JAIDEN
"Jaiden, ven"
Sonó tan real en mi mente que empecé a volverme loco. Era imposible pero... ¿Ella me había aceptado como mate?
Mi rabia consiguió que acabásemos con los restos de la guerra que había iniciado la horda de vampiros del Este.
-Están la mayoría bien. -dijo con la mandíbula apretada Renata. -Se la llevado Shaun. -añadió como si supiese exactamente por qué a mí todo eso de alguna forma me daba igual.
Abi era mi todo.
-¿No encontraste cómo mandar a nadie a por nosotros? -dijo enfadado con ella Beltrán. -Eres... -dejó lo que fuese a decir a medias.
-Encontraré a Abi. -murmuré más para mí que para ellos. Pero ahí estaba la manada, esperando a que su rey dijese algo; a que el alfa declarase la guerra que ellos ya habían tenido que sufrir. -Pero volveré. Y cuando lo haga, no habrá ni una sola tierra. De Este a Oeste que se pueda atrever a quebrantar mi ley. -Hice una pausa. -Pueden tocar mi cuerpo, que es mi tierra, pero no a mi manada, que es mi alma. -Ni a Abi que era mi corazón. -Seré despiadado y cruel. Seré el alfa maldito negro como cuenta las leyendas. Todo el que sea un guerrero o guerrera, que se prepare con el amanecer. Para entonces habré traído a vuestra reina a casa, y... Para entonces... Desfilaremos como soldados de la muerte hacia el Norte. -declaré.
Mis lobos aullaron aceptando desde el corazón lo que acababa de decir. Todos los miembros de un clan era guerreros, así que todos iríamos a derramar sangre. ¿Por maldad? No. Porque para que nuestros niños estuviesen seguros al jugar en el río o tumbarse sobre la hierba, había que dejar claro lo que ocurría cuando no aseguraban que eso fuese así.
Una idea me dolió mientras iba rastreando el aire en busca de mi reina: ¿Me querría ella cuando viera mi cara más cruel?
Su fragancia, inconfundible para mí, me llevó hasta ella en el momento preciso. Shaun terminaba de atarla en solitario con cuerdas.
Cuando me rastreó en el aire, vi como un escalofrío le recorría entero.
-Tendrías que haberla matado si pretendías hacerlo. -dije con el tono de voz de la mismísima Parca. -Ahora no tendrás ocasión de matar a nadie más, pero tampoco de salvarte. -añadí.
Cualquiera que me viera, hubiera dicho que estaba calmado, pero la muerte no siempre era rápida. Había personas que se merecían mi apodo... Y él iba a conocer todo mi despliegue de maldad, mi parte más oscuro, la parte que más pesaba de la corona.
Le hice una herida en cada una de las piernas por detrás evitando que se pudiera mover. Eso sí fue rápido y, desde ahí, empezó su súplica.
-Por favor. -suplicó aunque no tenía sentido que lo hiciera.
-Podrías haberte ido. Dejé ese día que te fueras por ella. -La miré tumbada en el suelo. Notaba sus constantes intactas pese a estar inconsciente. Pero la habían pegado, y eso conseguía que mi sangre hirviera. -Pero tú decidiste hacer esto...
-No. No ha sido cosa mía. -gritó agitando los brazos. -Los del Norte y otros bárbaros querían tus tierras. Me obligaron. De hecho, me dijeron que la matara. No lo he hecho porque la quería. -mintió intentando conservar su indeseable vida.
-Un hombre lobo nunca suplica. Un guerrero nunca rehúye la muerte cuando la está viendo frente a él. Si no vas a pelear, tendrás la muerte que te mereces. -dije antes de soltar mi garra.
Con su piel hecha girones era cuestión de tiempo que se desangrase. No se merecía nada más. No una muerte limpia. No una última batalla que le hicieran malo de corazón pero buen guerrero. Nada.
Cogí Abi en brazos para llevármela a casa. Me pregunté qué iba a hacer con ella si yo no hubiese llegado y la rabia me volvió a inundar, pero tenía que hacer dos cosas: El amor a Abi y la guerra a todos los demás.
Los miembros aplaudieron cuando pasé con ella aun en brazos y no di más explicación. Solo asentí hacia Beltrán para que pudiera empezar a hacer los preparativos del avance militar.
Se me hizo eterno el tiempo en el que esperé a que Abigail se despertase. La lavé con cuidado y apliqué bálsamo en la herida de la mandíbula. Besé su cuello con suavidad.
-Jaiden. -murmuró mientras abría los ojos pesadamente. -Jaiden. -exclamó sentándose de pronto.
-No deberías pegar esos saltos. -dije intentando que se tumbase de nuevo.
No hubo manera.
-Tú... ¿Cómo? -Me miraba con expresión confusa. -¿Estoy soñando? -preguntó con cierto tono de incredulidad. Me tocó los hombros por encima de la camiseta. -Porque pareces muy real. -añadió.
Me reí con una carcajada sonora y seca.
Era su alma lo que hacía que yo fuese feliz, y parecía intacta.
-¿Y si lo estuvieras? ¿Qué harías? -pregunté con la garganta algo más ronca.
La necesitaba.
Ella se puso sobre sus rodillas y me quitó la camiseta. Después se inclinó un poco más hasta que sus labios rozaron mi clavícula y profirió un mordisco tímido en mi cuello. Aguanté cuando decidió colocarse a horcajadas sobre mí y paseó sus uñas por mis abdominales. El límite estuvo cruzado cuando con dos dedos llevó la yema a la punta de mi sexo húmedo. Jadeó un poco.
-Pues... Yo... -murmuró.
-Pues tú eres mía. Mi mate, joder, Abi. -declaré tumbándola feroz para colocarme encima. -Lo somos todo. Lo eres todo. Y sé que lo sientes porque lo noto con tanta fuerza que quema mi piel y desnuda mi alma. -susurré.
-¿Es una promesa Jaiden? -interrogó con un suspiro que llenó mi corazón.
-Lo es. -murmuré contra su boca mientras me hundía en ella.
Su sexo estaba encendido mientras recogía mis embestidas una y otra vez. Mi boca no podía apartarse ni un solo segundo de su piel. Necesitaba que notase cómo la amaba; como la necesitaba; y cómo la había extrañado incluso antes de conocerla.
La guerra era cruel, pero era necesaria. Lo supe mientras me derramaba dentro de ella: Ganaría esa guerra costase lo que costase, porque ella era mi todo, y le debía que pudiera tenerlo TODO.
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El Alfa busca Reina
WerewolfJaiden, el alfa del clan de sur, sabe que es hora de buscar una reina para la manada, pero no encuentra ninguna hembra que pueda hacer ese papel, todas parecen... Demasiado dispuestas a amarle, y él desde luego no quiere eso. Abigail acaba de llegar...