09. quiero pero no

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Sabe que le espera una interrogación incluso antes de entrar en la cafetería y encontrarse con las caras expectantes de sus amigas. Lo sabe cuando les escribe el mensaje, aún mientras recogen las cosas en la playa, diciéndoles que se le ha hecho tarde y que no lo esperen hasta después de comer. Lo sabe antes de salir de casa, al ver el rosa incriminante de su nariz y sus mejillas quemadas después de pasar toda la mañana bajo el sol. Lo sabe cuando Juanjo se ofrece a acompañarlo hasta el pueblo, alegando que tiene compras que hacer, y él no se niega.

La ceja de Ruslana se mantiene arqueada mientras se despide del chico, en la puerta, y sus ojos siguen su figura mientras se abre paso hasta la mesa. La mandíbula de Kiki se mantiene desencajada, y tarda algunos segundos de más en responder al cliente que está demandando su atención.

— No sabía que ahora erais amigos —comenta la pelirroja con una sonrisita.

— No somos amigos —le asegura. No suena molesto; ya no es una acusación que lo ofenda. Aun así, no considera que lo sean.

— ¿Y por eso habéis ido juntos a la playa?

— ¿Cómo...?

Ruslana gira la pantalla de su móvil, sujetándolo frente a él a la altura de su cara. Se reproducen un par de historias del perfil de Juanjo. En la primera, un vídeo de apenas diez segundos de la playa, se lo ve a él tomando el Sol sobre la arena junto a Sofía. La segunda es una selfie, que se habría hecho mientras no estaba pendiente.

— No sabía que lo seguías —dice, tomando el teléfono entre sus manos para ver mejor la imagen. Suelta una risita ante la elección de canción. Sexo en la playa, de Alizzz y Amaia.

— Sigo a la mayoría de gente de la urbanización. Stalkéalo tranquilo, no te cortes.

Siente el impulso de negarse, algún rastro su orgullo aún latente pese a todo. Pero su curiosidad es más fuerte, por lo que no tarda en pulsar sobre el usuario para entrar a su perfil.

Dedica un momento a ojear sus publicaciones. No tiene más que un par, todas recopilaciones de viajes. Ruslana bebe lentamente de su café mientras lo hace, resaltando los pocos datos de interés que ha recopilado en su propia investigación. Tampoco le presta mucha atención, más concentrado en ver la ridícula cantidad de fotos con morritos que reúne en sus destacadas. Una sonrisa divertida se dibuja en su rostro.

— Lo hemos perdido, Kiki —escucha a Rus decir, haciéndolo levantar la mirada para saludar a su otra amiga. La inglesa suelta una risita. No tarda en ocupar la silla a su derecha, desatándose el delantal mientras coloca un vaso de ColaCao frío frente a él.

— Qué exageradas —reniega, devolviendo el teléfono a su dueña, que lo deja boca arriba sobre la mesa.

— Hace una semana lo odiabas, ¿y ahora hacéis planes juntos y va contigo a los sitios?

— ¡Eso! ¿No era él el de la puerta? —pregunta Kiki, emocionada.

— Sí, bueno. Le pillaba de camino y me ha acompañado.

— ¿Y lo de esta mañana? —insiste Rus.

— Ha ido a la playa con mis hermanos y me apetecía ir con ellos. Me he cansado de odiarlo y ya, chicas. No es tan profundo —concluye, dando un sorbo a su café. Las dos chicas lo miran escépticas, pero él aprovecha para cambiar de tema y ellas se lo permiten.

Aun así, hace un esfuerzo por memorizar su usuario antes de que Ruslana guarde el móvil. Espera que tenga la cuenta pública.

(...)

Llega a casa a la hora de la siesta. Sofía está durmiendo en su cuarto cuando pasa por delante de la puerta, de camino a su propia habitación para dejar su bolsa. En el salón, encuentra a Julen hecho bola en uno de los extremos del sofá, con un episodio de Bob Esponja aún de fondo en la televisión. Juanjo ocupa el asiento del lado opuesto, mirando su móvil distraídamente.

porque aparecisteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora