6. Compañeros (parte I)

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Eran más o menos las once de la mañana. Se despertó porque tenía un hambre atroz; de lo contrario, hubiera seguido durmiendo hasta después del mediodía. Esa cama era el lugar más confortable del mundo. Y a Silver le encantaba dormir. Sin embargo, cuando el hambre atacaba, no había más remedio que levantarse. A menos que hubiera comida cerca; pero no podía comerse a Walter. Era su compañero de cuarto. Además, no lo tenía a la mano. Había salido.

Estiró su brazo y, a tientas, buscó la ropa que había dejado tirada en el suelo la noche anterior.

-¡Walter! -gruñó, al no encontrarla-. Te voy a matar.

Buscó por todos lados; no la encontró.

Su compañero había dejado el cuarto horriblemente impecable. Incluso había lustrado el picaporte.

-Genial. ¿Qué se supone que voy a ponerme, si este demente hace desaparecer cada cosa que dejo apoyada en el suelo? -se quejó, revisando uno por uno, los cajones del compañero que Moon le había asignado.

Sacó una camiseta que le revolvió las tripas. Era color amarillo patito y se abotonaba en el cuello. De todo lo que había, sería lo único que podría irle. Porque Walter era bastante más pequeño que él. ¿O era él demasiado alto?

-Puaj. Prefiero andar desnudo -dijo, y la devolvió. Luego pensó en voz alta-. ¿Dónde puedo conseguir ropa decente que me quede?

El director le había dicho que estaba prohibido vagar sin ropa por los pasillos, pero era una emergencia. Ésta sería la única vez. Tenía que hacerle caso a Moon mientras estuviera en el establecimiento como uno de sus estudiantes. Se lo había prometido; y él cumplía con su palabra. La buena noticia era que todos los estudiantes estaban en sus respectivos salones. Así que los pasillos estaban momentáneamente vacíos.

No tuvo más remedio que hacerle una visita al director.

-Hola -saludó el chico, cuando el director le abrió la puerta.

Moon se tapó la boca y lo metió a su cuarto enseguida, al verlo como Dios lo había traído al mundo: En pelo.

-¡Silver! ¿Quieres que me dé un infarto? -chilló el director.

-Aún no.

-¿Te vio alguien?

El chico negó con la cabeza.

Oliver se relajó y se sentó en la cama.

-Menos mal. Mira: existe algo llamado decencia... -empezó a decir.

Silver lo interrumpió:

-No quiero ser un indecente.

-¡Excelente! -sonrió Moon-. Entonces, antes de salir de tu cuarto, ¡procura vestirte!

-Eso intenté, pero...

-¿Pero?

-Pero me diste a un orate por compañero. Si no te molesta, me gustaría cambiarlo por uno que no haga desaparecer mis ropas cuando duermo. Ese Walter es demasiado raro.

-Bueno, podría ubicarte con Alan Faulkner.

De los ojos de Silver parecieron saltar chispas, cuando Oliver pronunció ese nombre.

-Mejor no, si no deseas que corra la sangre en esta escuela -musitó el joven, recordando su encuentro.

-Oh. Qué lástima. Tenía la esperanza de que ambos se hicieran buenos amigos.

Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora