«Dariálov —se dijo— optó por batirse...» En su juventud, y a causa de su temperamento tímido, Alexiéi Alexándrovich había pensado en el duelo a menudo; nada le parecía tan terrible como la idea de ver una pistola apuntando contra su pecho; y jamás había hecho uso de arma alguna. Este horror instintivo le inspiró muchas reflexiones, y trató de acostumbrarse a la eventualidad posible o a la obligación de arriesgar su vida. Más tarde, llegado a una alta posición social, estas impresiones se borraron; pero la costumbre de temer su propia cobardía llegó a ser tan poderosa, que en aquel momento deliberó largo rato consigo mismo, considerando y acariciando la perspectiva de un duelo y examinándola en todas sus fases, a pesar de su convicción de que no se batiría en ningún caso.
«El estado de nuestra sociedad es aún tan salvaje —pensaba— que muchos hombres aprobarían un duelo: aquí no es como en Inglaterra. ¿A qué conduciría esto, suponiendo que yo lo provoque?» En este punto, Alexiéi Alexándrovich se representó vivamente la noche que pasaría después de la provocación y la pistola apuntando contra él, estremeciéndose al reflexionar que jamás podría soportarlo. «Admitamos —continuó— que aprendo a tirar, que me coloco delante de él, que oprimo el gatillo de mi pistola y que lo mato.» El señor Karenin cerró los ojos y movió la cabeza como para desechar esta idea absurda. «¿Qué lógica habría en matar a un hombre para clarificar sus relaciones con una mujer culpable y su hijo? ¿Se resolvería con esto la cuestión? ¿Y si el herido o el muerto soy yo, lo cual me parece más probable? Entonces, sin culpa alguna, yo sería la víctima expiatoria. ¿No sería esto más absurdo aún? Y, por otra parte, ¿sería honroso que yo fuese a provocar a ese hombre, seguro como estoy de que mis amigos intervendrían para no exponer la vida de un individuo que es útil al país? ¿No parecería que trato de llamar la atención, promoviendo un lance que no podría conducir a nada? Nadie espera de mí ese duelo tan absurdo, y mi único objeto debe ser conservar mi reputación, sin consentir que ninguna cosa pueda estropear mi carrera.» El «servicio del estado», siempre importante a los ojos de Karenin, lo era más en aquel momento.
Descartada la cuestión del duelo, quedaba la del divorcio; alguno de aquellos hombres cuyo recuerdo evocaba, habían apelado a él; los casos de esta especie ocurridos en la alta sociedad le eran bien conocidos; pero Alexiéi Alexándrovich no halló uno solo en que semejante medida hubiera llenado el objeto que él proponía; en cada uno de ellos el esposo había cedido o vendido a su mujer; y la culpable, la que no tenía derecho a un segundo matrimonio, era la que contraía un nuevo lazo. En cuanto al divorcio legal, el que tendría por sanción el castigo de la mujer adúltera, no se podía recurrir a él, en concepto de Alexiéi Alexándrovich, porque no sería posible suministrar, en las complicadas condiciones de su vida, las pruebas brutales exigidas por la ley; aunque hubiesen existido, no le era dado hacer uso de ellas, pues el escándalo rebajaría al esposo en la opinión pública más que a la culpable. Los enemigos de Karenin se aprovecharían de esto para calumniarlo, procurando comprometer su elevada posición oficial, y entonces no se cumpliría su objetivo, que era salir con el menor ruido posible de la crisis en que se hallaba.
Por otra parte, el divorcio rompería toda relación con su esposa, dejando a esta en manos de su amante; lo cual quería evitar Karenin, porque, a pesar del desprecio indiferente que pensaba sentir por su mujer, le quedaba en el fondo del alma un afecto muy vivo, inspirándole horror todo cuanto tendiese a favorecer sus relaciones con Vronski para que se aprovechase de su falta. Esta idea le arrancó casi un grito de dolor; se puso en pie en su coche y cambió de asiento, tapándose las piernas, muy sensibles al frío.
«También se podría —continuó procurando calmarse— imitar a Karibánov, de Paskudin y al bueno de Dram, exigiendo la separación; pero esta medida tendría casi los mismos inconvenientes que el divorcio: equivaldría a dejar a mi esposa en brazos de Vronski. No, es imposible, imposible; yo no puedo ser desgraciado, y ellos no deben ser felices.»
Los celos, que tanto lo habían torturado mientras ignoró la verdad, habían desaparecido, cediendo su puesto a otro sentimiento; sin confesárselo, Alexiéi Alexándrovich deseaba en el fondo de su corazón ver a su esposa sufrir por haber atacado así su honor, turbado su tranquilidad.
Después de pesar los inconvenientes del duelo, del divorcio y de la separación, Alexiéi Alexándrovich se convenció de que el único medio de salir de aquel mal paso era conservar su mujer, ocultando su desgracia al mundo, y procurar por todos los medios imaginables romper las relaciones de Anna con Vronski y castigar a la culpable; Alexiéi Alexándrovich, sin embargo, no se confesaba esto último.
«Debo decirle que, dada la situación en que ha puesto a nuestra familia, juzgo el statu quo aparente preferible para todos, y consiento en conservarla bajo la expresa condición de que rompa las relaciones con su amante.»
Adoptada esta resolución, Karenin se sirvió de un argumento que la sancionaba en su espíritu. «De esta manera —se dijo— obro conforme a la ley religiosa, no rechazo a la mujer adúltera; le ofrezco el medio de enmendarse, y, por penoso que sea para mí, me consagro en parte a su rehabilitación.»
Alexiéi Alexándrovich no ignoraba que no podría tener influencia moral alguna en su esposa, y que las pruebas que se proponía intentan eran ilusorias; durante las tristes horas que acababan de transcurrir, no había pensado un instante en buscar un punto de apoyo en la religión; mas viendo que esta se hallaba de acuerdo con lo que acababa de resolver, semejante sensación lo tranquilizó. Le aliviaba pensar que nadie tendría derecho para acusarlo de haber obrado en una crisis tan grave de su vida en oposición con la fe, cuya bandera llevaba tan alta en medio de la indiferencia general.
Reflexionando más aún, Karenin acabó por pensar que ninguna razón se oponía a que las relaciones con su esposa siguieran siendo poco más o menos lo que eran últimamente. Sin duda no podría apreciarla ya, mas no veía motivo para trastornar toda su vida y sufrir personalmente porque ella hubiese delinquido.
«Ya llegará el tiempo —se dijo—, ese tiempo que resuelve tantas dificultades, en que nuestras relaciones se reanudarán como antes; es preciso que ella sea desgraciada; pero como yo no soy culpable, no debo sufrir.»
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...