Agentes del desastre

By MarBriper

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Los contrataron para arruinar una boda, pero desataron el caos en la iglesia equivocada. *** En el subsuelo... More

Sinopsis
Bienvenida
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Nota de la autora
Extra: Hilo de Twitter
Trilogía «Agencias de Cupido»

Capítulo 5

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By MarBriper


Como zombis tras una noche de insomnio, por la mañana ambos jóvenes abordaron el ómnibus de dos pisos a Sientelvainazo, un destino turístico conocido por poseer una Reserva ecológica de paisajes preciosos.

No dijeron una palabra durante las primeras horas de viaje. Exequiel observaba por la ventanilla mientras iban dejando atrás el paisaje metálico y se adentraban en zonas rurales.

El verde campo se fundía con el azul de un cielo despejado. Pasaron bosques de álamos y pinos, siguieron lagos resplandecientes como diamantes. Gradualmente, los cerros se fueron convirtiendo en montañas similares a gigantes dormidos boca arriba.

La temperatura fue descendiendo. Todo ruido o humo desapareció del aire.

¿Cuándo fue la última vez que escapó de la ciudad para volver a conectar con la naturaleza? No recordaba algún viaje familiar en un campamento, no era el estilo de su familia.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su compañera le ofreció chocolate caliente de un termo que había cargado en su mochila de mano.

—¿Deberíamos casarnos? —soltó Aitana de repente.

Exequiel casi se ahogó con la bebida. Parte del líquido cayó en su muslo. La joven soltó un jadeo, se apresuró a sacar una servilleta y tratar de secárselo. Exe saltó de su asiento al sentirla tan cerca de su entrepierna.

—¡Quita tus dedos de ahí! —La detuvo con su mano libre.

—Pero está caliente... El chocolate, quiero decir.

El joven le devolvió la mirada a través de sus ojos entornados. Sacudió la cabeza y se limpió por sí mismo.

—Me sorprendiste.

—Lo siento, no fue mi intención meterte mano. Esas cosas se preguntan primero.

—¡No me refería a eso! —Respiró profundo para armarse de paciencia. Su mirada se volvió afilada—. ¿Mencionaste una boda?

—¡Cierto! —Le dio un sorbo a su taza de chocolate—. Cásate conmigo.

—¿Me estás proponiendo matrimonio?

—Uno breve.

—Como cualquier relación estándar.

—Y falso.

—Qué curioso, acabas de describir el amor de mis padres.

—Hablo en serio, Exe. —Se llevó la cucharita con la que revolvió su bebida a los labios—. Creo que la mejor forma de conectar y ganarnos la confianza de esa pareja sería fingiendo ser recién casados. Como ellos. ¿Qué opinas?

—Es la idea más... razonable que ha soltado tu enorme boca —concedió, enrollando uno de sus rizos en su índice—. Seguro completamos esta misión en dos días, puedo soportarlo.

—Tómalo como un privilegio. Exequiel Luna, ¿aceptas por esposa a este bombón inalcanzable que en cualquier otra ocasión no te tocaría ni con una rama?

—¿Y mi anillo? —se quejó con el ceño fruncido—. Si no me lo pides con una cena romántica, ni sueñes con hacerme tuyo.

Ella reprimió una risita, debía mantenerse en su papel.

—¡Usé el presupuesto de las alianzas en esta luna de miel, hombre ingrato!

Los ojos del joven resplandecieron de humor. Para ser honesto, el plan se le había cruzado por la cabeza también. La realidad era que necesitaban una buena historia.

Prefería evitar hacerse pasar por su hermano o primo. Sus bromas subidas de tono lucirían perturbadoramente incestuosas. Y presentarse como dos colegas o amigos de vacaciones sería demasiado aburrido para sus almas sedientas de drama.

Una vez establecido el trasfondo de su nuevo personaje, podía relajarse. Trabajaba mejor siendo otra persona, era su escudo y espada. Mientras tanto su verdadero ser permanecía seguro tras bambalinas.

Sus párpados cayeron, su espalda recostada contra el asiento.

Sentir unos ojos apuñalando su nuca arruinó ese momento de paz. Levantó y giró el cuello disimuladamente sobre la cabecera. Su mirada encontró, en los asientos del fondo, la de un hombre cegado por la furia.

El desconocido lo señaló. Luego pasó su dedo por su propio cuello de izquierda a derecha en un corte limpio e imaginario.

Exe regresó a su asiento de inmediato. Tragó saliva. El jefe les había enviado una foto del cliente. Era de esperarse que también le hubiera compartido una imagen de los agentes que se harían cargo de su caso.

Se quitó la muñequera donde estaba bordada una taza con un corazón fisurado flotando sobre ella. Llevar a la vista el logo de la agencia durante una misión era obligatorio, de esa forma el cliente los reconocería al instante. Ya fuera en un accesorio o la misma ropa, eso quedaba a criterio del agente. Supuso que esta vez no sería necesario.

"Esperemos que su ira se enfríe durante el viaje", deseó.

Cuando terminó su chocolate, el ómnibus se detuvo. Por la ventana descubrió un parador sencillo donde comprar comestibles o recuerdos.

—Nos quedan tres horas de viaje —anunció el conductor a través del micrófono, su voz con la formalidad de un profesional—. Tienen media hora para estirar las piernas en lo que mi compañero va a tapar el baño del parador.

—¿Era necesario dar tantos detalles? —se escuchó la queja del copiloto.

—Es la última vez que tomas un laxante en medio de un viaje, Alfredo.

—Si tu familia no me hubiera invitado a una sado ayer...

—Un asado. Modula bien, carajo.

El micrófono se apagó al iniciar el silbido de las puertas. Ambos agentes estaban entre los primeros asientos, por lo que no tuvieron que esperar para salir.

Las conversaciones animadas de los otros turistas se entrelazaban a la música proveniente del local.

—¡Nuestra primera parada en vacaciones, cariño! —exclamó Aitana, estirando los brazos sobre su cabeza. Le dio un empujón coqueto con su cadera—. Voy a asaltar la sección de postres, ¿te compro algo?

—El único dulce que deseo lo tengo en frente —ronroneó él, atrapando un rizo cobrizo entre sus dedos.

Su compañera ingresó a la tienda con una risita.

Por su parte, el muchacho rodeó el parador en dirección a los baños públicos. Cuando entró a uno de los compartimentos, sintió que abrían la puerta por detrás. Se giró por reflejo y chocó contra otro hombre. Por tratar de apartarse acabó cayendo al lado del inodoro. Soltó un gruñido cuando su trasero golpeó con fuerza contra las cerámicas.

—Que yo sepa, los inodoros no se comparten al mismo tiempo —masculló tras ponerse de pie.

Lo siguiente que supo fue que un antebrazo mantenía su cuello contra la pared. Soltó un sonido ahogado.

El hombre vestía un traje casual, el tipo de chaqueta que podría usarse tanto en fiestas como salidas amistosas. Enseñaba los dientes y parecía echar humo.

—¿Tú eres el imbécil que arruinó todo?

—Primero que nada —jadeó Exe, golpeando las orejas del sujeto con sus palmas abiertas. Este se apartó con una mueca de dolor—, buenos días. Y nadie me ahorca sin mi consentimiento.

—¿Qué carajos pasó? —susurró, furioso, las manos en sus sienes—. Creí que Desaires Felinos era una agencia profesional. Debí adivinar desde el nombre que solo eran unos farsantes.

—Mi jefe ya le explicó la situación. Hubo un percance. —Mantuvo el volumen igual de bajo, no podían arriesgarse a ser oídos—. El matrimonio está a tiempo de anularse. ¿Por qué no tiene las pelotas de hablarlo con su esposa?

—¡Eliza debe ser quien sugiera el divorcio primero! Mis motivos no son de tu incumbencia. Haz bien tu trabajo y quítate de mi vista.

Con esa despedida, salió del compartimento hecho una furia.

Exequiel soltó un largo suspiro a través de los dientes apretados. Abandonó el compartimento poco después. Se lavó las manos y revisó en el espejo que nada delatara cuán acorralado se sentía. Odiaba que lo manipularan así.

Con esas nubes tormentosas sobre su cabeza, se encaminó hacia la puerta. Un niño pasó corriendo por su lado y tomó la mano de su padre que lo esperaba fuera.

—Pa, había dos hombres haciendo ruidos raros en un mismo baño —escuchó decir a esa vocecita infantil—. Ahí va uno —agregó señalando a Exe.

El aludido, que en ese momento frotaba su propio cuello con una mano y su trasero adolorido por la caída con la otra, se detuvo. Un par de ancianas que habían oído al niño lo miraron escandalizadas.

Exequiel, dispuesto a ver el mundo arder como método de catarsis, compuso su mejor sonrisa perezosa. Letal.

—¿Qué tanto miran? —dejó caer, despreocupado a viva voz—. ¡Es el siglo XXI en un país libre, señoras! Cuando el amor es sincero, no importa si el agujero es de caballero.

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