Habían tomado un tren relativamente barato y que salía a media mañana, decidiendo que sería mejor llegar a la estación de Figueres un poco más tarde de la hora de comer. Fina había insistido en preparar bocadillos de lomo con queso para las dos, alegando que los precios del vagón restaurante iban a ser demasiado caros para la calidad de la comida. Marta había accedido después de una juguetona discusión en la cocina de la empresaria, que había concluido con ambas mujeres lanzándose pequeñas pullas y besándose a partes iguales.
Figueres era una de las ciudades más cercanas a la frontera con Francia, y la más cercana a su destino que tuviera estación. Para cuando salieron del pequeño edificio ya tenían un coche esperandolas en el aparcamiento, el conductor listo para completar la última hora de trayecto que tenían por delante antes de llegar a la que sería su casa durante diez días. Fina se quedó dormida poco después de sentarse en la parte de atrás, su cabeza apoyada contra el cristal del coche y su mochila en el regazo, cargada de agua y pequeños aperitivos para saciar su hambre. La había visto contar entre bocados, una pequeña técnica que supuso que servía para que la joven volviera a disfrutar de la comida y saciarse más fácilmente.
Marta admiraba lo mucho que podía comer la costurera, pero también admiraba lo poco que engordaba en comparación. Ella había pasado muchos años controlando sus dietas, intentando evitar sobrepasarse para poder seguir dando la imagen normativa que se esperaba de ella. Desde pequeña le habían inculcado que tenía que mantenerse delgada y bella, que su físico siempre sería su carta de presentación. Y por ello había pasado años y años pendiente de no salirse de la norma, de que sus arrugas fueran acordes a una mujer de menor edad. Sus genes ayudaban, pero el paso del tiempo se hacía cada vez más evidente, y ella cada vez necesitaba más kilómetros recorridos y más tiempo en el gimnasio para contrarrestar cada plato.
Marta no quería pensar en los ocho años de edad que las separaban y todo lo que podían implicar. Caer en ello era asomarse de vuelta al último escalón de una larga escalera de caracol en la que era muy fácil tropezar y caer, una espiral de odio contra sí misma que había tardado muchos años en escalar. Las paredes de aquella interminable torre estaban decoradas con grandes cuadros negros firmados por sus ausencias, y ella no tenía ningún interés en volver a admirar el arte de no sentir. Había llegado a la cima de la torre y había descubierto una galería repleta de coloridos cuadros, las grandes pinceladas de color surgidas a manos de la costurera.
El conductor descargó el par de maletas que habían guardado en el maletero y recibió la propina que la empresaria le daba, charlando animadamente con él y deseándole una buena semana. El hombre había resultado ser un viejo conocido de la familia con una empresa de chóferes similar a la del padre de Fina, y mandaría a uno de sus empleados a recogerlas el día y hora que habían acordado. La costurera, sin embargo, ignoraba toda esa conversación. Le era imposible fijarse en algo que no fuera la gran casa de campo que había ante ellas y que parecía fusionar perfectamente lo rústico de su construcción con el más moderno de los lujos.
Habían subido varias colinas y se encontraban a varios metros por encima del nivel del mar, un mar que parecía conectado al terreno de delante de la casa por una pequeña escalera de piedra y madera escondida entre la maleza. Esa escalera estaba pegada al exterior de la alta valla que delimitaba la finca de los De la Reina, y estaba indicada tan solo con un pequeño cartel que informaba que la Cala Nica y la Platja de s'Alqueria gran estaban ambas a pocos minutos caminando, una bajando las escaleras y otra en dirección norte. Y Fina no podía acabar de creer que las vistas panorámicas de las montañas y el mar del Cap de Creus fueran reales, por mucho que las tuviera delante.
—Marta, ¿qué cojones?
—¿Qué pasa?
—Cuando dijiste que tenías una casa en Cadaqués me imaginaba un chalet pequeñito en una urbanización, algo en plan una torre o una casa vieja... esto es... —Fina no pudo encontrar una palabra que pudiera describir la inmensidad de la construcción. No dijo mucho más, siguiendo a Marta mientras ésta seguía el camino de acceso a la propiedad con completa naturalidad, ignorando la magnitud del lugar a causa de la costumbre. Pasaron por delante de una edificación que a la costurera al principio le había recordado a un establo, pero que pronto vio que tenía dos grandes puertas de garaje. Debían caber unos cuatro o cinco coches dentro, quizá más.— Dios mío.
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Y entonces, tú.
FanfictionMayo de 2024. Fina Valero acompaña a su mejor amiga, Carmen, a una audición en Dronning Productions, pues la andaluza aspira con ser actriz. Una vez en la sede de la productora, un grave incidente acercará a Fina a la hija mediana del dueño, Marta d...