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— Ah... já! Ya está anocheciendo, será mejor que cada uno se vaya a su casa.

Himura intentó romper esa incómoda tensión mientras daba los primeros pasos alejándose antes de que Iwaizumi le rompiera la cara a Oikawa por no responder su advertencia, pues no pareció servir de mucho ya que ninguno de ellos se movió siquiera un milímetro.

Su corazón se estruje con cada paso que da. ¿Qué tanto tenía que analizar? Una pequeña mierda llamada "inseguridad" le estaba tocando la puerta y otra vez todos sus sentimientos revolviéndose en su estomago a modo de advertencia. ¿Estaba bien depositar toda su confianza en él? Lo estaba odiando. No precisamente a él, sino a su suerte y sus estúpidos impulsos. ¿O realmente debería considerar su viejo odio hacia él?

Dos ladridos rompieron ese peligroso camino que estaba transitando su mente. Sus ojos se abrieron enormes al ver a su compañera de equipo con su olvidada mascota.

— ¡Rin! —su voz se quebró al ver como su Shiba corrió emocionado hacia ella y saltó dejándola de espaldas contra el suelo y encima lengüeteando toda su cara.

Hajime y Toru se separaron preocupados porque ese torpe golpe le hubiera causado algún dolor a su rodilla, pero el ambiente se reinó con su risa y el llanto feliz del can. El setter y su ace aflojaron ese agarre y se dedicaron a observar la dulce escena que estaban presenciando.

— ¿Cómo has estado? ¡Te ves tan bien!

Le hablaba recibiendo más ladridos felices como respuesta.

— A tu mascota le faltan todos los jugadores al igual que tu. Están dementes.

Natsu miró a su vice capitán con una leve ofensa sin borrar la sonrisa de su rostro.

— ¿Qué cosas dices?

La rubia sonrió entregándole la correa en clara señal de estar devolviéndole a su mascota definitivamente.

— Mi padre me ha dicho que ya está cien por ciento recuperado. La próxima visítalo aunque sea, te ha extrañado mucho.

El nudo en su garganta terminó por desatarse. Escondió su rostro en el cuello del peludo dándole muchas caricias.

— Lo siento, no estaba preparada para despedirte si algo te pasaba, no iba a soportar otra perdida más.

Su cara no era visible, pero su voz estaba débil. Rin era la única familia que le quedaba. Su conmoción se contagió a los otros tres, principalmente Oikawa se sentía peor cada segundo que pasaba, pero aquella tensión se vio interrumpida por otro fuerte ladrido. Se escapó de entre sus brazos para ir sobre el par de voleibol. Movía su cola muy feliz mientras se franeleaba en sus piernas clamando caricias que no tardaron en ser recibidas por los chicos.

— ¡Eres un buen chico! —sacudió sus orejas Toru, su semblante serio de hace un rato había desaparecido.

Que demonios...

— Sora-san, no tengo forma de pagarle a tu padre todo lo que hizo por Rin.

La rubia le sonrió con total confianza.

— No le debes nada, el es un veterinario con pasión y dedicación, sabes lo mucho que adora a tu Shiba.

Natsu no se sentía cómoda con esa idea, no le gustaba deberle nada a nadie, bastante tenía con Hajime, pero conociendo a ambos no importa que tanto discutan o peleen al respecto, siempre se terminan saliendo con la suya.

— Gracias.

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Rin caminaba tranquilo entre la oscuridad de la noche de los suburbios mientras unos metros atrás lentos pasos de aquel par no dejaban de sentirse entre piedras. 

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora