Su dulce caricia

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SU DULCE CARICIA
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Rojo no dijo con palabras que se pondría peor, pero bastó esa mirada tensa clavada sobre mí para darme cuenta de que algo terrible estaba a punto de acontecer

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Rojo no dijo con palabras que se pondría peor, pero bastó esa mirada tensa clavada sobre mí para darme cuenta de que algo terrible estaba a punto de acontecer.

Y sí. Ocurrió.              

El terror recorrió el interior de la habitación en un crujir de madera y un golpe hueco contra el suelo. Había sido tan horripilante que sentía como mis entrañas eran rasgadas con brutalidad. Mis huesos saltaron debajo de mi piel cuando escuché como empezaba a ser destruidas la habitación. Pero el verdadero terror no era saber que ya estaban en la habitación, sino saber cuántos de esos monstruos nos habían encontrado ya.

No era uno. No lo era. Esos sonidos reptiles eran diferentes, pertenecían a dos experimentos. Quizás tres.

No sobreviviríamos.

Me aparté, y con el cuerpo hecho gelatina por los espasmo miré aterrada hacia la puerta y luego a su mirada sobria clavada en alguna parte de la habitación.

Sabía lo que ocurriría, no hacía falta que él me lo dijera para cuando me soltó y dio el primer paso. Saldría, trataría de matarlos, y quién sabe que más acontecería.

Lo matarían. El solo pensamiento hizo que alzara las manos y las aferrara a su antebrazo deteniéndolo nuevamente. Se inclinó sobre mí, y sin dejar esa mirada tensa buscó mi oído rápidamente.

—Somos nosotros dos o solo yo, y yo no pienso dejar que te toquen—El pecho se me hundió y negué con la cabeza—. No hagas esto mas difícil.

—No vas a sobrevivir—solté bajo.

—Sobreviviré...por ti.

—P-pero...

—No salgas hasta que te diga— me pidió. Y tan solo se levantó de golpe, un golpe contra la puerta, me detuvo el aliento.

En shock, con una guerra interna por detenerlo o por ocultarme detrás de la tina, lo vi irse en dirección a esa puerta que crujía conforme era azotada desde el exterior.  Su mano tomando el picaporte y la giró. Pero antes de tirar de ella los dedos de su otra mano explotaron manchando de sangre la madera y un pedazo de la pared de al lado.

Escandalizada por ver como las grietas empezaban a pintar también esa misma puerta, observé sus largos tentáculos negros prepararse. Y conforme se alargaban junto a la puerta,  algo más llamó mi atención. Su hombro empezaba a moverse. No. Algo debajo de su hombro estaba moviéndose. Y lo que atravesó esa zona de su piel— e incluso su polo—, me abrió más los ojos.

Me palideció.

Lo que había salido sobre los costados de su hombro era largo y picudo, como una astilla negra, o como una hoja de cuchillo pero delgada y un poco encorvada.

Me tembló la quijada de tanto endurecerla. Ya no solo eran sus tentáculos o colmillos, ahora estaba eso otro, retorciendo su figura masculina a la de una bestia.

Experimento Rojo peligro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora