Es extraño como cada cultura tiene su propia funeraria, despedir al muerto, un ritual de paso hacia otra forma de existencia, pero siempre conservando la esperanza de que la muerte es solo un ciclo, que se cierra pero que abre otro donde las personas fallecidas siguen siendo, de alguna forma, continúan "viviendo".
Colombia es un país en su mayoría católico, y ni hablar del lugar en donde resido, Manizales, una ciudad llena de fieles devotos. En la religión católica lo tradicional es el entierro, te meten en un ataúd de madera en un hueco profundo en la tierra, mientras todos ven como bajan el cajón que lleva dentro un cuerpo inerte; con sus vestiduras negras, sus caras de profunda pena y lágrimas que bajan por sus mejillas, los asistentes al funeral "ruegan por nosotros" por "nuestras almas"; la salvación y la vida eterna es lo que se busca, lo que se anhela para nuestros seres queridos que, por desgracia, ya no residen más en este mundo, han trascendido, lo que significa dejar el cuerpo para ser alma, lo que significa que serán juzgados por Dios.
Pero yo no quiero hablar de cómo juzga Dios, ni de cómo nos separamos de la materia para ser sustancia, yo quiero hablar de las prácticas post funerarias, del porqué se habla bien de "ellos", del porqué la gente visita a los muertos, como mi abuelo Don Jorge, que cada Domingo visita a mi abuelita, fallecida ya hace 20 años, le lleva un "arreglo floral fresquito" para cambiar las flores ya marchitas que se hayan en la tumba, ahí en la tumba, está el nombre de mi abuela (Martha Idalba) con su año de nacimiento y año de deceso, junto a esta mi abuelo coloca las bellas flores y luego se dispone a rezar, un Padre Nuestro y por supuesto el Ave María. Él me dice que cuando la visitamos, ella baja del cielo para escucharnos y "estar un rato con nosotros", que nos protege. Recuerdo cuando era más pequeña e íbamos casi toda la familia a visitarla, sacábamos agua con botellas de una pileta que hay ahí en el cementerio para lavar la lápida y regar las flores que se colocaban, mi abuelito me decía que "le tocara" la lápida, yo hacía caso y golpeaba como llamando a la puerta de cualquier casa, me decía que le hablara, que le dijera que la extrañaba y yo hacía caso: - Abuelita, ¿cómo está? La quiero mucho, la extraño.
La realidad era extraña, porque yo no alcancé a conocer a mi abuela, tenía apenas un mes de nacida cuando se murió, solo sabía lo que me decían, lo que me contaban de ella, que era una alcahueta con los nietos, que cocinaba muy rico, que era la mejor costurera de aquí a la Conchinchina, todo el mundo le encargaba vestidos, ella era toda una diseñadora, pero no solo eso, era tan espléndida, que no solo hacía la ropa para la boda de los novios, también les hacía el pastel y hasta la comida, todos decían y decían cosas maravillosas, y yo le cogí cariño a una mujer muerta. Para mi abuelo ella era una mujer única también, yo sé que todavía la extraña, se le nota la nostalgia en los ojos cada que visitamos el cementerio. En fin, de un tiempo para acá la familia dejó de visitar a la abuela, pero el abuelo nunca falla, y el día de su fallecimiento mi mamá lo acompaña y mandan a hacer un arreglo floral diferente, más bonito y vistoso.
El cementerio es un lugar bonito, de amplios campos verdes, muy callado, un silencio lúgubre invade el lugar y crece cuando uno baja más y más, hay que caminar con cuidado entre las tumbas, pisarlas es pecado dice mi abuelito, una falta de respeto con el muerto, pero hay tantas y es difícil, veo a las demás personas visitando a su muerto, poniendo las flores, cuando vemos una tumba "mal cuidada", abandonada, algunos miembros de mi familia se lamentan, se indignan y dicen "que peca'o" le tienen lastima al muerto, y dicen que los que asustan en ese lugar son estos, los de las tumbas desamparadas, los que la gente olvida.
Jardines de la esperanza es el nombre de este lugar, la esperanza de pasar a mejor vida, una esperanza que se vende en lotes a un precio bastante alto, un negocio que la gente confunde con fe y salvación, por eso es tan lúgubre ese silencio, siempre me hizo doler los oídos, estar ahí y tomar café mientras las abejas te persiguen, esa es la esperanza, de un jardín donde siembran muertos, y la gente va a regarlos con sus oraciones, las personas creen que los muertos escuchan, que atienden los llamados, solo debemos tocar la puerta para que vengan. La esperanza de trascender a otro mundo, de transformarnos y de seguir siendo.
Karen Sofía Saiz Agudelo.