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Troya. 12 años antes de la guerra.
—Princesa, por favor. No corra.
La pequeña princesa de once años corrió por los grandes jardines de su hogar, ignorándolo los llamados desesperados de su criada.
Quien miraba desesperadamente a su alrededor, la princesa se le había escapado en un descuido, y temía que su descuido terminara en un castigo.
La criada intento alcanzar a la princesa pero esta seguía corriendo pensando que era un juego, hasta que vio un lugar donde esconderse.
Y se adentro sin tener conocimiento de que el lugar donde había entrado, era el templo de un Dios.
La criada intento seguirla pero las puertas se cerraron solas justo frente a sus narices. Alarmándola por completo.
Alice miro a su alrededor maravillada por las hermosas estatuas, y principalmente por el hermoso color dorado que brillaba contra las paredes blancas.
Con una curiosidad genuina toco uno de las estatuas, y se rio entre dientes, tocándolas una por una.
Hasta que vio una gran estatua de una serpiente, sus manos picaron por tocarla, así que se acerco y justo cuando iba a poner sus manos en ella, unas fuertes manos sostuvieron las suyas.
La niña alzo su cabeza con el ceño fruncido mirando al extraño que sostenía sus manos. Y quedo totalmente hechizada al verlo, su cabello era rubio, casi como el oro, sus ojos eran tan hermosos, que ella quiso acercarse mas para ver si podia ver las estrellas en ellos.
Era muy alto, y fuerte.
—No deberías estar sola aquí.
Alice se encogió levemente en su lugar mirando el extraño, sus mejillas se sonrojaron.
—Lo lamento, solo estaba jugando.
El rubio inconscientemente creo una pequeña sonrisa en sus labio, y se puso de hurtadillas para estar del mismo tamaño de la niña.
Sus manos dejaron de sostener las de la menor.
—Pero este no es un lugar para jugar, es un lugar para pensar, para rezar por aquellos que quieres y desear.
—¿Desear?
—Si, ¿tienes algún deseo?
—¡Si!—Los ojos de la niña brillaron de emoción—¡Deseo vivir para siempre al lado de mis hermanos!
