Cuatro: Busca contención familiar

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Llegué a casa agotado.

Ya no estaba tan nervioso como cuando salí en la mañana, pero aún había una parte de mi cabeza que me recordaba que seguía caminando sobre una cuerda: por mucho que me convenciera de que todo saldría bien, el público y yo sabíamos que cualquier cosa podría hacerme caer.

Simplemente debía descubrir qué.

—¡Mamá! —Abrí la puerta del departamento y examiné a mi alrededor, en busca de la mujer—. ¡Ya estoy aquí!

Las cosas cuando ella andaba por casa eran un poco más intensas. Al tener un horario de trabajo en su mayoría nocturno, solía estar presente cuando llegábamos del instituto. Pero ella era un animal sordo y el único idioma que entendía era el de los gritos.

—Te felicito.

La encontré preparando algo en la cocina. La ventaja de vivir en un loft era que no podíamos perdernos. 

Ahora ella estaba dándome la espalda, así que me vi obligado a acercarme para ver lo que preparaba, hambriento.

No había encontrado mi billetera en ningún lado y a la hora del almuerzo no me quedó más remedio que buscar a papá, pero él estuvo hasta tarde en una reunión aparentemente importante. Así que mi estómago rugía.

El cabello rubio de mamá iba atado en un moño flojo que parecía producto de meter broches al azar en el pelo. Seguía con el mismo pijama rosa de esa mañana, pero sobre él ahora llevaba una chaqueta de cuero de diseñador y zapatos de aspecto caro, por lo que supuse que habría ido al mercado. Tenía un auricular en la oreja y movía los hombros al ritmo de una canción que cantaba en voz baja.

Dejé un beso en su mejilla y ella se volvió a verme con un bol de cereales en la mano, sin dejar de mover la cabeza para acompañar a la voz de Michael Jackson.

—Los zapatos no te hacen juego con la chaqueta —comenté sólo para molestarla.

Ella me sonrió, cantó un poco de "Beat It" y dejó el bol sobre de la mesa.

—Púdrete. —Alcanzó una botella y vertió un poco del líquido en el plato. Sonreí. La había extrañado—. Así me visto para ir al mercado ¿Quieres cereales? Le estoy preparando un poco a tu hermana.

—Mamá, le estás echando vodka.

La mujer dejó de volcar el líquido en el tazón y examinó la botella, sorprendida. Podía imaginármela cuestionándose cómo había ido a parar eso a su mano.

—Creí que había tomado la leche —murmuró algo consternada. Me tomé la libertad de alcanzar el alcohol y llevarlo a la alacena—. Qué tonta. Tendré que comerlo.

Solté una carcajada y me dispuse a preparar unos cereales para Giorgia y para mí, porque mamá era un peligro con los alimentos. Ya de por sí era distraída, pero más si escuchaba música y debía elaborar algo que nosotros íbamos a ingerir.

La cocina era prácticamente mía. Era el que más tiempo de los cuatro pasaba allí y estaba orgulloso de decir que también el único que conocía para qué servía cada condimento de la despensa. Yo tenía el poder.

—¡Giorgia! —Eché leche a los cereales de mi hermana y los dejé sobre la isla del centro, junto a mamá— ¡A comer!

Recibí algunos gritos procedentes de su cuarto como respuesta y la vi aparecer unos segundos después. Su cabello rizado y castaño le cubría parte del rostro e inconscientemente pensé en Farrah. Resoplé. No tenía idea de cómo iba a sobrevivir a ella.

—Gracias, Marco Polo —murmuró antes de sentarse en el taburete y acomodarse el piercing de la nariz—. Estaba muriendo. ¿Eso tiene vodka?

Mi hermana se inclinó sobre el tazón de mamá y la rubia se hizo la desentendida. Murmuró un «no» muy sospechoso y continuó comiendo. Me apoyé en la encimera, agarré una cuchara y me dispuse a hacer lo mismo.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora