Capítulo 8

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Valeria llevaba tres horas acostada en su sofá llorando a moco tendido. Nosotras la observábamos desde la distancia de la cocina mientras que Jorge intentaba animarla a toda costa.

—Qué 'e lo que tu quiereee, aquí llegó tu tiburón-

Éste bailaba delante de Valeria, la cual, lloró aún más.

—Supongo que ya se le pasará —habló Mari cerca de mí, apoyándose contra la encimera quedando en la misma posición que yo.

Hice una mueca, apesadumbrada viendo a Valeria en posición fetal ignorando por completo los fallidos intentos de Jorge por hacerla reír.

—No lo sé, cuando Valeria sufre... sufre con ganas.

Rió bajito. Lo que ella no sabía es que no le mentía en lo absoluto.

—No, no te rías. Parece chiste pero es anécdota.

Carraspeó calmando su risita para volver a su estado normal nuevamente. La que quería reír ahora era yo ya que seguramente creyó que mis palabras iban enserio.

—Lo importante es que Valeria debe tomar una decisión por ella misma.

Asentí, totalmente de acuerdo con ella.

—Hace muchos años que ella descubrió la infidelidad de su padre y aún así lo ama con su alma.

—Es que creo que uno no tiene nada que ver con lo que sucede con nuestros padres —su tono de voz sonaba más serio lo que me hizo voltear a verla.—A veces ellos comenten errores entre ellos pero eso no quiere decir que dejan de amar a sus hijos. Una cosa no se une con la otra.

No despegué mi mirada de su rostro. Extrañamente me agradaba escucharla hablar de situaciones más profundas, con el poco tiempo que la llevaba conociendo, me había divertido descubriendo como sus facciones cambiaban dramáticamente, una melancolía abundaba en su rostro cada vez que comentaba su pensamiento ante un tema en específico.

Y joder, sí que me agradaba verla cuando esos momentos se hacían presentes. Siempre he sido muy amante de las personas que amaban expresar sus ideas y opiniones. Algo que Ágata no soportaba mucho, ella creía que ese tipo de personas eran falsas y que solo querían ser el centro de atención.

—Aun recuerdo su carita cuando vino directo a mi casa a contarme lo ocurrido con su padre. Su voz quebrada y la angustia en su mirada no puedo borrarla de mi mente. Estaba sufriendo y me odiaba por no tener poderes y hacer su vida más agradable.

Los ojos de Mari conectaron con los míos. Pillándome desprevenida, acomodó su mano sobre la mía por sobre la encimera. Sus dedos acariciaron los míos con delicadeza y sin poder evitarlo, un hormigueo recorrió mi interior. Una sensación como si estuviera ardiendo en llamas se posó en mi estomago, no recordaba haber sentido algo parecido antes, ni entendía el significado de ese ardor.

Debía ser la ansiedad del momento.

—Eres una gran persona, estoy segura que Valeria es muy afortunada —susurró volviéndome consciente de nuestra cercanía. Nuestras miradas seguían conectadas y no lograba comprender por qué no podía dejar de mirarla.

—Gracias, pero estás exagerando —intenté volver la situación más ligera soltando una risa forzada y agradecí que ella también riera. Hubiera sido muy vergonzoso si ella se hubiera mantenido en silencio. 

—No exagero, Ágata debe pensar igual que yo.

La burbuja que nos envolvía se rompió por completo. Sacudí mi cabeza volviendo en mí misma y remojé mis labios que sin saber la razón se encontraban secos. 

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