Cuarto encuentro: Negro como la noche.

                                    

                                          
By DanaRosnemt
                          

                          
—¿Te has enterado, verdad?
                          
Asiente con pesadez.
                          
—Reposo y drogas.
                          
Pongo los ojos en blanco ante la respuesta de mi padre y decido no contestarle para evitar discusiones.
                          
Después de una larga visita al médico sus males eran, como suponía, vértigos. Su enfermedad se debe a un desbalance de los líquidos del oído. No es grave pero él está algo mayor y lo pasa mal con tantos mareos y dolores; encima se rompe la cabeza preocupándose vanamente por el hotel y eso le deja ínfimo. Lo peor de todo son los delirios mientras sueña con mi difunta madre. A todos nos cambia la cara cuando lo escuchamos llamarla o incluso hablar con ella.
                          
De reojo veo que se lleva una mano a la frente, algo pálida al igual que el resto de su cara, y abro un poco la ventanilla para que le dé el aire. El runrún del coche se intensifica y también las voces y música que sobresalen de los edificios. Florencia es un lugar magnifico a cualquier hora.
                          
No tardamos ni diez minutos en llegar al hotel. Como no hay ascensor, hago que mi padre me rodeé el cuello con un brazo y se apoye en mí para subir las escaleras, que no son pocas precisamente. Una vez arriba lo llevo hasta su habitación y le abro la cama mientras él hace el intento de desvestirse solo, aunque del mareo casi se cae y acabo de ayudarlo yo. De seguida llega Rosa con su cena preparada: un plato de lentejas —con arroz y zanahoria— y un plátano, alimentos que ayudan a controlar los síntomas.
                          
—Venga, tomate el medicamento —digo pasándole la caja que hemos comprado al salir de la consulta.
                          
Él se cruza de brazos sobre la sábana.
                          
—No pienso intoxicarme con paparruchas hechas por peseteros.
                          
Miro a Rosa suplicante. Mi padre confía en ella como en nadie, la quiere como a una hija y nunca desobedece sus consejos. Le hace más caso que a mí, cosa que utilizo en momentos como este.
                          
—Tómeselo, Juan —le pide ella con cara de preocupación, pasándole un vaso de agua—. Se sentirá mejor y no nos hará sufrir.
                          
Aún se queja y lamenta un rato más, pero al final conseguimos que se trague la maldita pastilla y se quede comiendo como un buen chico sus legumbres.
                          
Yo me disculpo, pero Rosa se queda un rato más con él recogiendo las cosas y esperando a que se duerma para acostarse tranquila . Ella también le tiene un profundo aprecio a mi padre.
                          
…
                          
El despertador suena a las dos de la mañana, hora en la que debo volver a batirme en duelo para que se tome las pastillas. Y esta vez sin la ayuda de Rosa.
                          
Si no fuera tan gruñón y desconfiado, él se tomaría las pastillas y nadie sería molestado. Pero no, en plena actualidad sigue enfurruñado con la idea de que tanto químico será lo que verdaderamente le mate y ya puede estar al borde de la otra vida, que seguirá luchando por esa idea.
                          
—Papá —lo llamó sacudiéndolo—. Papá, las pastillas.
                          
Pero no se mueve.
                          
—¡Papá!
                          
—¡Ay! —exclama dando un respingo—. Hijo, que susto.
                          
Para mi asombro se lo toma sin rechistar, aunque supongo que es por las ganas de seguir durmiendo.
                          
Salgo del cuarto y me aventuro escaleras abajo para dejar el vaso en la pequeña cocina que tenemos.
                          
Justo al empezar a subir las escaleras, escucho ruidos y risotadas al otro lado de la puerta del hotel. Me quedo en la penumbra escuchando curioso y la puerta se abre dejando entrar a dos oscuras figuras muy juntas, abrazadas.
                          
La sorpresa me la llevo cuando al colocarse bajo un foco de luz, consigo ver los rostros de la pareja que se besa apasionadamente contra una pared y distingo que la que viste con un corto y delicado vestido negro como la noche es Andrea.
                          
Contemplo la escena en la que ella coge de la mano alegre a un individuo desconocido y lo arrastra por el pasillo. No logro ver donde lo lleva pero me lo imagino; y eso me hunde.
                          
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Siento haber tardado tanto en escribir y publicar este capítulo —es que soy una chica ocupada...—, sé que es corto pero los hago así porque la historia se basa en los pequeños encuentros que los protagonistas van teniendo y no todos duran igual (este ha sido un momento). 

Gracias por los votos recientes y por los que vendrán ;););) que espero que sean muchos. Y comentarios también, claro.

Xx