Como si fuera el último día

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— ¿A qué hora debemos volver? — preguntó Engfa mientras estábamos tumbadas en la cama, ella recostada sobre mi pecho y yo mirando hacia el techo.

— Por la tarde, después de que almorcemos. — dije sintiendo que el tiempo de nuestra salida poco a poco se acababa.

— Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre. — sentí su tono triste.

Su comentario me tocó de una manera inesperada, y sentí que algo en mi interior se apretaba al escuchar la tristeza en su voz. Miré hacia el techo, buscando las palabras adecuadas, pero no pude encontrar ninguna que pudiera aliviar lo que ambos sabíamos era inevitable.

— Yo también quisiera quedarme aquí, más tiempo, más días, tal vez para siempre. — respondí, mi voz suave y algo quebrada, como si estuviera compartiendo un deseo más profundo de lo que podía expresar.

Engfa se movió ligeramente, levantando la cabeza de mi pecho para mirarme. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y tristeza que, aunque intentaba ocultar, no podía disimular completamente.

— Pero no podemos, ¿verdad? — dijo, como una afirmación en lugar de una pregunta.

La miré, notando cómo la luz que entraba por la ventana resaltaba la suavidad de su rostro. Era difícil aceptar la realidad, más aún cuando ambos deseábamos lo mismo. Quedarnos allí, en nuestra pequeña burbuja, donde las preocupaciones del mundo no parecían existir.

— No... — susurré, tocando suavemente su mejilla. — El tiempo siempre pasa más rápido de lo que quisiéramos.

Ella suspiró, recostándose de nuevo en mi pecho, y sentí cómo su cuerpo se relajaba, aunque el silencio entre nosotras estaba cargado de cosas no dichas. Yo también quería aferrarme a ese instante, a esta paz que habíamos encontrado juntas. Quería que no tuviera que terminar. Pero lo sabía... siempre lo supe.

— Entonces, aprovechemos el tiempo que nos queda — dijo Engfa, su tono más tranquilo, pero aún con esa melancolía que no podía ocultar.

Asentí, dejando que sus palabras se asimilaran en mi mente. ¿Cómo podía aprovechar algo que sabía que iba a terminar? Pero algo en su voz, en su forma de decirlo, me impulsó a disfrutar de este día al máximo, sin pensar en el mañana.

— Claro, vamos a hacer que este día sea perfecto, como si fuera el último — respondí, acariciando su cabello con suavidad.

Permanecimos en silencio por un momento más, escuchando los sonidos del mar a lo lejos, cada una sumida en sus pensamientos. Luego, Engfa levantó la cabeza nuevamente y me miró con una expresión más decidida.

— Vamos a bañarnos a la playa.

El sol brillaba con fuerza, calentando el aire que se colaba por la ventana de la cabaña. La brisa marina llegaba suavemente, y el sonido de las olas me arrullaba, como si todo el mundo estuviera en pausa y solo existiera ese momento con Engfa. Cuando ella propuso ir a la playa, un suspiro de alivio se escapó de mis labios. Estaba deseando salir, sentir la arena entre mis pies y disfrutar del mar.

— ¡Sí, vamos! — respondí, sintiendo que era lo mejor para desconectar, disfrutar de la paz que nos rodeaba y aprovechar el día.

Nos levantamos de la cama, y mientras me ponía algo ligero, no pude evitar mirar a Engfa. Ella sonrió, una sonrisa que era un reflejo de su ánimo travieso, como si tuviera algo más en mente.

Cuando salimos al exterior, la arena blanca de la playa privada se extendía ante nosotras, casi vacía, sin rastro de huellas de otras personas. Era como un lugar apartado del mundo, solo para nosotras. Engfa caminó con paso decidido hacia la orilla, sus pies descalzos tocando la arena caliente. Luego se detuvo, mirándome con una expresión que no había visto antes, un brillo peculiar en sus ojos.

Vidas en préstamo | EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora