Parte 26

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Miré alrededor del departamento, con cierta nostalgia, muy pronto lo dejaría para siempre.

-¿Así que no le contaste al Sr. Hathaway que te casas? – preguntó Albert con una amplia sonrisa.

-Quise  hacerlo – admití – Pero justo cuando me decidí, nos interrumpieron, y  no iba a estar siguiéndole por los pasillos para contarle ¿verdad?

-Jajaja– Albert río ampliamente.

-Por cierto, Albert ¿Cuándo viajas? – pregunté mientras le servía una taza de café.

-Mañana en la noche – aseguró

-¿No sería mejor que te fueras después del sábado?

-Ese era mi deseo inicial, pero el telegrama de George me dejó preocupado. Mejor me voy mañana y regreso el viernes.

-¿Y crees que tu tía te deje regresar?

-Claro, además no le tengo que pedir permiso.

-Parece que se maneja su geniecito, eh.

-Jajaja,  tienes razón, pero no podrá impedir que regrese. Además, así me será  más fácil conseguir todo para amoblarles la casa.

-No,  Albert, ya te dije que eso no era necesario. Con lo que me pagan por el  estreno tengo para amoblar la parte de arriba y con el resto de las  presentaciones.

-Terry, deja que ese sea mi regalo.

-No es necesario, basta con que nos hayas dado tu autorización, eso es más que suficiente.

Albert negó con la cabeza y levantó el dedo para opinar – Mira Terry,  eso era mi obligación moral y lo hice con el mayor gusto del mundo, pero  deja que haga algo por ustedes.

Para cada cosa, Albert me contrarrestaba, después de bebernos como tres tazas de café terminé cediendo a su petición.

La  verdad no quería hacerlo, pero él argumentó que era un favor que le  hacía, más por Candy. Así, que no tuve más remedio que dejar que él  amoblara la casa. Esa era la única manera de convencerme, utilizando mi  único punto débil, Candy.

Mientras transcurría  la mañana me sentía extraño, tenía una ligera opresión en el pecho como  si algo estuviera por pasar, era una angustia mezclada con desesperación  lo que aprisionaba mi corazón.

Por alguna rara  razón no podía dejar de pensar en Candy, como si necesitara estar con  ella, claro siempre necesitaba estar con ella, pero esto era algo más.

Varias  veces miré el reloj para asegurarme que aún faltaba mucho para salir al  almuerzo y correr a verla, pero para variar, ella tenía turno y no la  vería hasta mañana, aunque con esto que sentía no podía esperar tanto.

Tal vez me sentía así, por la inminente partida de  Albert. Iba a dejar de ver por  unos días a mi amigo, a mi consejero y eso, me deprimía.



Respiré hondo mientras entraba en escena.

Parecía como si hubiéramos repetido la escena del balcón como veinte mil veces y aún no salía del todo bien.

-¡Terry! – gritó Susana

La  miré ligeramente irritado, y ella me indicó con la mano los cables que  estaban frente a mí. Si no era por su aviso hubiera terminado con  un buen golpe en la cabeza después del suelazo que de seguro me daba.

-Gracias

-Hace un momento, James se enredó y cayó. Es que con la poca luz que hay casi no se ven.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora