C a p í t u l o 3

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—La caldera está allí abajo.

Kayden asiente y abre la puerta que conduce al sótano. No puedo apreciar el final de las escaleras a causa de la oscuridad, y eso me pone más nerviosa que el hecho de tener a Kayden aquí. En mi casa. Solos.

Pero su madre insistió en que debería arreglar la caldera lo antes posible si quería ducharme con agua caliente, y este parecía un buen momento.

Busca el interruptor en la pared, pero al presionarlo no sucede nada. Todo continúa a oscuras allí abajo.

—La luz del techo parece fundida —comenta.

Genial. Más razones para no bajar.

—¿Tenéis bombillas para cambiarla? —Pregunta.

—Claro. En el armario del pasillo.

—Genial. Pues si me traes una la cambio.

No me muevo. Llevarle una bombilla, ¿significa tener que entrar en el sótano? He visto muchas películas de terror para saber cómo acabaría esto.

Cuando no contesto, ni me muevo, Kayden carraspea.

—¿Zoe?

—¿Sí?

—Te das cuenta de que estoy haciéndote un favor, ¿verdad?

—Por supuesto, y... gracias.

—Entonces, ¿podrías ir a por la bombilla? Porque va a ser muy difícil arreglar la caldera sin luz.

Mierda. Está mirándome expectante.

—Claro. Ya voy.

Giro sobre mis talones y me alejo del sótano en busca de la dichosa bombilla. No tardo mucho en encontrarla, y estoy de vuelta frente al escalofriante sótano antes de lo que me gustaría, con Kayden esperándome en la puerta.

Cuando me ve llegar, comienza a bajar las escaleras.

Vamos, Zoe. Tú puedes. Solo tienes que seguirlo.

Sin embargo, por mucho que intente animarme, no puedo. Miro el fondo totalmente oscuro y me quedo congelada en la entrada. Donde hay luz. En un espacio abierto y seguro.

Kayden se para a medio camino y a través de la penumbra veo cómo se gira hacia mí y pregunta:

—¿No vas a bajar?

—¿No podrías subir tú a por la bombilla?

—¿Lo dices en serio?

Asiento con fuerza y escucho como suspira.

—En serio, Zoe. ¿Qué narices te pasa? —Pero mientras lo dice está subiendo las escaleras de vuelta hacia mí—. ¿Tienes miedo a la oscuridad o qué?

En fin, ¿para qué negarlo? Y, sintiéndome la persona más estúpida del mundo, clavo la mirada en mis zapatos y asiento despacio. La vergüenza me llena el rostro, aunque creo que no puede apreciarlo.

Kayden no responde, pero llega a mi lado y siento cómo sus dedos se deslizan sobre los míos hasta tomar la bombilla. Cuando vuelve a hablar, su tono ha cambiado. De repente es mucho más suave.

—Está bien. Yo me encargo. Tú solo... alumbra con el teléfono desde la entrada, ¿te parece bien?

Aprieto los labios y asiento. La bombilla y sus dedos se alejan de mí. Escucho sus pasos bajar otra vez por las escaleras. Superando la vergüenza, tomo el teléfono del bolsillo y enciendo la luz del flash hacia el interior del sótano.

amorOfobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora