6. Compañeros (parte I)

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Silver no dijo nada; su expresión era más que suficiente para que el hombre se percatara de su creciente odio. Quizás, Alan no era tan buena gente como él había pensado. ¡Y estaba tan seguro de saber juzgar bien a las personas! En fin...

Luego de un silencio infinitamente largo, el chico preguntó:

-¿Tendrías alguna cosa que me quede?

Claro. La ropa de Walter, además de ser pequeña para un joven tan fornido, era un asco (sin ofender). Lo más natural era que, al estar enterado del admirable buen gusto de su elegante y refinado director, esa criatura en desgracia acudiese a él. ¿Cómo no ayudarlo?

-Mmmm... Déjame pensar... -Oliver reflexionó unos instantes y le hizo un gesto para que esperara. Salió corriendo y regresó al cabo de unos minutos, con una pila de ropa que depositó cuidadosamente sobre la cama-. Elige lo que quieras. Ya que eres un alumno no oficial, no necesitas utilizar uniforme como el resto. Diremos que todavía no lo has conseguido.

-Waw ¿Dónde conseguiste todo esto? -El joven examinó las prendas-. ¿Saqueaste una tienda?

Oliver se rió.

-¡Qué ocurrencia!

¿Debía decirle de dónde había sacado las prendas? Mejor no.

Silver escogió una camisa de color rojo oscuro. Su amigo Víctor nunca vestía de rojo. Él ya no usaba colores en su vida; era tan monocromático... Siempre de luto.

-¡Excelente elección! -Aplaudió el director-. Aquí tienes unos pantalones de jean, como los que te gustan. Rotos.

Víctor tampoco usaba eso.

-Gracias.

Moon se paró frente al espejo mientras Silver se vestía. Le encantaba el estilo romántico de sus elegantes trajes hechos a medida, y también cómo le quedaba el cabello cuando se lo ataba de esa forma. Parecía un caballero de principios del siglo diecinueve. Encantador, distinguido, todo un aristócrata. En cambio, ese chico tenía un look demasiado moderno. Su ropa no le quedaría. Por eso, buscó algo más acorde con él.

Golpearon la puerta. Moon abrió apenas y se encontró con un hombre de expresión contrariada.

Cerró, de golpe. Había sido descubierto con las manos en la masa.

El profesor Howl volvió a golpear.

-Oliver, déjame pasar.

-No puedo -tosió débilmente-. Estoy enfermo. Temo contagiarte. Creo que es influenza.

-Oliver, sé que lo que hiciste. -Dijo tranquilamente, como si hablase con un niño pequeño.

-No sé de qué hablas. -Oliver se hizo el desentendido; sin embargo, no podía engañar a su mejor amigo. Éste lo conocía mejor que nadie.

-No te hagas el tonto. Estuviste en mi armario. Lo sé porque dejaste tu pañuelo.

Silver se alarmó. ¿Había dicho su armario? La ropa que Oliver le había prestado... ¿Era del profesor Howl? Tragó saliva. De repente, se había puesto un poquitín nervioso.

-Hay mucha gente en este colegio. ¿Cómo estás seguro de que el pañuelo es mío?

-Tiene tus iniciales: O. M. ¿Me vas a dejar pasar o tendré que echar la puerta abajo?

No parecía que lo dijera en verdad; tal era su serenidad. ¿De veras era una amenaza? ¿Cómo tomarla en serio?

-De acuerdo -suspiró Moon, dejándolo pasar.

Se había rendido, así de fácil.

El profesor entró al cuarto con cara de pocos amigos y se encontró frente a frente con el muchacho. Inspeccionó a su alrededor, sin perder el semblante de apatía absoluta. Ahora entendía dónde había ido a parar todo lo que había desaparecido misteriosamente de su armario. Estaba allí.

Antes de que el ogro dijese una palabra, el principesco director explicó la situación con el propósito de evitar confusiones.

-Walter Doyle dejó a este pobre e indefenso muchacho completamente desnudo -Sostuvo a Silver de la barbilla para dar énfasis a sus palabras-. Cuando vino a mí, tan bello... -Carraspeó. ¿Bello? ¿Era ese un término conveniente? ¿O daría lugar a sospechas inadecuadas? Reflexionó; si Víctor llamase bello a un atractivo mozuelo como ése, ¿qué pensaría él? Rápidamente, cambió la palabra por otra, menos dudosa-... Tan desprotegido del cruel mundo que nos rodea, solamente pude pensar en ti, Víctor. Sólo en ti. ¡Tú hubieras hecho lo mismo que yo!

Traducción de la cabeza de Howl: Grey necesitaba ropa.

-Ah. Bien -respondió el profesor, y se dirigió a Silver-. Puedes quedártela.

Ese hombre era bastante extraño. El muchacho casi podía reconocer en él algo sumamente familiar y, al mismo tiempo, desconocido. Estaba claro que inspiraba respeto. Pero había algo más en él. Algo oscuro y siniestro.

-No confío en ese hombre -se dijo Silver, yendo despreocupadamente hacia el salón. Si se daba prisa, podría tomar la última clase. Historia. No sabía el nombre del profesor, pero le decían abuelo. Casi todos los profesores tenían apodos raros, excepto los más allegados a Moon: Víctor, el de literatura; y Amelia, la de biología.

La escuela era tan grande, que tomaba bastante tiempo ir de una punta a la otra. La habitación de Oliver estaba en el ala norte y las aulas daban hacia el sur. Las habitaciones del alumnado se ubicaban al este, desde donde podía verse la carretera. La ciudad más cercana estaba a varios kilómetros de allí y el bosque impedía que pudieran verse sus luces durante la noche. Solamente podía llegarse hasta allá en automóvil.

La mayoría de los jóvenes eran llevados al colegio por sus padres, pero había algunos privilegiados que tenían su propio coche; Alan era uno de ellos. Debido a ello, iba y venía a su antojo. Los otros se quedaban atascados en la escuela hasta que sus padres se decidieran ir a recogerlos. A veces, reunían dinero entre todos y organizaban salidas los fines de semana. Los más adinerados iban siempre. Los demás, debían conformarse con la diversión que ofrecían las instalaciones educativas (Ursula, entre ellos).

Walter le había comentado a Silver que Ursula era un caso especial. Había perdido a sus padres en un trágico accidente aéreo, y ahora sus tíos cuidaban de ella. La única razón por la cual asistía a ese colegio tan caro, era porque el señor Moon le había ofrecido una beca.

Silver comenzó a correr, para llegar antes de que se fueran todos. No llevaba nada con lo cual escribir; en su mente sólo tenía una cosa. Verla a ella. No habían hablado desde el incidente de en la biblioteca cuatro días atrás, y se preguntaba si estaría bien. A veces la pillaba observándolo; pero enseguida apartaba la vista cuando él le clavaba los ojos, y fingía no estar prestándole atención. ¿Por qué hacía eso?

Se chocó con la profesora de biología por haberse distraído, y a ella se le volaron todos los papeles que estaba cargando.

El muchacho se agachó para recogerlos. Tenía prisa, pero no quería parecer maleducado. Después de todo, él era el bruto que se la había llevado por delante.

-Te lo agradezco -sonrió la mujer, acomodando sus cosas nuevamente-. Deberías hacer la prueba para el equipo de atletismo, con el entrenador Arlen. Será en unos días. Estará feliz de tenerte; eres un joven muy veloz. Si quieres, puedo hablar con él.

-No sé...

-Sería divertido que alguien le ganase a Alan alguna vez -sugirió ella.

-¿Él está en el equipo? -se sorprendió Silver.

-Sí. Por lo que sé, nadie ha sido capaz de superar su marca. Sería bueno que lo intentaras, Silver. Oliver me ha hablado muy bien de ti.

-De acuerdo -respondió, sin pensar-. Lo intentaré.

-¡Excelente! -Antes de irse, ella añadió-: Y dile a Walter que deberá correr también, si no desea reprobar la clase de Arlen.

-Bien. Dígale al entrenador que nos espere a los dos.



Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora