, su sonrisa no se movió.
—No. —Concedió. Movió los pies—. Te dejaré el estudio libre mañana. Está hecho un desastre.
—No te preocupes. ¿Has trabajado mucho?
Ella asintió con entusiasmo.
—Me han pedido unas ilustraciones. Es una tontería —dijo al instante, al ver su sonrisa—. Pero echaba de menos tener un proyecto concreto, ya sabes. Voy a hacerte las coladas imposibles con mis tintas. Ni siquiera te molestes en intentar quitarlas.
Rio, más aliviado de lo que quería demostrar.
—Lo tendré en cuenta.
—Me alegro de que estés aquí. —Rita se acercó para abrazarlo—. Esta casa no era lo mismo sin ti.
Los vaqueros estaban acabando de retirarse; los oía revolver en el granero y ya habían desaparecido varios de los todoterrenos en el fondo de la finca. Los establos, cuando empujó la puerta cuidadosamente para entrar, parecían vacíos desde fuera. Sabía perfectamente que no lo estaban.
Harry llevaba unos vaqueros reforzados para montar y una de sus camisas gastadas. Barría el suelo con un robusto cepillo de madera, ignorando a dos caballos castaños que compartían el cubículo más cercano y que no dejaban de estirarse hacia él para llamar su atención.
Estaba concentrado, sumido en sus propios pensamientos con un ceño fruncido que podía ver en su rostro incluso estando de perfil.
Podría seguir mirándolo durante horas, pero necesitaba esas manos ásperas a su alrededor y esos rizos haciéndole cosquillas en la frente, lo antes posible.
—Hola, vaquero —llamó.
Harry dejó de barrer. Se giró con brusquedad y le dedicó una mirada atónita.
—Louis. —Su mirada se deslizó automáticamente hacia la puerta a sus espaldas; Louis echó una mano hacia atrás para cerrarla.
—No hay nadie —susurró.
Harry se relamió. Tiró el cepillo a un lado sin miramientos y lo alcanzó en varias zancadas.
Lo empujó contra la pared y lo besó, rudo. El calor de su cuerpo lo envolvió al instante, y sus labios insistentes se tragaron el jadeo de sorpresa que se le escapó. Enlazó los brazos alrededor de su cuello y obtuvo su deseo; sus manos se cerraron sobre su cintura, ávidas, y Louis le devolvió el beso recibiendo las chispas en su pecho como a viejas amigas. Harry olía a polvo, a sudor, se había afeitado y se aferraba a él con una desesperación que le sonaba.
Louis soltó una risa mientras lo levantaba por los muslos para besarlo en el cuello. Levantó una mano para hundirla en su pelo, y le sonrió cuando por fin se separaron, sin aire.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —lo retó—. ¿Louis?
Harry le devolvió la sonrisa. Sus manos se apretaron un poco alrededor de sus muslos.
—Sí. —Presionó los labios de nuevo contra los suyos durante un segundo dulce y fugaz, como si adivinase que se les acababa el tiempo, que no estaban solos, que los estaban esperando para cenar, que no podían verlos juntos y solos todavía más tiempo...
Pero Harry todavía lo sostenía en el aire, y en sus ojos había un brillo que le estaba haciendo enrojecer.
—Estás aquí —le oyó murmurar, y su voz se tiñó de emoción por primera vez.
—Hm. —Se inclinó para dejar un beso suave en sus labios—. ¿Me has echado de menos?
—Lou. —Harry aún parecía algo bloqueado; se recuperó despacio—. ¿Por qué no me has avisado? Habría ido a buscarte.
Sonrió.
—Me habría perdido esta cara de sorpresa. —Rodeó su mejilla con una mano. Harry giró la cabeza para apoyarse contra su palma, curioso.
—Mi cara no es tan memorable —dijo con ironía.
—Te aseguro que sí que lo es. —Le dio un toquecito a uno de los brazos que aún lo sostenía contra la pared del granero—. Haz. Sería una buena idea soltarme ahora.
Harry dejó caer con suavidad hasta que sus pies tocaron el suelo, pero no soltó su cintura.
—¿Qué tal en Nueva York? —murmuró.
Louis se encogió de hombros. Los tenía doloridos de pasar todo el vuelo encajado en el asiento.
—Caótico. Maloliente. Estresante.
—¿Y el vuelo?
—Caótico. Maloliente. Estresante.
Harry rio en bajo.
—¿Salimos mañana? ¿Con los caballos?
Contuvo la risa.
—¿A qué?
—No sé. —Harry apretó los labios contra su sien, respiró hondo—. No sé. Me inventaré algo.
Rio. Se sentía flotar bajo su mirada intensa, y se sentía ligero entre sus brazos.
—He estado fuera una semana. Tendré mucho trabajo —dijo en voz alta, pero se moría de ganas de decirle que sí; a eso o a cualquier otra cosa que le pusiera ese brillo en los ojos.
Harry frunció el ceño como si acabase de insultarlo.
—No manchamos tanto.
—Dijo el vaquero lleno de tierra. —Tiró de la solapa de su camisa para enseñarle la suciedad, y él frunció el ceño.
—¿Te he manchado?
Sacudió la cabeza.
—No importa.
—Me daré un baño.
—Hm. —Se estiró para besarlo en la comisura de la boca antes de separarse de él—. No llegues tarde. A Doreen...
—No le gusta. —Harry se inclinó para besarlo de nuevo.
La cena era sopa de tortilla, pan de maíz y pastel de carne. Louis estaba lleno al terminar el primer plato, y siguió comiendo de todas formas. Harry se libró de la ira de Doreen a pesar de llegar tarde y con el pelo mojado; estaba demasiado ocupada llenándole el plato a Louis y observando complacida cómo lo devoraba todo.
—No te han dado bien de comer en Nueva York —declaró triunfal mientras apuraba las últimas migas de pan de maíz. Se encogió de hombros.
—Los cócteles eran fabulosos —murmuró después de tragar, a pesar de todo, y ella soltó una carcajada.
—Los cócteles no te llenan el estómago. Sólo te lo revuelven.
—Está muy rico, Doreen —murmuró Harry, a su lado; había repetido sopa y ahora parecía intentar calcular la ración de pastel de carne más pequeña posible sin ofenderla.
Louis abrió un poco las piernas para pegar la rodilla a la suya, y su tenedor peligró en el aire.
—Bueno, me alegro de verte comer —respondió ella al instante—. La Navidad no es el momento de ponerse a dieta, ¿o sí?
—No lo es —confirmó Louis, y sintió sus ojos verdes quemándole en el rostro.
—Te diré algo. —Doreen dejó su servilleta y se levantó; la vieron desaparecer en la despensa—. Vamos a beber un trago de licor.
Louis frunció el ceño automáticamente.
—¿Licor? —llamó en voz alta.
Harry dejó una mano sobre su rodilla, bajo la mesa.
Louis tragó con dificultad. Alcanzó su vaso y bebió.
—Ten cuidado —masculló.
—No he sido yo quien empezó —respondió él en el mismo tono.
—No dejes que beba demasiado. Sabes lo que pasa.
—El resto ya se ha acostado.
—No tiene problema en gritarlo.
Doreen apareció blandiendo una botella de brandy añejo e ignoró sus protestas mientras les servía un trago generoso; a pesar de todo, Louis brindó con ella de buena gana, sin poder apartar la vista de sus ojos brillantes.
Harry la convenció para que subiera y lo ayudó a recoger; lo oyó revolver en el comedor mientras metía todo en el lavavajillas.
Sacudió el mantel en el porche. Hacía frío, y el aire fresco lo golpeó con más fuerza de lo que había previsto.
No necesitaba girarse para saber que Harry había aparecido a sus espaldas, serio y callado, observándolo con esos ojos cálidos.
—¿Quieres jugar al ajedrez? —preguntó sin girarse.
Harry lo ayudó a doblar el mantel.
—No. Estás cansado.
Levantó una ceja.
—¿Quieres llevarme arriba lo antes posible? —bromeó, y oyó su risa baja a sus espaldas.
—Sí, no voy a mentirte.
Su propio cansancio lo sorprendió subiendo las escaleras; había enviado a Harry arriba antes que él y se había tomado un segundo de silencio en el porche. Se había perdido el atardecer, pero no importaba; el manto de estrellas que los cubría lo compensaba.
Entró en el apartamento sin hacer ruido. Harry había empezado a desvestirse y sí que había algo que había echado de menos más que los atardeceres allí. Eran los músculos de sus brazos, la curva perfecta de su mandíbula y sus rizos oscuros. No se había peinado, como siempre. Pero Louis estaría más que dispuesto a hacerlo por él, con los dedos.
—¿Vas a ducharte? —dijo él, interrumpiendo su hilo mental. Asintió despacio.
—Sí, eh...
—He comprado preservativos, y el lubricante que tenías —insistió él—. Nadie revisa los paquetes aquí. Y Nelly no deja de comprarse sombreros.
Rio. Pasó una mano por sus hombros nerviosos y notó los músculos tensos bajo la tela.
—Estoy agotado. Relájate.
—No sé si puedo —murmuró él—. Pero podemos- puedo intentar...
Se puso de puntillas para besarlo; había descubierto que era una forma fantástica de calmar sus tartamudeos ansiosos.
—Déjame ducharme —susurró contra sus labios—. No hay prisa, ¿vale?
Harry le dedicó un asentimiento minúsculo.
Se dio una ducha caliente y se apoderó de las toallas; el olor del gel de ducha y la sensación de quitarse encima la mugre del viaje en avión lo hicieron sentir en casa, de nuevo. Por fin.
Harry no parecía haberse relajado ni un ápice; lo esperaba sentado en la cama, y se puso de pie al verlo con la rapidez—y la tensión—de un soldado.
—Aún no estoy duro —dijo al instante, y Louis suspiró. Se acercó y puso una mano en su pecho.
—Estoy cansado —murmuró—. Podemos hacerlo mañana y descansar hoy, ¿hm? ¿Te apetece?
Él asintió bajo sus dedos, dócil.
—Vale. —Parecía hipnotizado con rozar sus clavículas, visibles a través de la abertura de la camiseta—enorme, suave, de Harry, y no pensaba devolverla nunca—, y su expresión embobada complicaba las cosas notablemente.
Louis recorrió sus hombros con las palmas de las manos; quería notar esos músculos por sí mismo. Estaba harto de verlos sólo en su imaginación.
—Te he echado de menos —murmuró, como si fuera información nueva. Como si no hubiera sentido su ausencia en los huesos y no lo hubiera llamado, borracho acurrucado en un taxi, para decírselo.
Harry no pareció molesto con la redundancia, en absoluto; se inclinó para besarlo con la desesperación de un hombre sediento.
—Pensé que iba a morirme. —Habló en un susurro tan bajo que casi se le escapó. Louis torció la cabeza para besarlo en la sien—. Sin ti.
Hundió los dedos en su pelo; ya no tenía que contenerse.
—Quería llamarte todos los días, pero no tenía nada que decir —continuó él—. Sólo quería oír tu voz.
Louis sonrió. Tenía el pecho lleno de chispas calientes que no tenían nada que ver con la ducha que acababa de darse.
—Deberías haberme llamado —murmuró.
—No quería molestar. Estabas con tu familia.
—Nunca molestarías. —Perdió el aliento cuando sus labios bajaron por su garganta, ávidos. Dio una bocanada de aire y lo intentó de nuevo—. He echado de menos todo esto. Toda esta casa.
Harry lo rodeó con los brazos para hundir el rostro en su hombro; lo sostuvo contra él con tanta fuerza que notaba sus antebrazos presionados contra la curva de su espalda.
—Te he echado mucho de menos —farfulló sin apartarse. Louis le frotó la espalda; no podía contener una sonrisa enternecida.
—Y yo a ti, Haz —respondió al instante. Intentaba sonar tranquilizador, pero sonaba tan desesperado como él cuando se oyó. Estaban tan apretados el uno contra el otro que sentía que podría sentir su corazón pausado contra su pecho si se quedaba inmóvil. Cerró los ojos, fundido contra él, y lo intentó.
Harry respiraba despacio, pausado y quieto como si estuviera descansando. A juzgar por el alivio que Louis sentía al respirar el aire templado de su habitación, posiblemente lo estaba. Le temblaban los labios.
Te quiero. Te quiero.
Los entreabrió. Respiró hondo.
—Quiero besarte —le oyó murmurar, interrumpiendo sus pensamientos. Louis tragó saliva.
—Vale —susurró, pero dejó que fuera él quien se separase de él lo suficiente para presionar sus labios contra los suyos, más suave de lo que había previsto, más lentos de lo que necesitaba, más dulces de lo que nunca había sentido.
—Todavía no puedo —le oyó susurrar en cuanto se separaron. Louis abrió los ojos. Su estómago cayó al verlo, con la mandíbula apretada y los ojos firmes, obstinados. Exhaló.
—Harry —dijo despacio, suave—. No quiero hacerlo.
Él parpadeó.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—No quiero hacer el amor ahora.
—¿Por qué no?
Rodeó su mandíbula con una mano, amoroso.
Estás nervioso. Estás tenso. No estás disfrutando esto. No lo estás haciendo sin presión.
Moriría antes de decir que no le apetecía y convencerlo al instante—estaba seguro de que sería así—de que era su culpa, de que ya no se sentía atraído por él, de que algo había pasado en Nueva York, de que no era suficiente.
—Le hablé de ti a mi amigo en Nueva York —murmuró, acariciando el mechón de pelo que amenazaba con ocultar uno de sus ojos—. Fue el único que me dijo que me veía feliz en lugar de preocuparse por mi proyección empresarial. ¿Sabes qué le dije?
Él se encogió de hombros con gesto débil.
—¿Que encontraste el único vaquero que no sabe saltar al ruedo?
Sonrió. Bajó las manos y se agarró a sus caderas estrechas para atraerlo un poco más hacia sí; había echado de menos el contacto cálido de Harry a través de la ropa.
—Le dije que estaba asustado —murmuró, porque era la verdad, y no le debía menos.
Sus ojos se suavizaron al mirarlo, y pronto tuvo sus manos en la cintura, estables, anclándolo al suelo y al mundo.
—¿Por qué? —susurró él. Louis se relamió.
—Porque nunca me había sentido así —admitió—. No estoy acostumbrado a este tipo de relación.
Harry entreabrió los labios para soltar el aire con suavidad.
—¿Qué tipo de relación?
—Lenta. —Alzó las manos hasta dejarlas sobre sus hombros, pero luego las dejó resbalar por su pecho, y Harry respiró hondo bajo ellas—. Cómoda. Familiar. Fácil.
Harry parpadeó. No lo interrumpió, pero tenía sus ojos verdes clavados en los suyos, tan firmes, tan llenos de dudas, tan intensos como siempre.
Louis hundió los dedos de la mano derecha en su pecho para notar los latidos de su corazón agitado contra las yemas de los dedos.
—Las relaciones son muy complicadas —continuó—. Son inseguridad, y emoción, y primeras impresiones, y dudas, y adrenalina, y vergüenza, e intimidad. Y contigo siempre... siempre me he sentido protegido. Siempre me he sentido cuidado. Siempre he sabido que quiero quedarme en este rancho todo el tiempo que pueda. Y eso es raro. Es difícil de encontrar.
Harry respiró hondo. No dijo nada; no parecía poder.
—Haz, tener más sexo no me va a hacer más feliz —insistió, sin subir el tono—. Dormir contigo y discutir para que ordenes las botas, y jugar al ajedrez, y pasear con los caballos, y la forma en la que me miras cuando te llevo agua es lo que me hace feliz. Me haces muy feliz, todos los días. Eso es lo que le dije.
Harry tragó saliva. Las comisuras de sus labios temblaron.
No podía dejarlo hablar; no podía dejar que se inclinase para besarlo. No podía dejar pasar ni un segundo más, o perdería el valor para decírselo.
—Le dije que te quiero.
Un latido. Harry lo observaba en silencio, atónito. No parecía haber respirado todavía.
—¿Qué? —dijo en voz baja, ronco. Le sonrió; podía notar lo rápido que latía su corazón.
—Le dije que te quiero —repitió, suave, porque parecía necesitarlo.
—Lou- —Se inclinó para abrazarse a él; temblaba. Rio al verse envuelto en el calor de sus brazos, sosteniéndolo tan fuerte contra su pecho que sus pies casi se levantaron del suelo—. Louis.
Hundió el rostro en su cuello, cómodo, y respiró hondo. Olía a jabón, a la calidez de su piel, al detergente con el que lavaba sus pijamas y a la pasta dental que usaban. Olía a estar en la cama, somnoliento y sintiendo el cansancio del día en las piernas. Se hundió en él sin protestar.
Harry aún parecía agitado cuando se separaron. Se inclinó para besarlo, y lo notó temblar contra su boca.
—Louis —repitió, ronco, y rodeó su rostro con las manos. Dejó un beso en sus labios, suave y seco, y luego otro. Louis ya reía contra su boca para el tercero.
—Me encanta cómo dices mi nombre —murmuró, pero sus palabras se trabaron contra sus labios calientes. Harry no parecía tener ninguna prisa por separarse de él.
—¿Cómo lo digo?
—Como si no te supieras más palabras. Como si no te importara nada más.
—Es cierto. —Su tono serio lo hizo reír de nuevo; le dolían las mejillas de sonreír.
Louis le dio un toquecito a una de las manos que aún le acunaba el rostro.
—Vamos a tumbarnos —murmuró—. Y vamos a apagar la luz. Porque escuchar tu respiración en la oscuridad justo antes de dormirnos es lo que más he echado de menos esta semana. —Tiró con suavidad de su camiseta para atraerlo hacia la cama; Harry frunció el ceño cuando retrocedió un paso para separarse de él—. Más que la comida de Doreen, más que las estrellas desde el porche, y más que los vaqueros peleándose para no barrer el serrín en los establos.
—Siempre acabo haciéndolo yo —murmuró él, pero su ceño fruncido había desaparecido para cuando se sentó en su lado de la cama.
Apagó la luz sin abrir los ojos; no le hacía falta. Conocía perfectamente el movimiento en el colchón, a su lado, de Harry tumbándose con cansancio. Suspiró, relajándose por fin. Ese día parecía haber durado 50 horas.
—Lo intenté mientras no estabas. —Su voz ronca en la oscuridad le dio ganas de acurrucarse contra él; rodó cuidadosamente hasta poder pegarse a su costado, y él alzó un brazo automáticamente para permitírselo.
—¿Hm?
—No pude. —Lo oyó exhalar—. Intenté... pensar... en ti y...
Sonrió en la oscuridad.
—¿En mí?
Lo oyó resoplar.
—No puedo. —Ahora sí que sonaba frustrado—. No puedo sin ti. No quiere. Eres tú el... maldito encantador de serpientes.
Rio. Alargó una mano para dejarla sobre su pecho.
—No —dijo en voz alta—. Es la presión. Es toda la presión que te pones encima.
—Ven. —Sus manos se enroscaron a su alrededor y tiraron de él hasta que lo pegaron a su costado. Lo sintió suspirar—. No te vayas más, Louis.
Sonrió.
—Ven conmigo la próxima vez —murmuró—. Le encantarás a mi madre.
Sintió la vibración de su risa contra el cuello.
—Lo dudo.