— ¿La comida también la preparaste tú? — preguntó con la boca media llena mientras comía satisfecha.
— Sí. — sonreí agradeciendo que parecía disfrutarla.
Engfa dejó el tenedor en el plato por un momento, sus ojos brillando con algo más que satisfacción. Era ese destello juguetón, esa chispa que aparecía cuando estaba a punto de soltar algún comentario mordaz.
— Entonces no solo sabes cocinar, también eres muy buena con las sorpresas y los detalles. — Levantó una ceja, mordiéndose el labio como si disfrutara de su propia broma.
— ¿Eso es un cumplido o un intento de ganar otro plato? — respondí, cruzando los brazos, aunque no pude evitar reír.
— ¿Por qué no las dos cosas? — replicó, inclinándose ligeramente sobre la mesa, con esa sonrisa descarada que parecía estar hecha para desarmarme.
Negué con la cabeza, pero mi corazón latía un poco más rápido. Había algo en su actitud que siempre me dejaba buscando un equilibrio entre la diversión y el desconcierto. Engfa era impredecible, y eso hacía que todo con ella fuera distinto, fresco, emocionante.
— Bueno, si te portas bien, tal vez te haga un buen desayuno mañana. — Tomé un sorbo de agua, tratando de disimular cómo su mirada fija me afectaba.
— ¿"Si me porto bien"? — repitió, fingiendo ofensa mientras llevaba otra porción a su boca. — Creo que eso no es justo. Yo siempre me porto bien. Además debes entenderme, ya estoy harta de la comida del hospital. — hizo una mueca.
Rodé los ojos, sabiendo que no había manera de ganar una conversación como esa con Engfa. Había perfeccionado el arte de dar la última palabra, aunque solo fuera para provocarme.
La noche avanzaba lentamente, pero no había señales de cansancio en ella. Después de terminar de comer, se recostó en la cama con las piernas cruzadas, observándome desde su posición.
— ¿Siempre fuiste así? — le pregunté mientras recogía los platos.
— ¿Así cómo? — replicó sin perder el ritmo.
— Así... tan segura, tan directa. — Giré para mirarla, pero me sorprendió verla dudar. Había algo en sus ojos que decía que esa seguridad que mostraba podía no ser tan sólida como parecía.
Se encogió de hombros, dejando escapar un suspiro. — No siempre. Solo aprendí que la vida no espera. Si quieres algo, tienes que tomarlo, incluso si da miedo.
Me detuve un momento, procesando sus palabras. En su confesión había una vulnerabilidad que pocas veces mostraba, y por alguna razón, me sentí honrada de que me la confiara.
— Es valiente. — Me acerqué y me senté a su lado, dejando que mi mano descansara suavemente sobre la suya. — Pero no siempre tienes que hacerlo sola, ¿sabes?
Engfa giró la cabeza hacia mí, su mirada suavizándose. — Lo sé. — Su voz era un susurro ahora, casi como si estuviera probando cómo se sentía decirlo en voz alta. — ¿Cómo conseguiste este lugar? — volvió a hablar mientras miraba atenta el interior de la cabaña.
— Es de Heidi, una buena amiga que está fuera del país. — respondí despreocupada.
— ¿Buena amiga? ¿Qué tan buena ha de ser si nunca me has hablado de ella? — levantó una ceja y no pude evitar sentir que estaba siendo celosa.
La forma en que Engfa alzó la ceja y ladeó la cabeza, con esa sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos, me hizo sonreír. ¿Celosa? La idea de que lo estuviera era, de alguna manera, encantadora.
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Vidas en préstamo | Englot
RomanceDos pacientes en la misma clínica de trasplantes se enamoran mientras esperan un donante compatible. Sin embargo, cuando solo una recibe el órgano necesario para sobrevivir, el dilema de quién sigue adelante y quién se queda atrás llena de incertidu...