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Ice Rink

Tras almorzar, Katsuki paga la cuenta y regresan al auto. El recorrido hasta él es más prolongado debido a que el hombre lo dejó estacionado cerca del internado. Se sienta de copiloto, decide no realizar sus ejercicios esta vez porque con la restitución de fuerzas, la cual le brindó la comida, es como un buen colchón amortiguador de colapsos de mayor proporción que el tenía cuando no había nada en su estómago. Se abrocha el cinturón y se marchan.

—¿Conoces algún club o pista en específico al que quieras ir? —inquiere Katsuki mientras maniobra el volante para retirar el coche del estacionamiento.

—En realidad... —juega con sus dedos—. No sé de ninguna pista en el pueblo.

—Definitivamente tienes suerte de que yo sea tu chofer —lo ve—. Conozco una pista. Como hoy es fin de semana, debería estar abierta.

Asiente.

Katsuki conduce hacia la pista de la cual nunca había oído. Esta vez, opta por no usar el reproductor a favor de disfrutar del ruido del viento. El silencio los hace platicar de vez en cuando, pero no acaban siendo conversaciones demasiado largas ya que disfrutan de compartir el silencio. No es incómodo, al menos no para él   ya que estar centrado en su entusiasmo por estarse acercando más a la pista lo enajena de todo. Revivir los recuerdos, invocar las sensaciones que, ahora, se sumergen en la tumba de la memoria le ocasiona una ansiedad para nada relacionada a la ansiedad maligna que suele padecer porque no es ansiedad lo que siente, es ansias. Ansias de volver a pisar un suelo de hielo con la cuchilla de los patines, de arrastrarse sobre la pista y sentir el viento helado. Por esto no se esfuerza en sostener las conversaciones de Katsuki o se preocupa en encontrar un tema interesante, está demasiado entusiasmado por llegar.

Este mismo entusiasmo lo lleva a encontrarse al frente del sitio al siguiente parpadeo. El cenizo sale del auto primero que él, él se apresura a salir no sin antes respirar conscientemente durante varios segundos. Persigue a Katsuki detrás de la espalda, quien lo ve por encima del hombro para asegurarse de que no se quedó atrás. Al entrar, se asombra por lo espacioso que es el club: al frente está la pista de hielo cuadrada la cual está rondada por unas cuantas personas, a unos pasos está el puesto donde se alquilan los patines y se solicitan las horas de uso de la pista. Katsuki va directamente hacia el puesto.

Lo sigue.

—Pagaré por una hora, aún tenemos tiempo para el atardecer —le informa—. Si nos sobra tiempo, podemos pagar otra.

—Está bien.

Ve a Katsuki señalarle al dueño del puesto dos pares de patines y deslizar un par de yenes. Sonríe ante la ironía de que quizá la plata que Katsuki ha gastado hoy también pudo servirle para remunerar el arreglo de su celular. Recuerda que le mencionó que el costo del arreglo estaba entre los dos mil y los tres mil yenes, y Katsuki parece haberse gastado más de la cuenta con este pago inmaterial. La gasolina derrochada en la carrera, la comida cara de la calle y ahora pagar por una hora en una pista. Quizás Katsuki no contó con que sería exigente. Aun así, dejando de lado las mofas por la ironía, le gusta este resultado. Al principio por supuesto que no lo hizo, lo vio como una estafa o una solución estúpida de un tacaño, pero si no hubiera sido por el escándalo de la discoteca, por la valentía de Katsuki de responsabilizarse, por el convencimiento de Izuku y por la propuesta, no se encontraría aquí. No habría vuelto a aspirar el aire de una pista de hielo, su pasión represada durante años.

Se siente como regresar a casa después de mucho tiempo, después de muchas guerras vividas.

El cenizo le entrega unos patines de color blanco. Los que él escogió son de agujetas naranjas.

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2024 ⏰

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In heaven, for the first time alive | bakutodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora