Dieciocho: Sé más prudente

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 —Y papá dijo que se estará quedando un tiempo en un hotel. —Alcé la cabeza para volver a mirar a Farrah, sentada sobre la lavadora, frente a mí. Tenía las manos a cada lado de sus caderas y ella se dedicaba a mover las piernas mientras cuidaba de no golpear sin querer la máquina—. Y luego verán qué hacen. Pero ya llevan una semana y no ha pasado nada.  

Farrah bajó la cabeza para mirarme. Un poco del cabello se le fue a la cara y acabó por cubrirle medio ojo. Se había hecho un moño para que no le molestara, pero siempre habían algunos mechones que no alcanzaba a meter dentro de su broche.

Su cuerpo era delgado, quizá más que cuando nos conocimos, y alcanzaba a ver su torso curvado debajo de la holgada sudadera que llevaba puesta. Debajo de ella sobresalía el borde de su falda escocesa roja. Luego de algunas semanas con ella, llegué a la conclusión de que Farrah estaba atravesando una rara transición para convertirse en una punk de los noventa.

Enterró la cuchara en su tazón de cereales sin leche y engulló una gran cantidad mientras me observaba con la frente arrugada, como si estuviera midiendo la profundidad del tema, o preguntándose qué iría a comer para la cena, porque eran las seis de la tarde.

De fondo alcancé a oír una canción de Ritchie Valens que sonaba desde mi teléfono.

—¿Ya se habían peleado así antes? —acabó por preguntar.

Suspiré y comencé a negar.

La última vez que tuvieron una palea de ese tipo fue hace años. Papá se había enterado de que mamá estaba saliendo con alguien más y nunca supe exactamente cuál fue el problema, pero ella pareció abrumarse y se fue de la casa, aunque volvió unos días más tarde.

Sabía que ellos no eran una pareja, pero en mi mente no podía figurar a ninguno de los dos con alguien más.

Y tanto en aquel momento como en este, seguía preocupándome la idea de que Marnie ya no volviera.

Me dispuse a contarle a Farrah sobre lo paranoico que era, pero la lavadora que estaba detrás de mí soltó tres pitidos antes de que una señora comenzara a sacar su ropa y meterla en una canasta. Así que me limité a cerrar los ojos y descansar mi cabeza en su pecho mientras la abrazaba.

Ella pasó sus brazos por sobre mis hombros y dejó un beso sobre mi cabello antes de seguir comiendo. El crujido de los cereales que provino de su boca me hizo reír.

—¿En serio no estás molesta conmigo? —pregunté con miedo.

El día que Jordan me echó de su casa, marqué el número de Farrah y le conté lo que había sucedido porque temía que él lo hiciera antes y luego se enojara ella también. Pero no lo hizo. Me respondió con un seco «¿para eso me has llamado?» y luego cortó. No volvimos a hablar al respecto.

—¿Crees que te dejaría usar mis tetas de almohada si estuviera molesta contigo? —cuestionó sabiamente.

Me aparté un poco sólo para ver su rostro. Ella aprovechó para llevarse más cereal a la boca.

—¿Quizá? —bromeé.

La lavadora comenzó el centrifugado, Farrah dio un pequeño respingo y algunos cereales cayeron sobre su ropa y la máquina, pero continuó tragando.

—No quiero mentirle a Jordan —comenzó luego de un largo silencio—. Así que si vas a tener algo con él, deberías contarle sobre la relación, o aberración, que tenemos. —Se alzó de hombros—. O dejar de ser tan empalagoso conmigo. Pero eso lo veo menos factible.

Alcé las cejas y la miré, pero ella ya no se estaba fijando en mí, sino que parecía estar concentrada en su tazón. No estaba seguro si se trataba de un ego inflado, o ella de verdad creía que yo no era capaz de dejarla al cien por ciento. En cualquiera de los dos casos, tenía razón. No tenía intención de apartarla cuando nos estábamos llevando bien.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora