El día de la boda:

873 83 20
                                    

Era la primera vez en dos horas que ambas tenían paz y podían sentarse a pensar... Clara y Ana se dieron el lujo del silencio. El cansancio por tantos sobresaltos y la falta de sueño había comenzado a pesarles. Desde que llegaron al hotel no habían tenido ni un minuto de tranquilidad...

Apenas las dos damas de honor entraron al lugar, se toparon con el padrino. Mauricio se veía muy preocupado. Por regla general no les hablaba, sin embargo esta vez sí lo hizo. Les informó que había acudido a la habitación del novio (adelantándoseles, por desgracia) y que no encontró a Hugo. Ni siquiera le había dejado una simple nota, les dijo. Fue una oportunidad perfecta para Bruno que, siguiendo lo acordado, le dio la noticia:

— Sí, lo vi salir muy temprano... Todavía no amanecía —informó, con la mejor compostura. Y añadió—: Se veía preocupado.

— ¡Oh! Es... tan extraño. Pero... —susurró Mauricio, no obstante calló de repente. La alarma se retrataba en su cara, que estaba casi desencajada por el temor. Ninguno supo qué asuntos tan graves tenía con su socio como para poner semejante expresión, pero tampoco tuvieron oportunidad.

El padrino balbuceó una excusa para el padre de la novia, que tenía que desayunar con él ese día, y se fue derecho a la calle. Pronto desapareció. No volvieron a verlo...

Los cómplices no tenían motivos para quejarse, hasta ese momento las cosas comenzaban a marchar mejor. Sin embargo, cuando las dos mujeres subieron a la habitación de la novia, todo se complicó... Nat estaba muy disgustada, no había podido ver a Hugo desde la cena anterior y eso la ponía de muy mal humor. Tampoco había dormido mucho. Cintia se encontraba con ella, sin embargo no se hallaba con el mejor ánimo como para contener el nerviosismo de la novia. Repudiaba a Hugo y su silencio obligado la estaba martirizando.

Con la idea de calmar un poco a Natividad, las damas de honor intentaron reconciliarla con el hecho de que sería mejor no ver a su futuro esposo el día de la boda, así la sorpresa de Hugo al verla entrar en la iglesia sería mucho mayor.

— Quedará deslumbrado al verte con ese hermoso vestido... Hasta puede que llore —dijo Ana, con cierto sarcasmo, que Cintia acompañó con una nada disimulada sonrisa.

La novia, que tenía el pensamiento puesto en otro lado, no notó la malicia y sus ojos brillaron de felicidad.

— Sí, tienes razón —afirmó. Luego añadió, pateando con la pantufla rosa el suelo—: ¿Dónde estará mamá? ¡No he podido encontrarla en el celular! Le he llamado como veinte veces. Ya tendría que estar aquí en el hotel, ayudándome... Seguramente ha ido a buscar a la estúpida de Olivia. Menos mal que no forma parte del cortejo. Hubiera sido un desastre... ¡Oh! Ahí viene la maquilladora y la peluquera... ¿Se han bañado? —preguntó, mirando a Ana y Clara, como si las observara por primera vez; saliendo de su burbuja íntima.

Ambas enrojecieron y fue entonces cuando decidieron dejarla sola. No obstante, no pasaron ni cinco minutos y ya estaban de vuelta. Natividad tenía un berrinche porque su peinado no era exactamente como ella quería. Esta vez había sido terrible. Sus damas apenas pudieron contenerla, no obstante no lo suficiente como para evitar que despidiera a la pobre chica y llamara de urgencia a un conocido estilista, ¡que costaba una fortuna! De todos modos, ninguna tenía ánimos para cuidar de la billetera del señor Morales, porque la falta de noticia de éste y los demás las tenía muy preocupada.

Las dos cómplices habían llamado a los teléfonos móviles de los Morales y de sus amigas pero nadie les había respondido la llamada... ¡Era tan extraño! ¿Estarían detenidos en alguna comisaría?, solían pensar con preocupación. Una idea que ni siquiera se animaron a discutir, como si poner el problema en palabras lo hiciera más real y el terror que sentían aumentara.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora