Parte 3
Día viernes, Graham había enfermado y no había podido asistir a la escuela pero Damon tenía la costumbre de pasarse por su casa cada día viernes así que lo esperó con paciencia hasta casi las seis de la tarde, cuando el sol ya se ocultaba en Colchester, y en el transcurso del tiempo normal que se tarda en llegar, no llegó. Su madre y Hazel, la madre de Damon, algunas veces les daban permiso de hacer pijamadas en casa de uno u otro cuando llegaba el fin de semana, pero al parecer ese día en específico el muchacho de trece años y la mente en las nubes lo había olvidado por completo, y Graham no se sintió muy animado tras llegar a esa conclusión.
El doctor había visitado su hogar temprano por la mañana y le había dado un buen pinchazo que lo dejó postrado en la cama, nunca creyó que su trasero podría dolerle de esa manera, ese sujeto debió haber metido esa aguja de una manera terrible y si hubiera tenido fuerzas para levantarse y caminar hacia el espejo hubiera ido a observar lo que él creía que sería un buen hematoma en el centro de una de sus nalgas, pero como recompensa por aguantar tal dolor, admitía que se sentía un poco más animado por la tarde, aunque en el fondo, no tanto, sus esperanzas de ver al rubio merodeando por ahí habían decaído terriblemente con el pasar de las horas.
Tras un año de haberse conocido, ambos se habían hecho prácticamente inseparables: compartían el gusto por la misma música, hablaban tonterías de las cuales todos se aburrirían, les gustaba pasar tiempo juntos y lo más importante, tenían confianza en el otro; de algún modo encontraron como confiarse hasta la vida y es por eso que tanto Graham como Damon valoraban mucho más su amistad que cualquier otra que hayan tenido en su corta vida.
Se había quedado recostado todo el día leyendo historietas, escuchando música y finalmente adelantando trabajo para la semana siguiente, si hacía todas sus tareas quizás podría tener más tiempo con Damon para jugar y hablar, y nuevamente se encontró en medio de una laguna de pensamientos sobre el niño rubio y su ausencia. Ya eran las seis con treinta y se había acostumbrado a la idea de que simplemente no aparecería.
Casi quince para las siete su madre tocó su puerta y tras un rasposo "adelante" abrió e hizo pasar a la habitación a Damon, quien ese día andaba con una gorra que le cubría toda la frente hasta las cejas y sus ojos azules brillaban con rebeldía, como si se hubiera reído mucho o lo contrario, como si hubiera llorado mucho. Graham abrió y cerró su boca sin poder decir o preguntar nada frente a su madre, pero en su interior todo se arremolinaba en un cúmulo de angustia y preocupación, entonces ella habló y él solo deseó que los dejara solos pronto:
— Ok Damon, no te le acerques mucho porque puedes enfermar también —le acarició el hombro con cariño— No tomaste el té, Gra, prepararé un poco para ambos y tendrás que hacerlo ¿Entendido? —le dijo a su hijo— Ya les aviso cuando esté listo, ah y Damon creo que Graham no puede levantarse así que podría traer sus tazas aquí, pero nada de juegos bruscos porque si rompen alguna de mis tazas los tendré trabajando para mí todo el verano ¿Vale? ¿Puedo confiar en ti? ¿En ambos?
Los dos niños asintieron silenciosamente.
— Muchas gracias, señora Coxon —soltó Damon finalmente, mirándola, ella asintió y se largó, cerrando la puerta tras ella.
Graham intentó levantarse pero le dolió un poco, Damon pudo ver eso así que se acercó con cuidado y se sentó a su lado dejándose caer suavemente aunque era obvio que algo le pesaba, algo muy adentro y Graham lo sabía, lo malo es que Damon nunca quiso hablar sobre ello con él y aunque el menor supiera con creces lo que sucedía con su amigo prefería darle su espacio y no abrumarlo. Quizás ese tema era demasiado delicado para dos personas que se conocen hace tan solo un año.