XXVI. Shock

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Agosto llegó en un abrir y cerrar de ojos. Los uniformes de Cairways ya estaban siendo lucidos en los vuelos comerciales de la aerolínea por todo el equipo de azafatas, comandantes y pilotos y la publicidad lograda con aquello habían sido dos consultas por parte de otras aerolíneas en las que ya estaban entusiasmados trabajando en el atelier.

Peter había reducido la frecuencia de su presencia porque su madre se había recuperado y realmente era feliz estando con Lali en el atelier y con ella allí, podía prescindir de su presencia. Ya sin excusas que lo distraigan de lo que realmente le importaba él se enfocó en los exámenes de la carrera que cursaba clandestinamente, dirección de cine. Clandestina, al igual que la relación que mantenía con Mariana.

Esa mañana Lali, que había amanecido en el departamento que Peter había elegido para ambos y que juntos habían amoblado y decorado, se levantó con una sensación extraña en el pecho que minimizó cuando se fue a duchar, y terminó olvidando cuando llegó a la oficina, con su vaso térmico en una mano, el maletín en la otra y una Eugenia desbordada que la interceptó antes de subir al ascensor, con un montón de trabajo.

–Te separé en tres pilas los remitos para que veas: lo urgente está con la carpeta roja, lo que vence el viernes, en carpeta amarilla, y lo que termina a fin de mes, en la verde.

–Como un semáforo –rieron–. Gracias, Euge. No sé qué haría sin vos acá.

–Estuve hablando con Blanca sobre una reorganización del depósito de telas y me espera abajo. Yo sola me meto en estas cosas –Lali asintió dándole la razón–. ¿Nos vemos después?

–Dale, voy a estar acá, haciendo lo aburrido –Eugenia besó su mejilla y se fue por las escaleras hacia el subsuelo.

Ella entró a su oficina, dejó sus cosas en el sillón y el perchero, bebió su café y relojeó las pilas de papeles que su amiga había dejado ordenadas para ellas. Se sentó en la silla que por años había visto ocupar a su padre, y sintió otra vez esa opresión en el pecho. Se llevó la mano al corazón y lo sintió latir con normalidad. Cerró sus ojos e inspiró y exhaló con tranquilidad para concentrarse y minimizar aquella molestia que no sabía a qué se debía.

–Buen día –abrió los ojos y lo vio a Pablo que se acercó a ella y besó su cabeza.

–Buen día. ¿Qué haces acá?

–Volví ayer a la noche después de una semana y de volar más de quince horas, y vine a ver a mi novia, ¿Está mal?

–Cierto, volviste ayer –suspiró y negó con la cabeza despejando sus ideas–. Perdón, estoy con muchas cosas acá. ¿Cómo fue?

–Un vuelo tranquilo, sin muchos sobresaltos, y por suerte tampoco turbulencias.

–¡Qué bueno! Me alegro mucho –dijo intentando prestarle atención pero sin desviar la vista de los muestrarios que tenía en frente.

–Pensé que podías regalarme una horita para ir a almorzar juntos. ¿Qué te parece?

–No puedo, estoy tapada de trabajo, tengo presupuestos pendientes y algunos otros remitos que revisar.

–Creí que eras la jefa. ¿No podes dárselo a alguien más? No sé... ¿A Eugenia?

–Euge tiene sus propias tareas, está en el depósito con Blanca, estas pilas son las mías –suspiró y lo miró–. De cualquier manera quería hablar con vos.

–¿Sobre?

–Sobre nosotros –dijo firme después de mirarlo un minuto.

La conversación se vio interrumpida por un golpe en la puerta y esa molestia en el pecho fue una puntada bien profunda que la hizo gritar de agonía.

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora