Parte 29

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La oscuridad me envolvía, a pesar, que aquel lugar estaba demasiado iluminado.

Pestañeé por inercia mientras juntaba las manos como si fuera hacer una oración, las bajé y subí entre las rodillas tratando de cortar el aire que me asfixiaba, tenía la cabeza pesada y confundida.

Un nudo en la garganta me impedía tragar la poca saliva que me quedaba y todo el peso del mundo yacía sobre mis hombros.

No sabía en qué momento me había sentado, ni siquiera podía recordar claramente cómo había llegado al hospital. Traté de respirar pero simplemente el aire no pasaba de lleno a mis pulmones. Los párpados me pesaban, solo podía ver una y otra vez las baldosas que formaban rombos bajo mis pies.

Un movimiento me llamó la atención, era Robert en el fondo del pasillo que cambiaba su peso de una pierna a la otra inquieto.

Estaba como en otra dimensión, saliendo y entrando sin que pudiera hacer nada al respecto, de cuando en cuando escuchaba algo parecido a sollozos y ligeros rumores que inundaban ciertos espacios en diferentes puntos de aquel lugar, había perdido la noción del tiempo, a veces tenía la impresión que solo había estado ahí un par de minutos pero luego cuando prestaba atención parecía como si llevara horas, o tal vez días, nada tenía mucho sentido.

Moví un poco la cabeza porque el cuello me dolía por la posición en la que estaba y vi que todos los actores estaban en la sala de espera, todos puestos los trajes del ensayo, bajé un poco la mirada para cersiorarme que yo también llevaba puesto el traje de Romeo.

Vagos recuerdos me inundaron, entre ellos cuando salí a toda prisa del teatro sin percatarme lo que llevaba puesto.

Volví a la posición inicial y al dar un respiro me inundó otra oleada de desesperación, nuevamente su voz surcó mi mente y silbó por mis oídos, tan clara como si fuera un trueno...

-¡Cuidado Terry! – escuché una vez.

-¡Terry! – resonó de nuevo.

-¡Cuidado Terry! – me laceró el alma.

Cuando dejaría de escuchar esa voz que me desgarraba por fuera y por dentro.

Me transportaba a ese preciso instante una y otra vez, tantas que parecía que iba a enloquecer. Ni siquiera me permitía cerrar los ojos, porque cuando lo hacía, era peor.

Sin poder más, llevé la mano izquierda a mis ojos, tratando de aplacar todo lo que me atormentaba.

-¡Susana! – repetí su nombre en mi mente para tratar de aliviarme, pero nada funcionaba.

Me hundía cada vez más en la desesperación, en la angustia, en la agonía, en la culpa. Hasta el aire parecía echármelo en cara, lo sentía pesado y asfixiante.

Al cerrar los ojos, toda la escena volvió a pasar nuevamente, tal vez si hubiera estado más atento, hubiera podido hacerme a un lado y evitar toda esta tragedia, o tal vez si ella hubiera estado mirando hacia otro lugar, tal vez no hubiera venido en mi ayuda, pero nada podía hacer ya.

Tenía en el pecho y en el brazo la sensación de sus manos empujándome y lanzándome a un costado y aquel ruido que venía desde arriba, lo veía caer una y otra vez sobre en ella.

-¿Cómo encontró tal fuerza? – me volví a preguntar sin llegar a comprender la magnitud de su esfuerzo.

-Ella que es tan frágil – lo único que podía recordar era una chica de mirada amable, delgada, delicada, incapaz de mover algo mayor a su peso, pero que fue capaz de moverme a mí que la doblaba en porte y peso.

En el momento exacto del accidente, no la había visto venir pero ahora me la imaginaba como si en realidad la hubiera visto, con sus brazos levantados frente a ella, sin importarle nada más que salvarme.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora