El resto del día transcurrió en un silencio intermitente. Los sonidos habituales del hospital se filtraban por las paredes: el pitido de las máquinas, las ruedas de los carritos, las voces bajas de las enfermeras. De vez en cuando, miraba hacia la cama junto a la ventana, esperando algún signo de vida de mi nueva compañera. Pero Engfa seguía inmóvil, atrapada en un sueño profundo o en una especie de pausa suspendida.
Por la tarde, decidí salir al jardín. Había algo en ese espacio abierto que me ayudaba a respirar, aunque fuera por unos minutos. Llevé mi cuaderno y mi lápiz conmigo, como de costumbre. Me senté en el banco habitual, frente al viejo árbol que había dibujado tantas veces, y comencé a trazar líneas sin un propósito claro.
Mientras dibujaba, no pude evitar pensar en Engfa. Había algo en su presencia que me intrigaba, aunque no podía explicarlo. Tal vez era el hecho de que ahora compartíamos ese espacio, ese limbo entre la esperanza y la resignación. O tal vez era simplemente que, después de tantos días de soledad, la idea de tener a alguien más cerca me hacía sentir un poco menos aislada.
Cuando regresé a la habitación, el sol ya se había puesto. La luz cálida del atardecer se filtraba por las cortinas, pintando las paredes con tonos dorados. Engfa estaba despierta. Sus ojos, grandes y oscuros, me miraban con una mezcla de curiosidad y cansancio.
—Hola. —Su voz era suave, apenas un murmullo, pero suficiente para romper el silencio que había envuelto la habitación todo el día.
Me detuve en la puerta, sorprendida de escucharla hablar. Por un momento, no supe qué decir.
—Hola. — Respondí finalmente, entrando y dejándome caer en mi cama. —Soy Charlotte. Pero todos me llaman Char.
Ella asintió lentamente, como si incluso ese simple gesto requiriera un esfuerzo considerable.
—Engfa. Aunque... creo que ya lo sabías. —Sonrió ligeramente, y por un instante, esa pequeña sonrisa hizo que su rostro pareciera menos pálido, menos frágil.
Asentí, sintiendo que la tensión en mi pecho disminuía un poco.
—Es bueno tener compañía. —Dije, aunque no estaba segura de si realmente lo pensaba o si solo quería llenar el silencio.
Engfa me miró por un momento antes de responder.
—Supongo que sí. Mejor que estar sola.
Su respuesta, tan simple y honesta, resonó en mí de una manera que no esperaba. Tal vez, después de todo, no era la única que sentía que la soledad era el peor de los enemigos en este lugar.
La presencia de Engfa, aunque todavía nueva y desconocida, trajo consigo una chispa de humanidad que había estado faltando en mi vida.
Por primera vez en mucho tiempo, la espera no se sintió tan pesada.— ¿Por qué estás aquí? — la miré. — Claro, si no te molesta que pregunte.
—Una complicación en el corazón —dijo finalmente, dejando que el silencio se asentara por un momento. Sus palabras resonaron en la habitación como si llevaran más peso del que intentaba mostrar. Me quedé quieta, incapaz de evitar que un leve estremecimiento recorriera mi cuerpo. Era una realidad que conocía demasiado bien.
—Yo también estoy aquí por eso —confesé después de unos segundos. Mi voz sonó más baja de lo que esperaba, como si admitirlo en voz alta lo hiciera más real. —Estoy esperando un trasplante.
Engfa giró lentamente la cabeza hacia mí, sus ojos oscuros cargados de una mezcla de sorpresa y comprensión. Por primera vez desde que la conocí, sentí que había una conexión tangible entre nosotras, algo más allá de las paredes blancas y los pitidos constantes del monitor.
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Vidas en préstamo | Englot
RomanceDos pacientes en la misma clínica de trasplantes se enamoran mientras esperan un donante compatible. Sin embargo, cuando solo una recibe el órgano necesario para sobrevivir, el dilema de quién sigue adelante y quién se queda atrás llena de incertidu...