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Cuando me levanto por la mañana me doy cuenta de que estoy sola, el inspector se ha ido a trabajar como cada día.

En estos cinco días que llevo aquí he sido lista y he calculado el tiempo que tarda en volver de nuevo, la media son cinco horas. A veces se va incluso dos veces en el mismo día a comisaría y eso me da unas nueve horas para estar sola, pensar, cocinar y escaparme sin ser pillada.

Supongo que se habrá marchado a las ocho, así que tengo hasta las doce aproximadamente para desayunar, largarme y volver antes de que el señor inspector buenorro venga.

Desayuno algo rápido pero en abundancia, me zampo cuatro tostadas con mantequilla y mermelada de fresa mientras pienso en qué les llevare a los niños esta vez. Odio que siempre coman cosas grasosas sin ningún tipo de nutrición o vitaminas, pero no tienen una cocina donde hacer algo caliente.

Mi mirada viaja hasta los armarios a rebosar de comida de Oliver. Si le quito un par de bolsas de macarrones no creo que se dé cuenta. Con este pensamiento y las mejillas llenas de comida, me pongo manos a la obra y empiezo a hervir agua para verter los macarrones en su interior junto con algunos huevos para que se cuezan también. Quince minutos después la pasta y los huevos están listos.

Les echo todo lo que pillo a los macarrones, los huevos, maíz, lechuga, tomate, atún... creando así una ensalada de pasta. He hecho bastante comida, al menos así podrán almorzar y cenar esta noche algo que tenga proteínas. Meto todo en una fiambrera enorme que encuentro en uno de los armarios. También cojo queso de la nevera, jamón, un poco de chorizo... de todo lo que pillo, y lo empaqueto bien en papel plata para que tengan más suministros.

Voy hacia mi habitación, me visto con una sudadera negra ancha y unos leggins, vuelvo a la cocina y meto todo en el interior de mi mochila para que me sea más fácil transportar la comida. Me aseguro de dejar la ventana de mi habitación abierta antes de salir y me pongo el gorro de la sudadera en la cabeza para no ser descubierta por nadie, no quiero que el asesino me reconozca si lo veo.

Camino sin prisa, todavía me quedan tres horas aproximadamente para que Oliver Keen vuelva del trabajo.

Puto Oliver... no puedo dejar de pensar en su torso bien definido ni en sus bíceps increíblemente grandes. Es como si dios le hubiera esculpido poco a poco el cuerpo para hacerle perfecto. Últimamente se pasa el día entero sin camiseta y creo que lo hace a propósito, sabe lo bueno que está, sabe que puede provocar infartos si se lo propone y no tiene ningún problema con eso. Al contrario, creo firmemente que le encanta que le miren y, como soy la única que está todo el santo día a su alrededor, se pasa el día mostrando sus músculos hechos para el pecado.

Tanta carne y yo pasando hambre...

En menos de lo que me espero estoy frente al teatro, así que me aseguro de que nadie me ve al meterme en el callejón y trepo hasta llegar al suelo de rejas de la escalera de emergencias. Subo de prisa para que nadie pueda verme, pues estoy a plena luz del día y las calles son muy transitadas a esta hora. Introduzco mi cuerpo por la ventana de la otra vez y de un salto caigo de pie en el suelo.

Llego hasta la sala donde sé que todos los niños deben estar durmiendo y enciendo la luz para que despierten. Joe ya está despierto cuando le veo y se abalanza a abrazarme como buen hermanito que es, es el mayor de los que hay aquí, así que cree tener la responsabilidad de despertarse cuando Zack se marcha para que nada les pase a los demás. Es un gran chico, la verdad.

Los demás empiezan a despertarse. Primero Sarah, luego Simon y por último Leo, el más pequeño, que todavía duerme con una mantita de color azul; él asegura que le protege de los monstruos malos con los que vivió hace apenas un año atrás.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora