17º Lazos rosas

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Ayer por la tarde tenía más de quince llamadas perdidas

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Ayer por la tarde tenía más de quince llamadas perdidas. Nunca había tenido tantas que no fueran de mi madre. Esta vez Arturo sí se preocupó, hasta mandó mensajes preguntando por qué no había ido al colegio. Leerlos me sacó una sonrisa; y no fue el único, Nicole y Alejandra me mandaron mensaje también, preguntándome por qué no había ido a la universidad. A ellas las llamé y quedamos en hacer el trabajo en casa de Henry mañana en la tarde y a Arturo lo tranquilicé diciéndole que tenía que ir al dentista y que no había escuchado el celular por culpa del taladro. No sé si hago bien en mentirle, pero no me sale contarle la verdad.

Matías se negó rotundamente a mostrarme las fotografías, me dijo que en cuanto las retocara me mandaría el link a la página. Estoy muy ansiosa, quiero verlas y leer qué comenta la gente. Ayer fue un día tan bueno que hoy me levanto con muchos ánimos.

Arturo me abraza ni bien le doy encuentro y me besa sin dejar de rodearme con los brazos. Me quita el aire por unos segundos y me suelta deslizando lentamente sus manos por mis brazos. Toma mi mano y me avisa que tenemos que ir al auditorio, hoy ese ese día del mes en que nos dan charlas relacionadas con alguna enfermedad o algún grupo viene a intentar reclutarnos para hacer trabajo social. Me había olvidado de eso por completo. Hoy vendrán a hablarnos sobre el cáncer de mama y nadie quiere ir menos que yo. ¿Por qué no pude haber salido hoy con Matías?

Este tema me toca y me incomoda, de verdad no quiero estar ahí, pero no hay forma de escapar. Esta mañana anotaron mi asistencia y en el auditorio volverán a pasar lista para asegurarse que nadie se haya escondido, como sucede siempre.

Arturo me lleva de la mano y no parece notar mi ansiedad. Lo agarro con firmeza y nos sentamos en las graderías. El coliseo es enorme, así que nos hacen reunirnos en una de las curvas, dejando las gradas de atrás desocupadas. Un par de paneles con fotografías de mujeres mayores muy bien conservadas portando lazos rosas me sonríen de manera perturbadora; una mesa larga está lista con tres micrófonos y atrás hay un televisor. Hay tanto color rosa concentrado en ese lugar que me da la impresión de que una muñeca Barbie saldrá a hablar en cualquier momento. El maestro de matemáticas trae otro panel con la forma de un bote de yogur, abajo hay un mensaje de concientización sobre el cáncer de mama y el apoyo que la empresa brinda.

Genial, no solo es una conferencia de un tema que no quiero tratar, encima está auspiciado.

Parte del bullicio desaparece cuando el director del colegio llega acompañado de algunos maestros y presenta a una mujer que parece salida de alguno de los carteles. Debe tener al menos cuarenta años, el cabello peinado en un moño alto, está vestida con un traje color salmón, y como no, lleva un lacito rosa en el pecho.

Un grupo de jóvenes vestidos con una polera de la marca de yogures suben a las graderías y empiezan a repartirnos folletos y un lazo rosa con un gancho a cada uno. Recibo el mío y sin siquiera mirarlo arrugo el folleto alrededor del lazo. Su publicidad no me interesa y detesto esos lazos rosas. Cuando mamá enfermó, muchos me preguntaban por qué no llevaba uno, como si tuviera la obligación de llevarlo como estandarte para decirle a todo el mundo que mi madre murió de esa enfermedad. Tampoco me agrada ver a la gente portándolos, no entiendo por qué lo hacen. Hay miles de enfermedades en el mundo y esta es una de las pocas por las que llevan una muestra pública de su apoyo, como si de verdad pudieran ayudar en algo.

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