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Cindy despertó al rededor de las seis y media, dio los buenos días a Paul y se metió en el baño. Paul tenía unas ojeras de los mil demonios, pero permanecía aún en vigilia, encima no pretendía dormir en el día. Tenía la costumbre de que si no dormía una noche esperaría a la siguiente para acostarse, sino su reloj biológico se le descontrolaría y terminaría como los murciélagos.

    La caravana pasó bajo el aviso que indicaba a partir de ahí se adentraba en Murlamar, y 20km más allá se encontraba Sol Azul. Paul lanzó un hurra en su mente. Se permitió aparcarse por un momento a un lado de la carretera, tenía los labios resecos y sufría el mal de presidentes, clase alta, media y baja: ganas de cagar. No se habían detenido ni una vez desde que salieron de la estación de servicio y tenía el cajón lleno, además, sabes lo que dicen: el que se aguanta es que le gusta tener algo dentro. La hinchazón del pie parecía haber mermado un poco, pero aún estaba allí. Se levantó del asiento y cojeó hasta el fondo de la caravana, daba la casualidad que Cindy salía en ese instante del baño, con el paño verde oscuro enrrollado sobre su pecho y el pelo húmedo goteaba ocasionalmente.

    -La naturaleza me llama -dijo Paul.
    -Oh si, acude a su llamado, gran profeta -bromeo Cindy y ambos rieron- Por cierto... -Paul cortó la frase de golpe, posando sus labios sobre los de ella-
    -Ya lo sé. Feliz navidad, Cindy -dijo Paul sonriente, muy cerca de su rostro.
    -Feliz navidad, guapura -respondió Cindy, compartieron una mirada, luego Paul entró al baño a toda velocidad.

    Desde fuera se escuchó el sonido de una bragueta bajándose y el lavantamiento de la tapa de inodoro. Paul se sentó y dejó salir al Espíritu Santo.

    -¡Oh, gloria a Jesús! -exclamó desde el trono de cerámica.

    Las risitas se escuchaban al otro lado de la puerta. Momentos después, Paul estaba de nuevo en el asiento del conductor, poniendo a la caravana en movimiento. Cindy se puso unos vaqueros ajustados y una sencilla playera unicolor negra, el pelo suelto aleteaba por las corrientes de aire que entraban por las ventanas. Se sentó en el puesto vecino al conductor, Paul le echó una rápida mirada y puso sus ojos de nuevo en el camino.

    -Pues ya casi estamos -dijo Paul.
    -Al parecer -respondió Cindy- ¿Estás listo para conocer a tus suegritos?
    -Oh si, he ensayado cada palabra al menos unas cien veces por el camino. Si me cambia al menos una palabra del monólogo le escupiré la cara y me iré a México.
    -No creo que allí estés a salvo.
    -¿Segura? Me cambiaré el nombre a Panchito Juanito y venderé tacos con un bigote postizo si es necesario.
    -¡Claro que sí, mi cuate! -exclamó Cindy entre risas.
    -Iré practicando desde hoy mi mexicano -bromeó Paul.

    El motor bramaba bajo sus pies, acelerando progresivamente, impulsando la caravana sobre el firme asfalto. Las construcciones empezaban a ser más frecuentes a los lados de la carretera y en la distancia se dejaba ver ya claramente el contorno de la montaña empapado de un azul oscuro, aunque acercándose a la copa se veía más claro.

    -Me empiezo a sentir en casa -dijo Cindy, observando la lejanía con una nostálgica sonrisa marcada en su rostro. Paul permaneció en silencio, dejando a su amada libre para revolcarse en sus recuerdos, y mientras lo hacía, luchaba contra la repentina pesadez de los párpados. Perseveró hasta llegar al pueblo. “Bienvenidos a Sol Azul” decía el letrero, y bajo las letras blancas exaltantes había una foto de el pueblo, y de fondo la Gran Garganta. Cindy seguía callada, pero la sonrisa no se borraba de su rostro.

    Cruzaban la poco transitada avenida principal a velocidad regular, Cindy le daba indicaciones a Paul mientras le señalaba algunos lugares de interés de el pueblo.

    -Tremenda guía turística que estás hecha -dijo Paul. Cindy sonrió.
    -En la esquina a la derecha, ya casi estamos.

    La caravana dobló en la esquina, tal como había indicado Cindy, y se detuvo al frente una casa blanca de dos pisos, dos ventanas en el piso superior daban a la calle y a través de ellas se podía ver un ventilador encendido y una mecedora de lado justamente frente a la ventana. Un portón negro delimitaba los límites de sus dominios, inmediatamente después de un pequeño jardín, donde dominaba el verde de los matorrales, las flores de distintos colores se asomaban entre los diseños naturales de los arbustos recien podados. Paul tocó la corneta, detuvo el motor de la caravana y miró a Cindy

Gran GargantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora