Capítulo 52

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Los brazos me dolían demasiado, ignoraba el tiempo que llevaba en la misma posición, mas no podía ignorar el cansancio, el dolor de mis pezones con el peso que colgaba de ellos, mucho menos las pinzas vaginales que Bastian me colocó hace unos momentos y que sí, también tenían peso. No era dolor del todo lo que experimentaba, solo una leve molestia que me ponía incómoda y que deseaba con todas mis fuerzas terminara ya.

Él caminaba por la habitación buscando algo más para utilizar en mí; se había quitado el saco y la camisa, provocándome con toda aquella musculatura por la cual deseaba pasar mis manos. Aún me hallaba excitada, deseosa de un orgasmo que él se negaba a darme y que yo estaba dispuesta a suplicar por él si era necesario.

Dio la vuelta viniendo hacia mí con una vara en la mano, esta era larga y delgada, la conocía a la perfección y sabía exactamente cómo se sentía en el cuerpo. Tragué en seco y esperé a averiguar en qué parte de mí la usaría, sólo esperaba que no fuera la parte que estaba pensando.

—Puedes pedirme que pare cuando así lo desees, ¿entendido? Tú eres quien tiene el poder aquí incluso cuando estés atada y de rodillas frente a mí —recordó. Acarició mi cabello como si fuese una mascota y luego dejó la vara bajo mi barbilla.

—Sí señor —respondí en un susurro leve.

Bastian asintió y deslizó la vara por mi cuello, bajando hasta mis a doloridos pechos, dio ligeros y constantes golpes contra ellos, siendo suaves y luego un poco más fuertes, acostumbrándome a la sensación y haciéndome gritar cuando sin piedad azotó con ella la punta de mis pezones.

Gimotee removiéndome, apreté los ojos con fuerza sin que él se detuviera.

—Querías usar rojo, bien, estoy complaciéndote, gatita; marcaré tu cuerpo, cada centímetro de él de un rojo latente y precioso, acorde con tu vestido, con mi fetiche, con mi furia por tu impertinencia.

—Lo siento, señor, por favor —sollocé. Él rio.

—Tus disculpas no me complacen ahora, ya no.

Se inclinó quedando a cuclillas frente a mí, desplazó la vara por mi abdomen y ombligo, bajó más y más hasta que llegó al comienzo de mi sexo.

—No por favor —pedí, abriendo los ojos de golpe.

—¿Acaso me estás prohibiendo algo, mascota? Eso no me pone contento, ¿sabes? Eres mía, ¡mía! ¿Entiendes el significado de esa palabra?

—Señor...

No pude hablar, un grito lo hizo por mí cuando Bastian azotó mi clítoris con la vara provocándome un dolor que nunca antes sentí; maldita sea que dolía como el demonio. Ardía tanto, mi sexo era una parte tan sensible, incluso más que mis senos, lo que él realizaba ponía mi cuerpo rígido, me hacía olvidarme del cansancio, de la incomodidad que sentía, de todo, sólo estaba ese jodido y terrible dolor entre mis piernas que empeoraba con el pasar de los segundos.

—¡Basta por favor! ¡No más, Señor! —Alcé la voz entre lágrimas.

—¡Esa no es la manera correcta! —Espetó de vuelta— Si de verdad quieres que me detenga, dilo.

Negué repetidamente con la cabeza, las lágrimas me mojaban el cuello; Bastian se detuvo un instante, metió tres de sus dedos en mi vagina de golpe, los sacó y luego me los mostró.

—E incluso así sigues mojándote, ¿qué es más fuerte, gatita? ¿El dolor o la excitación?

No pude responder, me quedé sin palabras, si hablaba, probablemente diría la palabra y me negaba a fallarle a mi Amo, no podía hacerlo, debía resistir y aguantar.

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora