Palabra 3: «carnada»
—No entiendo por qué no están aquí todavía... —comentó Julio a su compañero, Carlos, mientras aguardaban fuera de ese baldío, durante la puesta del sol.
—Tranquilo —respondió el otro—. Ya deben venir en camino. ¿Por qué estás tan ansioso?
Él aguardó un momento antes de responder. Miró a su colega, tan tranquilo y tan sereno. No entendía cómo podía sentirse tan aliviado después de lo que acababa de ocurrir.
—¿Tú no sientes nervios?
—No. ¿Tú sientes nervios?
—S-sí... Lo que hice fue horrible.
Carlos volteó a mirarlo con ironía.
—Oye, tranquilo, Julio. Fue un accidente.
—Sí, güey, pero ahora Luis está en el hospital.
—Él se lo buscó. Eso le pasa por pendejo. No debió haberse metido contigo...
—Pero estábamos borrachos y...
—¡Oye! —interrumpió Carlos abruptamente—. No me hagas arrepentirme de estar aquí tratando de apoyarte... Estoy intentando estar de tu lado, Julio. Ese cabrón ya se estaba propasando con Jimena. Tú viste cuando empezó a tocarle... ¿Ibas a dejar a que él le hiciera eso?
—No...
—¿Entonces?
—Es que siento que no debí haberlo golpeado con esa botella... Sangró mucho de la cabeza...
—Sí, yo sé. Estaba ahí, por si ya lo olvidaste.
—Tengo nervios de que él vaya a desquitarse cuando se recupere...
Carlos puso la mano sobre el hombro de Julio en señal de apoyo.
—Oye, escucha: sé que tienes miedo.
—¡Yo no tengo miedo! —interrumpió Julio, tratando de excusarse.
—Claro que lo tienes, y es normal, güey. Tranquilo.
A la distancia, se escucharon las voces de algunas personas.
—¿Ya oíste? Ahí vienen —señaló Carlos.
En aquel lote de baldíos y construcciones abandonadas, Julio y Carlos miraban hacia la esquina de la calle, a varios metros de distancia. La puesta del sol había llegado a su fin mientras los pocos y destartalados faros de los postes comenzaban a encender sus luces, proyectando haces color naranja sobre las solitarias y descuidadas aceras.
—¿Estás seguro que ellos van a ayudarme?
—Sí. Tú tranquilo. Ellos me han ayudado desde hace años para defenderme. Si les digo lo que pasó y les explico que eres mi amigo, entonces ellos te van a proteger del pendejo de Luis.
—Está bien —indicó Julio, soltando una larga bocanada de aire, tratando de normalizar su ritmo cardíaco.
A la distancia, un silbido peculiar se escuchó, a la vuelta de la esquina. Carlos respondió con un silbido similar.
—Ya vienen en camino.
—Oye, Carlos —dijo Julio, al tiempo que su compañero volteaba para verlo.
—Dime.
—Gracias por hacer esto por mí.
—No agradezcas. Sé que tú harías lo mismo por mí.
—C-creo que sí... —respondió, inseguro.
—Tranquilo —indicó Carlos—. Ahora, quédate aquí mientras me adelanto para alcanzarlos.
Carlos caminó hasta la esquina, avanzando al menos unos veinte metros. Al final de la calle, tres tipos más, vestidos todos con prendas similares y aparecieron en escena: uno de ellos, un hombre enorme y robusto, sostenía de las manos las cadenas de dos perros pitbull que tironeaban y ladraban con ira. Julio se desconcertó ante lo que estaba viendo. Su cuerpo comenzó a temblar nuevamente.
Uno de los tipos que venían en dirección a él se adelantó para encontrarse con Carlos y saludarlos con un particular choque de manos, mientras los otros dos sujetos y los peligrosos canes esperaban, más atrás.
—¿Ese es el pendejo que se peleó con Luis? —preguntó desdeñosamente el sujeto en voz alta a Carlos.
—Sí. Es ese güey. ¿Los pitbull tienen hambre? —dijo, mirando con una sonrisa a los dos perros de pelea.
Julio alcanzó a oír a su compañero.
—¡Carlos!, ¿qué chingados está pasando?, ¡¿qué es esto?! —gritó, lleno de terror.
—Te metiste con el tipo equivocado, Julio. Ellos quieren que pagues, son amigos de Luis.
—¡Hijo de puta...! —exclamó Julio con el corazón latiendo rápidamente, antes de echar a correr para huir.
—¡Suéltenlos! —ordenó Carlos.
El enorme sujeto liberó de sus manos a ambos perros y estos salieron disparados para perseguir a Julio, ladrando con ferocidad y acercándose a él con rapidez. Carlos y sus colegas vieron al joven muchacho correr entre las oscuras calles hasta perderlo de vista, junto con los perros, dentro de un gigantesco baldío donde ya no llegaba la luz del alumbrado público.
Gritos desgarradores emanaron de ese sitio, entre las tinieblas, mientras los perros hacían su trabajo.
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Noches de octubre: Cuentos de Horror y Locura © (18+) | [EDITANDO]
HorrorLas noches de octubre pertenecen a los muertos, a los monstruos, a los amantes de lo siniestro; son noches de espantos, de brujas, de hombres lobo, de criaturas reptantes; noches de sueños inquietantes, de pesadillas, de alucinaciones con alimañas...