Rebecca Armstrong.... otra vez pensando en ella. Aquella mujer no tenía derecho de meterse en su vida, en sus pensamientos meditó Freen al andar rápidamente por la calle. Eran cerca de las once; faltaba dos horas y media para la entrevista, pero era el otro extremo de Londres, en St. John's Wood...

Su destino era una casa amurallada. Freen intentó abrir la verja, pero estaba cerrada. Una discreta placa de metal incrustada en uno de los pilares la sobresalto al empezar hablarle.

—Pase, señorita Chankimha. Ya le abrimos el portón— la voz femenina era de una mujer de mediana edad, agradable. Estaba nerviosa, que sólo miro el portón y volvió a tratar de abrirlo. Esa vez, si se abrió. El jardín era bastante grande. A pesar de su elegancia, la casa tenía un aspecto acogedor. Un Rolls-Royce azul marino estaba aparcado a un lado de la entrada principal.

Cuando la puerta se abrió, percibió de inmediato un agradable aroma a sándalo.

—Me alegra que le guste. A algunas personas les molesta ese aroma y no sé porque. Venga, pase a la sala— ¿Era ella su futura jefa?, se preguntó Freen. ¿Esa pequeña y hermosa mujer, de sonrisa ingenua? —Hace frío a fuera ¿verdad? He vivido en este país cuarenta años y todavía echo de menos las primaveras de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos — el acento norteamericano apenas se le notaba. La señora la guió hasta una salita decorada en tonos suaves.

El fuego ardía en la chimenea y Freen no pudo evitar una exclamación de placer al mirar a su alrededor —. Me complace que le guste. A mi hija no le parece bien. Dice que es demasiado frívolo. Por favor, siéntese. Le diré a Cora que nos traiga té, ¿o prefiere café?

Su anfitriona era encantadora, pero bastante atolondrado y Freen se preguntaba cómo podía una mujer como ella ser presidenta de una sociedad benéfica. Un cargo así, exigía grandes dotes de organización.

Hacía mucho tiempo que nadie trataba a Freen con tanta cordialidad. Pasarían varios minutos antes de que pudiera interrumpir a su anfitriona para preguntarle en que consistía el trabajo.

—Ah, si, el empleo. Bueno, querida, aquí está Cora con el té.

-Señora Smith, el empleo... —insistió Freen gentileza.

—Respecto al trabajo, no puedo decirle con precisión cuales serán sus obligaciones, sólo le diré que actuará como mi ayudante personal —de pronto adoptó un tono más energético, menos vago —. La institución es pequeña. Tenemos una sección aquí y otra en Boston, lo cual no era tan extraño como parece. —Una sonrisa triste cubrió su rostro. Empecé a interesarme en esto de la beneficencia, después de la muerte de mi marido y de mi hijo. Los dos murieron de una enfermedad hereditaria. Me dijo, antes de morir, que de haberlo sabido antes, no se habría casado conmigo... Tal vez sea muy egoísta por alegrarme de que no lo supiera.

Lo dijo con tanta sinceridad, que Freen sonrió un nudo en la garganta. Esa mujer era la antítesis de todo lo que se había imaginado antes de acudir a la entrevista.

Se daba cuenta de que la había juzgado mal.

—Ya no soy una jovencita. De hecho, mi hija alega que estoy demasiado vieja como para trabajar tanto, pero odio la idea de abandonarlo, así que llegamos a un acuerdo: me hizo prometerle que conseguiría una ayudante que es donde entra usted, querida. Espero que acepte el puesto, porque si no, me temo que mi hija insistirá en que abandone una parte muy importante de mi vida.

«Su hija», pensó Freen, eso significaba que se había vuelto a casar. Como si le hubiera leído el pensamiento, la señora Smith comentó:

—Me casé dos veces. Cuando ellos murieron, quedé destrozada. Él y nuestro hijo eran lo más importante de mi vida. Pensé entonces que nunca me recuperaría del golpe, pero después conocí a Patrick—sonrió al recordarlo.

Sentencia || Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora