Palabra 9: «columpio»
Todavía recuerdo esa mañana cuando salí de casa para dirigirme al viejo columpio del patio, sintiendo la luz cálida del sol quemándome las mejillas. Tenía quince años.
Ese día me había quedado solo con mi nefasto hermano menor. Mamá y papá estaban fuera, quizá a kilómetros de distancia en el corazón de la ciudad, haciendo las compras en el supermercado como cada semana. Nos habían dejado solos a ambos. Ese día estaba castigado desde temprano por alzarle la voz a mi hermano ante uno de sus típicos comentarios estúpidos que me hizo sentir terrible sobre mi propio aspecto. Y como siempre, mis papás lo defendieron a él.
Ese tarado... Siempre tan impertinente, tan aprovechado de su papel de hijo consentido y favorito de la casa. Lograba robarse todas las miradas, todos los aplausos. Todos los cuidados. Yo era el mayor, pero él era el especial...
Mis padres nunca fueron tan severos con él como lo fueron conmigo. Eso me enfurecía. Y cuando él hacía travesuras, como pisotear las flores del jardín o quebrar alguna pieza de la bajilla, o si estropeaba alguno de los electrodomésticos, mamá y papá preguntaban entonces quién había sido el culpable... y ese maldito lograba hacerles creer que yo era el autor de los destrozos.
E incluso cuando, en muy contadas ocasiones, la evidencia de mi inocencia resultaba obvia, ellos igual me confinaban a la habitación o me prohibían salir con mis amigos por no haber vigilado a mi hermano. «¡Tienes que cuidarlo! ¡Tú eres el hermano mayor! ¡¿Dónde estabas cuando esto pasó?! ¡¿En tu maldito cuarto?!» gritaba mi padre antes de darme una bofetada. Entonces subía a mi recámara a llorar mientras a él le daban palmadas de ánimo en los hombros para tan solo decirle que «debía tener más cuidado».
Me castigaron tantas veces por su maldita culpa. Yo solo trataba de ser un chico tranquilo y ocuparme de mis propias cosas, de mis estudios, de leer mis libros de cuentos y estudiar de vez en cuando para mis clases. Pero cuando ellos me reprendían, entonces no podía dedicarme a hacer nada de eso y una oscura soledad embargaba mi corazón, me abrazaba el coraje de la rabia más sombría. Entonces solía ver a mi hermano desde mi ventana, disfrutando de ese viejo columpio en el patio, mientras yo me quedaba encerrado en mi cuarto, llorando de enojo y frustración.
Lo odié tanto. Sus berrinches eran actuaciones de primera. Y mis padres... siempre fueron un par de imbéciles ingenuos. Tal vez su complicidad y la crueldad innecesaria hacia mí fue lo que acrecentó el odio que sentía y que algún día acabaría por desbordarse irremediablemente. Y pasó. Justo mientras ellos estaban fuera.
Ese día, él cruzó la línea... Entró a mi cuarto y comenzó a burlarse de mí, me gritó. El estúpido empezó a jugar mientras trataba de pedirle que saliera pero entonces rompió mi foto favorita, la única que tenía de un viaje que había hecho a un zoológico cuando tenía 13 años... Le reclamé casi llorando y él me golpeó en la cara cuando lo regañé: el muy cínico explotó en insultos crueles hacia mí, y me dio un puñetazo. Entonces yo estallé también de rabia y busqué una forma de castigarlo.
Nunca antes me había tratado así. Ni lo volvería a hacer... Le gané la pelea por ser ligeramente más pequeño y delgado que yo. No me resultó muy difícil someterlo. Hice lo que tenía que hacer y, después de recuperar el aliento, salí al jardín para despejarme. Me dirigí al pequeño columpio y me balanceé ligeramente durante varios minutos, en silencio.
Cuando mis padres llegaron, algunas horas después, yo todavía estaba en el columpio, disfrutando el fresco aire de la tarde, a la sombra de los árboles. Al principio, no sospecharon nada. Solo me miraron casi con indiferencia. «¿Dónde está tu hermano?», preguntó papá con un par de bolsas llenas de mandado entre brazos. «Está en la casa, se está columpiando», respondí sin ningún tono en particular, sin dirigirle la mirada. Sentí sus ojos viéndome con un dejo de hartazgo.
Entraron a casa tranquilamente. La tarde era increíblemente silenciosa, y el trino de algunas aves resonaba por ahí. Los oí acomodar las bolsas en la mesa de la cocina, abriendo el refrigerador y luego cerrándolo tras introducir algunas botellas de vidrio, seguramente de leche. Después les oí llamar a mi hermano por su nombre para que bajara a comer algo. Él no respondió. Mis padres esperaron unos minutos. Entonces oí sus pasos dirigiéndose hacia su habitación y luego... lo vieron: lo había dejado colgado de una soga atada a la barandilla de las escaleras, en el lugar exacto para que fuera una gran sorpresa para ellos. Gritaron tan fuerte...
Recuerdo que una parvada de tordos salió volando asustada de la copa de un árbol al oír los desgarradores alaridos de mis padres.
Yo no sonreí, pero recuerdo que me sentí en calma al escucharlos llorando. Suspiré. El aire de la tarde se sintió más liviano. Después llegó la noche y las paredes externas de mi casa se iluminaron con intermitentes luces rojas y azules.
Los oficiales me encontraron en la sala, inmutable, con heridas y moretones en la cara y en el cuerpo. Mi padre no pudo contener su enojo tampoco y se desquitó conmigo antes de que los agentes llegaran. La policía casi se lo llevó a él al adjudicarle las lesiones que yo presentaba y la muerte de mi hermano, pero yo confesé lo segundo, dije todo con una voz extenuada en la entrevista que me hizo un psicólogo de la fiscalía. Su rostro hizo una mueca que no alcancé a descifrar del todo.
Poco después mis padres me internaron aquí. Y desde hace años que no piso el suelo fuera de estas instalaciones ni respiro el aire de la vida libre. Pero ellos ya no están para maltratarme. No me visitan y tampoco quiero que lo hagan.
Nunca me perdonaron por lo que hice. Pero me dio igual. Yo nunca les perdoné haberle creído más a él durante todos esos años ni todos sus castigos injustificados. Después de todo, el castigo de mi hermano también fue un castigo para ellos.
ESTÁS LEYENDO
Noches de octubre: Cuentos de Horror y Locura © (18 ) | [EDITANDO]
HorrorLas noches de octubre pertenecen a los muertos, a los monstruos, a los amantes de lo siniestro; son noches de espantos, de brujas, de hombres lobo, de criaturas reptantes; noches de sueños inquietantes, de pesadillas, de alucinaciones con alimañas...