Epílogo

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Mi cuerpo cansado es mecido por una mano casi imperceptible. Puedo sentirla sobre mi brazo ocupando toda la fuerza para conseguir su cometido. Me remuevo en la cama queriendo hacerme un ovillo, ocultarme entre las sábanas y continuar durmiendo.

—Despierta ya... —ordena una voz chillona— Lo prometiste.

Conservo el aire en mis pulmones un momento para lanzarlo con pesadumbre. Hago un esfuerzo por abrir los ojos, pero no logro ver nada; tengo que refregarlos con mis dedos para conseguirlo.

Pestañeo con fuerza hasta que un dedo diminuto arrasa otra vez con mi visión. Suelto un grito de dolor con mi ojo punzado lagrimeando sin cesar.

—Lo siento —vocifera entre risas traviesas.

—Eso no se hace, Sharick... —gruño normalizando mi visión—. Un día de estos me dejarás tuerto. Tienes cinco años, sabes que eso es peligroso.

—Si Jaz no durmiera tanto esto no hubiera pasado —se defiende.

Suprimo una mueca mirándola de aburrimiento. Estiro mi brazo y golpeo suavemente su frente. Sharick, toda una actriz en práctica, se echa hacia atrás como si una bala hubiese impactado en su frente.

Me siento en la cama y estiro mi espalda emitiendo un gruñido bestial.

—Me baño, visto y salimos a la heladería —le informo a la rubia que recibe la noticia con una alegría propia de los niños de su edad. Comienza a dar saltitos en la cama canturreando que tomará helado todo el día y del sabor que quiera.

Hoy se cumple un año desde que su madre falleció, y no soy bueno consolándola. La única estrategia que tengo para que olvide aquel fatídico día, es con distracciones que a todos los niños les gusta.

—No sueltes mi mano.

Bajamos del metro; está lleno por donde se mire, todos cegados por sus propios asuntos y sin remordimiento de que algo le ocurra al prójimo. Reafirmo mi agarre con la pequeña mano de Sharick, pero se queda atrás, desplazada por la multitud. Tengo que agacharme y tomarla en brazos.

—No te vayas a perder —le advierto ante su mirada. Esboza una sonrisa y pellizca mi nariz para destaparse carcajadas. Yo contraataco haciendo lo mismo.

Subo la escalera hasta la superficie. Es sol veraniego nos golpea justo en la cara, provocando que ambos giremos al ser cegados. Con un pataleo, Sharick me pide bajar aún manteniendo el ceño fruncido a causa del sol. La suelto hasta que queda estable en el suelo y tomo su mano.

—¿Qué helado vas a querer? —pregunto para mantener la plática mientras caminamos. Con los torpes pasos de ella tengo que estar al tanto de que no caiga.

—Manjar —responde luego de meditarlo—. Me guuuuuusta el manjar. ¿Por qué se llama manjar al manjar? ¿Qué persona le puso manjar al manjar?

Mi cabeza sufre un remolino con tantas preguntas que ni siquiera sé la respuesta. 

Típico de los niños, haciendo preguntas y cuestionamientos que ni el mejor de los científicos podría responder. Los niños y su complejo de filósofos.

—Se le llama manjar porque... —busco una respuesta, pero nada se me ocurre—. Existía una mujer que... uhm...

Demonios. Ojalá mi imaginación en estos casos fuera tan fructífera como sobre el escenario. De ser así yo...

—Ya bajé del metro... Sí, sí... me siento como el Sr. Weasley cuando Harry va al juicio por hacer magia...

No puede ser.

¿Realmente es ella?

Era tan parecida y hablaba sobre un libro, ¿no?

Giro sobre mis pies para comprobar si mis sospechas son ciertas. A lo lejos, entre las personas, una cabellera pelirroja destaca entre todos los demás. Es un rojo vivo que antes ya lo había visto. Y su voz... Su voz, algo cambiada, revive una chispa en mi interior.

—¿Jaz? —pregunta Sharick, tironeando de mi mano para sacarme del impacto— ¿Pasa algo?

Abro mis labios siendo arrastrado por el asombro. De todas las pelirrojas con las que me he topado, ella es la que más se parece. Su aroma, su cabello, su voz, su forma de expresarse...

Mierda, es ella.

—Ven, Sharick. —Tomo en brazos a Sharick para que no se quede atrás y pueda avanzar con rapidez entre las personas.

Si pudiera alcanzarla... Si tan solo pudiera verla una vez más, me doy por pagado. Lo juro.

—¡Jaz, la heladería está por el otro lado! —exclama la pequeña, consternada.

—Lo sé —contesto—, vamos a hacer algo antes.

Apresuro el paso sin quitar mis ojos del rojo vivo que se acentúa entre la ciudad gris. Cada paso, cada palpitar acelera mi sistema motor. Me siento torpe y casi demente, pero no importa. Ya nada importa.

Solo me restan unos pasos para tocar su hombro, hacer mis sospechas ciertas.

—No seas mundano... Ya casi llego.

Un jadeo se me escapa. Acortando la distancia, mirándola desde atrás, mis dudas ya están resueltas. Bajo a Sharick y busco su mano para que me tome y no se pierda en la enorme ciudad. Voy siguiendo los pasos de la pelirroja llenándome de valor. Estiro mi mano para detenerla y ver su rostro otra vez.

—¡Oh, ya te veo! —exclama agitando su mano al aire.

Miro por encima de su hombro, deteniéndome, preguntándome con quién habla. Y cuando pretendo tocar su hombro para que se gire, mis dedos solo tocan la punta de su rojo cabello y luego, el aire. Apresura el paso encontrándose con los brazos de un tipo más alto que ella.

Me detengo en seco contemplando la escena. Los dos rompen el abrazo y se marchan charlando sobre algo que no logro entender.

Esbozo una sonrisa viendo cómo se aleja, feliz y sin rastro de preocupaciones.

No hay dudas, era ella.

Era Murph Reedus.

Cambiando tus Reglas TR#3 ✔️| DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora