9. La incertidumbre de los besos (parte I)

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Silver estaba más que preocupando por la reacción de Celeste. Esta se le había quedado viendo durante más de cinco minutos sin decir nada. Tal vez debería haberle hecho caso a Oliver y haber cerrado su bocota por una vez en su vida. ¿Por qué tenía que decirlo todo? Por su culpa ella había quedado shockeada. Obviamente, no estaba preparada para recibir grandes sobresaltos. Al menos no, hasta que su salud mejorase. El ataque del lobo la había debilitado; la había afectado tanto física como emocionalmente.

Lo mejor para ella sería que se callara.

La verdad tendría que esperar.

—¿Te encuentras bien?

—Sí. —Ella parpadeó, saliendo de su trance—. No sabes lo feliz que me has hecho, Silver.

Ella lo tomó por sorpresa abalanzándosele y estrechándolo con fuerza.

Él se quedó totalmente petrificado y sin saber cómo responderle. Usualmente no pensaba tanto, pero esa situación le generaba una especie de crisis interna. ¿Le devolvía el abrazo? ¿Eso estaba bien? ¿Y si ella le daba una cachetada por confianzudo? ¿Debía permanecer sin moverse? ¿Qué se suponía que debía hacer? Nunca lo había abrazado ninguna chica antes. Nunca había sentido tanto movimiento en su interior. ¿Era normal? El corazón le latía rápido, las manos le sudaban y un extraño cosquilleo le recorría el cuerpo. Incluso los cabellos de su nuca se le habían erizado. ¿Cómo explicaría Walter aquella situación?

En medio de su confusión, Silver no atinó a hacer otra cosa que cerrar sus ojos y aguardar pacientemente a que terminara la placentera demostración de agradecimiento. No quería hacer nada equivocado y, por eso, prefirió quedarse inmóvil como piedra. Si no se movía, no la espantaría. Lo único que se permitía era respirar profundamente para relajarse. Porque claro, si no respiraba estiraba la pata.

El movimiento repentino de aquella chica lo había tensado, al agarrarlo con la guardia baja. ¿Ese abrazo significaba que se había ganado su confianza? ¿O significaba otra cosa?

Él ya no entendía nada. De hecho, tantas preguntas lo habían dejado mareado.

Siguió respirando y tratando de poner la mente en blanco.

Tic, tac, tic, tac...

El tiempo transcurría y no sucedía nada. ¡Y ese maldito reloj sobre la chimenea parecía sonar cada vez más y más fuerte!

¿Por qué no lo soltaba? ¿Cuánto se extendería la tortura? Él no aguantaría mantenerse quieto por mucho más. Tenía el impulso de abrazarla, de colmarla de besos. Su cuerpo estaba a punto de explotar.

Pasaron varios minutos. Ella, abrazándolo; él sin moverse y el tic tac del reloj, enloqueciéndolo en medio del silencio de aquella habitación.

—¿Celeste?

No le contestó.

La miró. Ella tenía la cabeza apoyada contra su pecho y... y... Se había quedado dormida.

Era de esperarse. ¿De otro modo hubiese permanecido abrazándolo tanto?

—Si hubieses estado despierta... —susurró, acariciando su preciosa cabellera—. Te hubieras apartado de mí. ¿Cierto?

Él nunca pensó que Celeste llegaría a convertirse en una muchacha tan linda. Siempre la había visto como una hermana pero ahora, la situación había cambiado. Todo era diferente. Ella despertaba sentimientos en él que, hasta ese momento, no creía ser capaz de experimentar.

Colocó una mano en su espalda, la otra bajo la cabeza para sostenerla y la acostó cuidadosamente, disfrutando al máximo cada segundo que ella pasaba en sus brazos. Probablemente, jamás volvería a estarlo; así que demoró en hacerlo, más de lo necesario.

Su aroma dulce, aquella suave piel, esos delicados labios de los cuales no podía apartar su vista. Ansiaba mordisquearlos.

Una voz a su espalda lo sobresaltó e hizo que la soltase abruptamente.

—¡Alto ahí, Grey, te tenemos rodeado! Quita lentamente las manos de la señorita y ponlas donde pueda verlas.

El chico se volteó y descubrió a un sonriente director que lo saludaba con la mano.

—¡Hola, Silver! ¿Qué tal todo por aquí? —Se asomó por sobre el hombro del muchacho para contemplar a la chica—. Oh, qué linda.

—Está durmiendo, así que te agradecería que no hicieras ruido.

Moon se dirigió a la puerta y cuchicheó:

—¿Escuchaste, Víctor? Nada de escándalos.

El profesor respondió con seriedad, ingresando al cuarto:

—Te lo dijo a ti. —Se cruzó de brazos y fijó su vista en el muchacho, que todavía se encontraba sentado en la cama, junto a ella.

Silver se envaró y lo miró con mala cara. ¿Qué estaba haciendo ese hombre ahí? Que hubieran trabajado en equipo deshaciéndose del animal que había atacado a Celeste no significaba que fuesen amigos. De hecho, el chico lo consideraba un rival peligroso.

Moon le dio unas cuantas palmaditas en el hombro, al notar su creciente hostilidad. ¡Qué bueno que había ido para actuar como intermediario entre esos dos! De lo contrario, ardería Troya.

—Puedes relajarte. Víctor siempre parece enojado; no es que tenga algo contra ti. A decir verdad, ha venido a hacerte un favor.

—¿Un favor? —El chico enarcó una ceja.

—Así es. Ya puedes irte a descansar, mozuelo. El buen profesor vino a relevarte.

—No estoy cansado —contestó Silver sin dejar de ver a Howl, quien tenía una expresión fría y calculadora, como si careciese de alma.

La sola idea de dejarlo con Celeste le ponía los nervios de punta.

—¿En serio? —preguntó Oliver con escepticismo—. Hace horas que estás aquí encerrado. Pensé que querrías comer algo o salir a tomar un poco de aire. ¿No eras claustrofóbico? No te estoy echando, pero creo que lo mejor es que tomes un merecido receso.

—¿Tú te quedarás a cuidarla también?

—Por supuesto. No quiero que mi buen amigo se aburra. —Sonrió—. Además, quiero asegurarme que no hará nada impropio.

Víctor bufó y se apoyó contra la pared. Era él quien había ido para vigilar a Oliver. Tenía muy buenos motivos para no querer dejarlo a solas con la muchacha, ni con ningún otro ser vivo que no fuese él.

El joven de cabello plateado miró a Celeste y supuso que no despertaría hasta dentro de un par de horas; tiempo de sobra para darse un baño y quitarse el hambre feroz que lo atormentaba.

—Volveré pronto —aseguró Silver mirando a Howl de soslayo, cuya reacción fue nula.

Sospechaba que sus intenciones fueran realmente buenas.

—Eres bienvenido a mi cuarto cada vez que gustes, monín —replicó el director, guiñándole un ojo.

—No le hagas caso —sugirió el profesor—. Éste coquetea hasta con las paredes.

—¿Pero qué imagen tienes de mí? —se escandalizó Moon.

—Cállate, que vas a despertar a la chica.

El chico resopló y salió apresuradamente, cerrando la puerta tras de sí.

Cuando se quedaron solos, Víctor le envió una mirada de reproche a su amigo.

—¿Qué? —preguntó Oliver haciéndose el inocente—. ¿Qué hice?

—Nada —musitó Víctor, aproximándose a Celeste—. Eres un caso perdido.

—Todos nosotros, cielo.


Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora