Seis: Sé Magnífico

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El sonido del reloj me puso los pelos de punta.

Había estudiado en las suficientes escuelas para destacar lo mucho que parecía esforzarse el director de turno por hacer de su despacho un sitio acogedor: Aquel tenía asientos muy cómodos, la calefacción encendida y las paredes de color marrón y ocre cubiertas de cuadros. 

Pero incluso así, estaba seguro de que nunca existió un estudiante que se sintiera a gusto de sentarse frente al escritorio.

Y mucho menos si se encontraba bajo la atenta mirada de su padre.

—¿Tú no tienes idea sobre lo que sucedió con el ojo de Jordan? —volvió a preguntar papá con recelo.

Me recargué en el respaldo de mi asiento y pasé una mano por mi rostro antes de volver a negar. Llevaba toda la tarde con el culo pegado a la silla y sólo quería irme.

Pasamos la primer hora intentando aclarar la situación con la directora, la siguiente siendo regañados, y la última esperando a que los padres de Jordan y Lola pasaran a buscarlos para que hablaran con ellos.

—Ya dije que no —repetí, consciente de lo que estaban insinuando—. Llegó ayer a la audición así. En la mañana no lo tenía lastimado.

—Entonces no se lo hizo en su casa. —Papá, sentado en el borde del escritorio, se volvió un poco para mirar a la directora en su asiento—. Él dice que fue en el entrenamiento. Lo golpearon por accidente.

La vi apartar unos papeles que estaban frente a ella y apoyar los codos sobre el escritorio. Se veía preocupada y un poco ensimismada, como si se estuviera esforzando para decidir cómo actuar a continuación.

—El coach dice que tuvo el casco en todo momento. Charlará con el equipo mañana. —Alzó la cabeza para mirar a papá y habló unos tonos más bajo—. ¿Tú crees que Lola...?

—Lola estaba conmigo —me apresuré a decir.

Los dos me miraron con atención, posiblemente sorprendidos por la interrupción. Por un momento me sentí como esa loca a la que nadie invita a la fiesta pero igual se presenta y habla con todos. Porque, básicamente, eso era yo.

—¿Marco? —dijo papá con intención de instarme a seguir hablando.

—Que estuvo conmigo —repetí—. Estábamos en teatro. Llevábamos un rato antes de que comenzaran las audiciones y todos lo saben porque vivimos gritando como animales. —Hice un gesto vago con la mano para restarle importancia al asunto—. Así que agradecería que no metieran a Lola en esta mierda —suspiré—. Carajo, dije una grosería. Lo siento.

Los miré con incomodidad.

Era muy difícil que me sintiera fuera de lugar en casi cualquier contexto, a menos de que me encontrara delante de la directora y estuviera tratando de defender a la rubia. Principalmente porque era ella la que por lo general debía dar la cara por mí, pero también porque me disgustaba en exceso que la pusieran en la línea de fuego. 

Sería capaz de defenderla aunque la acusaran de comerse los mocos.

—¿Puedo irme? —pregunté, antes de que volviera a abrir la boca para soltar otra palabrota.

La directora asintió y papá me indicó que lo esperara afuera. Una vez que cerré la puerta detrás de mí, tomé la chaqueta que Lola me había lanzado por la ventana esa mañana. Se había mojado por la lluvia y me vi obligado a colgarla más temprano en el asiento para que se secara.

Me pregunté por qué ella no se la habría llevado, pero volví a colocármela. Ahora me pertenecía.

También estaba allí mi ukelele.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora