Capítulo XXV

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Marta vació la copa con un último trago, disfrutando del segundo mexican mule que le habían traído hacía ya un buen rato y que la había ayudado a reunir el valor de reconectar con su ex pareja, para después acercarse a la barra de la coctelería y hacer un gesto al camarero para que le trajera la cuenta. El chico asintió y se puso manos a la obra, imprimiendo el tique y dejándolo sobre la mesa antes de acercar el datáfono. Marta sacó su tarjeta de crédito y la acercó al aparato, solo para ser frenada por la mano de la morena que había a su lado, una sonrisa cómplice en su cara. Estaban solas en la coctelería, que esa noche estaba cerrada de cara al público. Marta había tenido suerte de que la ocupada mujer tuviera que supervisar la formación del nuevo bartender, proporcionándoles la oportunidad de probar y juzgar las bebidas que sabía preparar mientras se ponían al día y opinaban sobre las decisiones y dudas de la otra.

—Hoy paga la casa.

Tanto Marta como el camarero miraron a Isabel con una ceja levantada, tan amable gesto siendo bastante impropio de ella. La fama de la empresaria de pelo negro era la de una mujer hostil y calculadora, con una personalidad mucho más fría y apática que la de su amiga. Sin embargo, pese a su habitual fachada de indiferencia, la morena ahora no podía evitar que una pequeña sonrisa afable rompiera su faceta de mujer de hielo, incapaz de negar un poco de empatía y cariño a la que ahora era lo más parecido a una amiga que tenía. Marta la miró atentamente, pensando en la manera en lo poco acostumbrada que estaba a que la morena enseñase esa faceta suya pese a haber compartido casi dos años de relación con ella. Marta la miró a los ojos, aún extrañada.

—¿Segura?

—Sí. —Isabel asintió, encogiéndose de hombros.— Para una vez que no bebes como un camionero...

—Yo también te quiero, eh. —Marta puso los ojos en blanco pese a estar sonriendo ante el comentario. No podía negar que las palabras de Isabel eran certeras, pues la otra tenía razón. Marta siempre había tenido una tolerancia al alcohol más alta de la normal, algo que le había traído consecuencias tan buenas como malas. Isabel lo sabía demasiado bien. El camarero canceló la operación y retiró el datáfono, mientras que ambas mujeres se acercaron y se dieron un corto abrazo, separándose en un par de segundos.— Gracias por escucharme y por tus consejos, Isa. No sabes cuánto necesitaba una amiga en estos momentos.

—Nada, nada. —la morena le quitó importancia a la situación, haciendo un gesto con la mano para correr un tupido velo sobre la larga conversación que habían mantenido antes. A Marta la apenaba no poder coincidir más con la mujer, pero ambas tenían las agendas demasiado ocupadas como para que esos encuentros fueran más frecuentes.— Pero acuérdate de que me debes una cuando toque renovar el contrato del cátering de Dronning...

—Siempre pensando en los negocios —Marta rió, negando con la cabeza.— No tienes remedio.

—Tú tampoco, por eso te dejé.

—Te recuerdo que fue acuerdo mutuo, eh.

—Sí, pero mi desmesurado ego me impide dejar que nadie lo sepa, así que sígueme el rollo.

—Eres horrible, —Marta dejó escapar una risa antes de coger su bolso y colgarlo de su brazo, mirando a la mujer mientras esta tomaba unos documentos de detrás de la barra y empezaba a revisarlos. «Tiene delito que la persona que muchos dicen que es peor que el mismísimo diablo sea mi mayor apoyo en estas cosas.» pensó, dándose cuenta una vez más de la ironía constante que era su vida.— pero no sé que haría sin tí.

—Pues estarías bebiendo como una cosaca hasta que olvidases quién es Fina.

—Créeme, de Fina es imposible olvidarse.

Y entonces, tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora